El hijo de mi exesposo, nacido de su segundo matrimonio, ha sido diagnosticado con cáncer, y él me ha pedido ayuda económica. Yo le dije que no.
Tengo 37 años, llevo diez años divorciada. Mi ex, Javier, me engañó y nunca lo perdoné. Hoy vive con su nueva pareja, Laura, a quien dejó embarazada, tuvo a la niña y se casó. Desde entonces evito cualquier conversación con él; no sé qué ocurre en su vida.
Mi sueldo es excelente y dispongo de dinero. Hace una semana, Javier apareció en mi oficina en el centro de Madrid, a quien no había visto en años, y me dejó helada la sorpresa. Fue él quien abrió el tema: su hijo, Diego, tiene cáncer y el tratamiento costará una fortuna. Él y Laura apenas llegan a fin de mes, así que ha decidido acudir a mí.
Recientemente vendí la casa que heredé de mi abuela en Segovia, y el dinero está en mi cuenta. Cuando se enteró, vino a pedirlo. El momento ha coincidido a la perfección; parece que el destino le ha puesto la mano en el bolsillo.
Yo todavía no había decidido qué hacer con aquel capital. Pensaba comprarme un buen coche, aunque aún no sé conducir y el tiempo me falta. El importe es considerable, y no tengo prisa por desprenderme de él. Me pregunto si, si yo estuviera enferma, él me ayudaría; lo dudo.
¡No sabes lo desesperados que estamos! exclamó, sin jamás haber pensado en mis sentimientos, ni en los de Laura. En la boda me cambió por ella sin vacilar. En el divorcio dividimos todo a la mitad; él dijo que todo serviría a su nueva familia y quiso que le devolviera el piso, aunque yo lo había comprado antes de casarme. Eso me salvó. ¡Qué cómico resultó! Y ahora vuelve reclamando dinero, hablando de sus “sentimientos”.
Me prometió mostrarme los documentos médicos, pero no los necesito. No pienso ni un segundo en sus promesas de devolverlo todo. El niño necesita una rehabilitación que también cuesta mucho, y dudo que alguna vez reciba lo que me debe.
¿Por qué no pides un préstamo al banco? le pregunté alzando la voz.
Le dije todo eso en la cara. Gritó, se arrodilló y me pidió humillación, pero no lo permitiré. No tengo por qué rebajarlo; lo traicionó hace años y lo volveré a olvidar. Que se largue. Dijo que volvería cuando me calmara y meditaría; nada que meditar.
Podrían decir que carezco de conciencia, pero sólo quiero administrar mi dinero yo misma, sin compartirlo con quien me ha hecho tanto daño. Tras la charla me siento un poco triste, pero no le ayudaré. Será una lección para él y la paga por sus pecados.







