¿El final esperado o apenas el comienzo?

Al fin… o quizá solo empieza

Cuando Marina se casó, nunca imaginó que su futuro esposo, Álvaro, ya era esclavo de un vicio destructivo. Se conocieron rápido, todo fue un torbellino, y en dos semanas él le pidió matrimonio, algo achispado, con ese olor a alcohol en el aliento:

—Marina, ¿nos casamos? —dijo, apoyado en el marco de la puerta.

—¿Has bebido? —protestó ella, más sorprendida que enfadada. Al fin y al cabo, quería casarse: todas sus amigas ya llevaban anillo.

—Es la alegría —rió él—. ¡Es un día de celebración!

—De acuerdo, con una condición: solo bebes en ocasiones especiales —advirtió ella.

—Pues hoy es una ocasión especial —bromeó.

Joven, ingenua, enamorada… Marina no sabía que el padre de Álvaro había bebido toda la vida. Y su hijo ya compartía esa costumbre, aunque su madre, Carmen, se quejaba sin éxito:

—Te arruinas tú y arrastras a tu hijo contigo.

—¡Que se haga un hombre! —gruñía su marido, sirviéndole una copa a Álvaro en la comida.

Tras la boda, se mudaron a un pequeño piso que Marina heredó de su abuela. Al principio, todo fue tolerable: Álvaro trabajaba, volvía a casa, aunque muchas veces oliendo a alcohol. Siempre tenía una excusa:

—Es que Luis tuvo un hijo, ¿no vamos a celebrarlo? Es el cumple de Jorge… Y Pepe en su casa de campo me insistió…

Luego nació su hijo, Jaime. Pero la paternidad no cambió a Álvaro. Cada vez venía menos a casa, evitaba acercarse al niño.

—¿Por qué no pasas tiempo con tu hijo? —reclamaba Marina.

—Tú misma dices que no me acerque con el aliento a vino. Pues no me acerco —se encogía de hombros.

—¡Deja de beber! ¿Hasta cuándo? —sus mejillas se mojaban de lágrimas.

Pasaron ocho años. El alcohol consumió la vida de Álvaro. Perdió un trabajo tras otro. Marina cargó con todo, aunque Carmen ayudaba, compraba cosas para el niño y les prestaba dinero.

—Marina es un ángel —se lamentaba Carmen con su hermana—. Pero mi hijo… cada vez peor. Ya no lo reconozco.

Álvaro era una sombra: demacrado, sin dientes, sin ganas de vivir. Nada quedó del amor ni del cuidado.

—Divórciate —le decían todos: amigas, compañeros de trabajo, hasta los vecinos.

Pero Marina le encogía el corazón. Como a un perro abandonado. Hasta que entendió que Jaime crecía, observaba, aprendía… y ya no quería estar en casa, donde el aire olía a desgracia.

Entonces le dijo a su suegra:

—Carmen, no puedo más. Voy a divorciarme.

—¿Y si lo internamos? —susurró ella—. Quizá aún hay tiempo.

—¿Cuántos años lleváis intentándolo? —Marina sonrió con amargura—. Quiero que mi hijo sea distinto. Mejor que no vea a su padre.

Carmen solo suspiró:

—¿Adónde irá? Pues con nosotros. Ya veré cómo lo llevo…

Pero había otra razón. Marina sentía algo por un compañero del trabajo, David. Llegó hace poco al departamento: elegante, rubio, ojos azules intensos y una educación poco común. Divorciado, sin dramas, venía de otra ciudad para estar cerca de su padre. Las mujeres de la oficina, unas disimulando y otras sin disimulo, intentaban llamar su atención, pero David mantenía distancia.

Cuando Marina pidió el divorcio, Álvaro ni se sorprendió. Maletas en la puerta, una charla corta, y se marchó. A casa de sus padres.

Dos semanas después, David se acercó después del trabajo:

—Marina, ¿quieres tomar un café? Hablamos un rato.

Ella asintió, las mejillas sonrosadas. En la cafetería, entre risas y palabras serias, de pronto él dijo:

—Supo desde el principio que no eras solo una compañera. Eres mi destino.

Desde esa noche, todo cambió. Sí, hubo habladurías en la oficina. Sobre todo de Nuria:

—Vaya, la calladita se ha quedado con David… Y yo que me esforcé…

Marina se encogía de hombros. No necesitaba explicaciones.

Poco después, David le pidió matrimonio. Un anillo sencillo, una mirada sincera, y su corazón volvió a latir fuerte.

El sábado, invitó a Carmen. La casa olía a bollos recién horneados, el té humeaba en la mesa.

—Tengo noticias —dijo Marina, el corazón acelerado—. Me caso. Con David.

Carmen se quedó inmóvil. Luego… la abrazó con lágrimas:

—Por fin… Hija mía, te mereces ser feliz. Te ayudo con los preparativos. ¡Será una boda preciosa!

Estuvieron horas planeando el vestido, las flores, los invitados. Y Marina sintió que no solo conservaba a su exsuegra… tenía una amiga. Y Carmen, una hija que no había tenido, pero que ya llevaba en el corazón.

**Lección:** A veces, soltar un lastre no es egoísmo, sino la única forma de salvar lo que queda de luz en tu vida.

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¿El final esperado o apenas el comienzo?