**Diario de un bromista arrepentido**
La alegre y desenfadada Lucía no podía pasar un día sin gastar una broma. En el instituro siempre estaba haciendo chistes, y los chicos la admiraban por eso. En la universidad, formó parte del grupo de humoristas. Incluso a la hora de salir con alguien, buscaba chicos con sentido del humor.
—Lucía, cambias de novio muy seguido— le dijo una vez su amiga del instituto. —Sales con uno, luego con otro, y ya veo que hablas con un tercero.
—Eva, ya sabes que para mí el sentido del humor es clave. Yo no puedo vivir sin reírme. Pero mira con qué tipo de chicos me topo: Javier ni siquiera sonreía, y Pablo se desternillaba con cualquier tontería. Eso tampoco es bueno— se justificó.
—Pues te va a costar encontrar a alguien que cumpla con todo— dijo Eva, riéndose.
—Me encanta reírme y divertirme. Quiero a alguien que me siga el juego, con quien pueda bromear— insistió Lucía.
—Pero la vida no es solo una broma, Lucía. A mí, por ejemplo, me gustan los chicos serios. Todo esto de las risas… paso— respondió Eva con firmeza.
—Somos diferentes, Eva. A mí me gustan los chicos que no solo bromean, sino que también saben reírse de sí mismos, que ven el lado bueno de las cosas. Es genial estar rodeada de personas así. Eso sí, sin pasarse de la raya— reflexionó Lucía.
Lucía adoraba el Día de los Inocentes, cuando todo el mundo aceptaba las bromas sin ofenderse. En la universidad y luego en la oficina, siempre buscaba a quién gastarle una. Y casi siempre detectaba cuando intentaban engañarla a ella. Así era su carácter.
Salió con varios chicos, pero Javier era un serio que ni entendía ni aguantaba las bromas, así que cortó con él enseguida. Con Pablo al principio iba bien; reían juntos y veían programas de humor, pero a veces no captaba ciertos chistes, así que la relación se enfrió.
**Un desengaño**
Cuando conoció a Álvaro, pensó que había encontrado al indicado. Un día, el 28 de diciembre, se escondió tras una esquina de su piso en Madrid y, cuando él pasó, saltó gritando “¡buh!” con la mejor de sus muecas. La broma no funcionó; él ni se inmutó, pero ella esperaba su venganza.
Curiosamente, Álvaro no respondió. Pero dos días después, mientras llevaba dos tazas de café y una tableta de chocolate en una bandeja, él le tiró a los pies una serpiente de juguete tan realista que incluso se movía. Lucía dio un salto, la bandeja cayó al suelo y el café salpicó por todas partes.
—¡Álvaro, ¿qué haces?! ¡Podría haberme quemado!— gritó indignada.
Él, tranquilo, respondió:
—Solo fue una “revancha”. No sabía que te asustarías tanto.
Ese día discutieron, pero luego hicieron las paces. Sin embargo, un mes después, repitió la broma… pero esta vez con una serpiente de verdad, inofensiva pero viva. La soltó delante de Lucía mientras terminaba su té antes de ir al trabajo. Al verla arrastrarse hacia ella, se asustó tanto que tiró la taza y saltó sobre una silla, gritando.
Álvaro se rio, recogió la serpiente y la guardó en una caja.
—¿Por qué ese miedo? Ni siquiera es venenosa. Me la prestó un amigo. Si te gustan las bromas, ahí tienes— dijo.
—¿A esto le llamas broma? Llévate tu serpiente y tus cosas y márchate de mi piso. Y esta vez lo digo en serio— dijo Lucía, firme.
Y así terminó todo. A Lucía le encantaban las bromas, pero inofensivas. Jamás pondría en riesgo su bienestar. En la oficina todos sabían que era difícil engañarla. Podía decir cualquier disparate con cara de póker y nadie sabía si era en serio o no. Sus compañeros lo intentaban, pero casi nunca lo conseguían.
Con su colega Daniel, el juego era constante. Le soltaba cualquier tontería con total seriedad, y él corría a comprobarla. Nunca se enfadaba, y también le devolvía las bromas, especialmente el Día de los Inocentes.
Daniel era solo un compañero de trabajo, y Lucía ni siquiera lo veía como algo más. Hasta que algo cambió.
**28 de diciembre**
Ese día, Lucía preparó un plan. Horneó pastelitos de manzana, pero en uno de ellos puso sal y pimienta en exceso.
—Daniel, vamos a tomar café. Hasta he traído pastelitos— dijo, dejando el pastel tramposo frente a él antes de repartir los demás.
—El café lo preparo yo. De ti no me fío— bromeó él, sin sospechar del pastel.
Pero al probarlo, masticó un par de veces y salió disparado del despacho.
—Lucía, ¿nos has puesto algo a nosotros también?— preguntaron sus compañeros, entre risas y sospechas.
—No, tranquilos. Este era solo para Daniel— respondió ella, riéndose.
Cuando él volvió, preguntó en serio:
—¿Cómo he podido confiarme hoy? Sabía que ibas a hacer algo.
Todos se rieron, incluida Lucía. Pero sabía que Daniel no se quedaría sin venganza.
**La broma definitiva**
Todo transcurría con normalidad hasta que, al final del día, Lucía entró en la cocina de la oficina para tomar un té. Daniel apareció de pronto.
—Ah, ¿té para todos? Pues yo quiero una manzana.
La cortó en cuartos, sosteniendo el cuchillo con la derecha. De repente, gritó:
—¡Ay, me he cortado! Lucía, tráeme una toalla.
Lo que Daniel no sabía era que Lucía tenía pánico a la sangre y las heridas. Se puso nerviosa, buscó una toalla de papel y, al agarrarle el brazo para ayudar, este se desprendió y cayó al suelo. La manga estaba vacía.
A Lucía le dio un vuelco el corazón, el techo giró y perdió el conocimiento. Al abrir los ojos, vio a Daniel pálido de preocupación.
—¿Qué te pasa? No sabía que eras tan impresionable— dijo, ayudándola a levantarse.
Ella vio que su brazo estaba intacto y sonrió débilmente.
—No sé si tu broma fue un éxito o un fracaso.
Todos se rieron, excepto Daniel, que no paraba de disculparse.
—Perdona, Lucía. No pensé que esa mano de plástico te afectaría tanto. Nunca me dijiste que te asustabas así.
Ella también se rio al recuperarse.
—Cómo ibas a saberlo, Daniel. Pero vaya susto me diste.
A partir de ese día, Daniel se volvió más atento. Le preparaba té, incluso le conseguía chocolatinas y seguía pidiendo perdón.
—Ya basta, Daniel. Yo también te gasto bromas. Al menos esta vez te salió bien— dijo ella, sin rencor.
Pero entonces lo miró con otros ojos. *Daniel es un buen tipo, divertido, amable… y con un gran sentido del humor. ¿Por qué no lo había visto antes?*
Poco después, empezaron a salir. Y lo que siguió fueron risas interminables, incluso el día de su boda en el registro civil, donde hasta la funcionaria se rio con ellos.
**Reflexión final:**
La vida es más llevadera con risas. Si encuentras a alguien con quien compartir el silencio y las bromas, has ganado. Ahora, en nuestro hogar, el humor nunca falta. Y dicen que la risa alarga la vida… Al menos, a nosotros nos funciona.