El hombre de mis sueños dejó a su esposa por mí, pero jamás imaginé cómo todo se volvería en mi contra.

**Diario de un hombre**

El hombre de mis sueños dejó a su esposa por mí, pero nunca imaginé cómo todo se volvería en mi contra.

Lo admiraba desde los años de universidad. Podría decirse que fue un amor incondicional, ciego y algo ingenuo. Cuando, por fin, me prestó atención, perdí por completo el juicio. Sucedió años después de graduarnos, cuando coincidimos en la misma empresa. Al fin y al cabo, compartíamos especialidad, así que no era extraño. Pero yo lo vi como el destino.

Creí que era el hombre perfecto. Y, en mi juventud, no me importó que ya tuviera esposa. Nunca me había casado y no sabía lo que era ver un matrimonio desmoronarse. Por eso, no sentí ni un ápice de culpa cuando Javier decidió dejarla por mí. ¿Quién iba a pensar que eso me traería tanto dolor? La gente tiene razón: no se construye felicidad sobre la infelicidad ajena.

Cuando me eligió, estaba en el séptimo cielo y dispuesto a perdonarlo todo. La verdad es que, en el día a día, no era el príncipe que aparentaba. Sus cosas siempre estaban tiradas por la casa y se negaba en redondo a fregar los platos. Las tareas domésticas caían sobre mis hombros, pero, en ese momento, no me importaba.

Olvidó rápido su matrimonio anterior. No tenían hijos, y su boda, según me contó, había sido un arreglo familiar. Conmigo era diferente, o eso decía él.

Mi felicidad duró poco, porque todo cambió cuando me quedé embarazado. Al principio, Javier estuvo contento. Incluso celebramos una gran fiesta familiar. Todos nos desearon amor y salud para nuestro hijo. Aquella noche sigue siendo uno de mis mejores recuerdos. Y no me arrepiento de ella. Pero, desde entonces, mi amor ciego empezó a apagarse.

A medida que mi barriga crecía, Javier aparecía menos. Entré en baja maternal, así que solo nos veíamos por las noches. Se quedaba cada vez más tiempo en el trabajo y asistía a eventos de la empresa. Al principio no me molestó, pero pronto me agotó. Las tareas de casa se volvieron más pesadas, porque ya ni siquiera podía agacharme a recoger sus calcetines tirados.

En esa época, me preguntaba: ¿nos habremos precipitado con este niño?

Sabía que los sentimientos se enfriaban con el tiempo, pero no esperaba que fuera tan rápido. Javier seguía trayéndome flores y bombones, pero lo único que deseaba era que estuviera a mi lado.

Pronto resultó evidente que sus salidas no eran casuales. Los compañeros mencionaron, sin darle importancia, que había llegado una nueva empleada al departamento. Ya faltaba personal, y al entrar yo en baja maternal, la situación empeoró. Qué ironía.

No estaba segura de si se trataba de ella, pero mi marido tenía a alguien más, porque apenas tenía tiempo libre. Siempre estaba en el trabajo, en reuniones o en otra fiesta de la empresa que “no podía perderse”. Un día encontré una nota en su bolsillo, firmada con iniciales desconocidas. No sé por qué, pero la devolví y decidí fingir que no sabía nada.

Fue horrible estar sola en el séptimo mes de embarazo, mientras mi marido se quejaba de que estaba demasiado irritable. Cada discusión terminaba con un suspiro suyo de decepción. Sabía que, si hablaba del tema, acabaría sola. El miedo a perderlo era tan grande que no podía pensar en otra cosa. Dicen que cuanto más temes algo, más seguro es que ocurra.

Por mucho que Javier me hubiera cortejado, no era un caballero. Las peores palabras que escuché fueron: “No estoy preparado para un hijo”. Y: “Tengo a otra”. Ni siquiera recuerdo bien cómo me lo dijo, pero en ese momento sentí que enloquecía.

No esperaba encontrar la fuerza para pedir el divorcio. Él tampoco esperaba que dejara de tolerar su comportamiento. Y, desde luego, no esperaba que al día siguiente tirara todas sus cosas a la calle. Menos mal que vivíamos de alquiler, así que no hubo que repartir nada.

¿Y el niño? Piensa en él. ¿Cómo lo mantendrás?

Encontraré una solución. Trabajaré desde casa. Además, mis padres llevan tiempo ofreciéndome ayuda. Mi madre siempre dijo que era un mujeriego. Debí escucharla.

Quizás la responsabilidad por mi hijo me dio valor. Solo, no habría tenido el coraje de irme. Pero entendí que no quería criarlo con un padre como él.

Su traición fue tan ruin que no quise tener nada más que ver con ese hombre. Fue como si me quitara una venda de los ojos.

Los primeros meses tras el divorcio, incluido el parto, fueron durísimos. Volví a casa de mis padres, felices, sobre todo los abuelos, que siempre quisieron un nieto. No puedo decir que no echara de menos a Javier, pero intenté no pensar en él. Sabía que había hecho lo correcto y que le daría a mi hijo lo mejor.

Y entonces, de repente, reapareció.

Parece que Javier se arrepiente profundamente. Quiere conocer a su hijo. ¿Pero yo quiero eso? ¿O sería mejor mudarme a otra ciudad?

**Lección aprendida:** A veces, el amor nos ciega tanto que no vemos las señales. La felicidad no se construye sobre mentiras ni sobre el dolor de otros. Y, al final, la dignidad propia vale más que cualquier amor mal entendido.

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El hombre de mis sueños dejó a su esposa por mí, pero jamás imaginé cómo todo se volvería en mi contra.