El Futuro Inminente

**El Día de Mañana**

Lucía había vivido con Álvaro cinco años, pero jamás recibió una propuesta de matrimonio. Era una mujer hacendosa, pulcra, cariñosa. Sin embargo, últimamente notaba un distanciamiento. Él llegaba cansado, se refugiaba en la televisión tras cenar y evadía sus muestras de afecto.

—Irene, ¿qué le pasa? —consultó a su hermana—. Lleva dos meses así.

—¿Y en la cama? —preguntó Irene.

—Casi nada. He probado de todo: tortillas, cenas románticas… Nada funciona. ¿Crees que ya no me quiere?

—¿Tiene a otra? —insinuó Irene.

—No lo sé. Viene directo del trabajo… Pero deberías hablarle claro. No sois matrimonio; quizá se siente libre de buscar.

Esa noche, Lucía confrontó a Álvaro:

—Si te he cansado, vete. No te retendré, aunque aún te quiero.

—¿De qué hablas? —masculló él, pero al ver sus lágrimas, guardó silencio. Nervioso, empezó a recoger ropa en una maleta. Lucía, aturdida, lo observó arrojar camisas planchadas.

—¿Y esto es todo? ¡Cinco años juntos! —gritó.

—Ya lo has dicho todo. Esto se acabó —respondió él, saliendo al rellano.

—¿Hay otra? ¡Dime! —su voz resonó en la escalera.

—Nadie. Eres… mi ayer. Un callejón sin salida —espetó Álvaro, frío.

Lucía enfermó de pena. Irene la animó:

—¡Basta de lamentarse! Voy a ayudarte con una reforma. Nuevos comienzos.

Rehicieron el piso: cambiaron cortinas, azulejos, vajilla. Lucía se sumó al gimnasio y al teatro local. En la editorial donde trabajaba, ascendió a jefa de redacción.

Dos años después, conoció a Sergio, un poeta tímido que publicaba versos en su periódico. Tras semanas de conversaciones, la invitó a un café:

—Lucía, valoro tu opinión… y eres una mujer extraordinaria —balbuceó, sonrojado.

Esa tarde, entre cafés y poemas, descubrió su sensibilidad y humor sutil.

—¿Podemos vernos más? —atrevió él, besando su palma.

—Despacio, Sergio… —susurró ella, pero aceptó.

Un 8 de marzo, mientras Lucía preparaba una paella con música de Alejandro Sanz, llamaron a la puerta. Álvaro apareció con claveles.

—¿Qué haces aquí? —lo interrumpió ella.

—Mejoraste mucho —insinuó él, intentando entrar.

—Vete. Espero a alguien —replicó, cerrándole.

En la escalera, Álvaro cruzó miradas con Sergio, quien subía con mimosa. «¿Ese es tu mañana? —pensó, amargo—. No vale nada».

Él, tras dos años de amantes efímeras y copas vacías, seguía insatisfecho.

Lucía y Sergio se casaron en una boda sencilla.

—El dolor trajo algo mejor —susurró Irene, abrazando a la novia—. Él te adora.

Al año, nació su hijo. Los versos de Sergio se llenaron de luz. Mientras, Álvaro vagaba, convencido de que la libertad era su único consuelo… hasta que un día comprendió que había cambiado oro por espejismos.

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