El exmarido en apuros – ¡listo para escapar!

¡Me has sacado los nervios! exclamó María, irritada. ¿Ahora vas a firmar los papeles?

¡Pues por eso me divorcié de ti! replicó Álvaro. ¡Nunca me entendiste! Tus nervios me ahogan. ¡Me preocupa el futuro de los niños!

¡Y con ellos todo irá de maravilla! contestó María. Además, mi madre viajará con nosotros.

Cobertura gruñó Álvaro.

¡Otra vez! saltó María. Voy a viajar por trabajo. ¿Puedes entenderlo?

Puedo asintió Álvaro. Y además sé que allí encontrarás a algún extranjero, te casarás y te quedarás para siempre.

Yo gano millones, no para andar por el extranjero y ver a los niños.

No pienso quedarme en ningún sitio dijo María, nerviosa.

¡No lo creo! ¡No creo a ninguna de tus palabras! alzó la voz Álvaro. ¡Te llevas a tu madre y ya no tienes a nadie más! ¡Pues vas a sacar a toda la familia de una sola vez!

No me vengas con que, si surge la oportunidad, no te quedarás. Yo no voy a perder a los hijos por tu vida privada.

Álvaro, a diferencia tuya, los niños quedaron conmigo tras el divorcio. ¡Si no lo has olvidado, son tres!

No es fácil que una mujer con tres hijos sea codiciada dijo María. Yo viajo exclusivamente por trabajo, pero no puedo olvidar a los niños. Mientras yo trabaje, mi madre los llevará al parque de atracciones, a la playa y a otros lugares de ocio.

Tu madre podría pasearse aquí también. Y tú puedes ir a donde te plazca respondió Álvaro, con una sonrisa forzada.

Álvaro, no seas peor de lo que eres suplicó María. Los niños están de vacaciones, yo trabajo en el extranjero y ahora es temporada alta. Déjalos disfrutar y pasar tiempo.

Aún no tienen nada de qué descansar, pero pueden pasar buen rato en la patria afirmó Álvaro. Por tus asuntos amorosos fuera de España no voy a renunciar a mi derecho a participar en su educación. Yo, por cierto, entrego la mitad de mi salario a su sustento, así que tengo pleno derecho.

Álvaro, si el problema son los empezó María.

¡No! interrumpió él. ¡No se trata de dinero! No quiero perder a mis hijos.

¿Así que la cuestión la planteas de esa manera? preguntó María, tensa.

Exactamente. No hay otra opción. No concederé permiso para que los niños salgan del país.

Menos mal que lo he mencionado ya, suspiró María. Sabía que no todo sería fácil y convencerte sería inútil.

Exactamente asintió Álvaro, satisfecho.

Una pregunta, ¿tienes ahora alguna relación? indagó María.

¿Y eso a qué viene? se quedó sin habla Álvaro.

¡Contéstame como exesposa!

No tengo pareja respondió él. Con la mitad del sueldo no se construyen relaciones

El tema del sueldo lo arreglaremos replicó María. ¡Incluso mejoraremos tu situación económica!

¿Qué dices? se mostró receloso Álvaro.

Nada. Pronto tendremos el juzgado. Presentarás un recurso para fijar la residencia de los niños mientras yo trabaje fuera. En consecuencia, no se te descontarán alimentos; al contrario, te pagarán la mitad de mi salario. Así los niños, como tanto deseas, permanecerán en la patria y contigo.

¿Estás cuerda? vaciló Álvaro.

De lo contrario, presentaré una demanda para despojarte de la patria potestad. Que pagues pensión no basta; el hecho de no participar en su educación ya es razón suficiente. Hace tres años que se divorciaron y nunca has visitado a los niños.

Álvaro quedó como empapado.

Pero puedes simplemente firmar los papeles de salida le dijo María con una sonrisa que le hizo temblar a Álvaro.

Los niños se quedarán conmigo replicó él como un títere.

Perfecto. Tengo tres meses antes de mi partida. Saldremos todo y, como ayuda, puedo enviarte a mi madre.

***

Era evidente que la unión entre Álvaro y María no prosperaría. Eran demasiado diferentes, las relaciones se volvían un desastre. Sus frases estruendosas, promesas vacías y planes imposibles reflejaban una inmadurez que aún los acompañaba. Cuando se casaron, la gente ya apostaba a que se divorciarían, diciendo a voces:

¿Cómo se lleva una pareja así?

Los recién casados, pese a los pleitos, siempre conciliaban. María cedía a veces, Álvaro se doblaba otras. Los padres esperaban que, tras cada pelea, se reconciliaran. Cada escándalo los nervios hacía temblar. Pero los jóvenes tenían sus propias preocupaciones.

Los padres de María le regalaron un piso en la zona de Chamartín. Tenían que reformarlo, amueblarlo y todo lo demás. Las reconciliaciones apasionadas retrasaban la obra; vivir en un sitio a medio acabar era incómodo, la pintura crujía y el polvo nunca cesaba. Sin embargo, la reforma tuvo que acelerarse cuando María quedó embarazada.

Álvaro, a diferencia de María, era hombre de trabajo manual. Terminó la reforma dos semanas antes del nacimiento de la hija. María, aunque diseñadora, tuvo que conformarse con lo hecho. Él sabía mover cemento, ladrillos y madera, pero barrer el suelo le parecía una molestia. Lavar la ropa manchada de pintura no le costaba nada; colgarla sí.

Al cocinar también le fallaba. Así, la pareja rozó la separación, pero lograron mantenerse once años. Con el tiempo nacieron dos hijos más, aunque nadie comprendía cómo.

Llegó el día del divorcio definitivo. Álvaro recogió sus cosas, deseó felicidad a todos y se marchó durante tres años sin dar noticias. Sus hijos, de once, siete y tres años, apenas recordaban a su padre, salvo los pagos de pensión que le recordaban su existencia.

Un día, a María le ofrecieron una comisión en Londres por dos meses, con condiciones de oro: alojamiento completo, los tres hijos y un acompañante. No tardó en tramitar los papeles, pero necesitaba el permiso del padre. Álvaro se negó rotundamente, obligándola a buscar soluciones rápidas.

Como toda madre, María temía dejar a los niños con el padre durante dos meses. Si Álvaro hubiese colaborado, nada habría sido tan complicado. Sin embargo, la mayor hija ya tenía catorce años y ayudaba a su madre; el hijo y la pequeña ya no eran bebés, tenían diez y seis años y comprendían la situación. La madresuegra, Doña Carmen, fue enviada como supervisora, con la autoridad de llamar a la policía si Álvaro se escapaba.

Tras dos meses, María volvió a Madrid y contactó a su madre para saber cómo estaban las cosas.

Ha bajado veinte kilos, tiene ojeras como un panda y el sistema nervioso está hecho polvo comentó Doña Carmen. Además me debe treinta mil euros.

¿Y los niños? preguntó María.

Están contentos. ¡Construyeron una casita en tres días! Cuando el padre se protestó, intervine y le expliqué la ley.

¿No están muy inquietos? inquirió María.

Oksana los mantiene bajo control y a Diego le obliga a leer.

Al volver, María descubrió que la policía había puesto una orden de captura contra ella. Una semana antes de su regreso, Álvaro lanzó una campaña de recompensas: diez mil euros a cualquiera que informara si María aparecía, con el objetivo de devolverle los hijos.

Al final, la entregaron como si fuera una botella de cristal. Álvaro, fuera del trabajo, llegó a la vivienda donde María acababa de entrar.

¡Todo! ¡Llévate a los niños! exclamó al abrirla.

¡Qué va! refutó María. Sólo he venido una semana; mi contrato es de un año.

¡No mientas! Te vi en tu oficina. Dijiste que no volverías. ¡Era una misión puntual!

¿De verdad fuiste a mi empresa? sorprendida.

Hablé con el director, así que basta. ¡Llévate a los niños! Si necesitas que salgan, te los llevo a la fuerza, ¡te lo juro!

¡Álvaro, no entiendes! se rió María. Ya fuimos a juicio, fijamos la residencia de los niños, y ahora tú pagas la pensión. Si quieres que vuelva al juzgado, no tengo tiempo; seguiré pagando la pensión y visitando los fines de semana si no te opones.

Álvaro se puso pálido, sudó y tembló como si fuera a desmayarse.

¡Eres el padre del año! Ganaste en los tribunales, ahora cría a los niños. Yo intentaré ser una buena madre de los domingos, no como tú, que en tres años nunca los visitaste.

¡Marta, querida! Por favor, llévalos, no tengo fuerzas. Juro que iré cada fin de semana. ¡Solo llévalos, me están consumiendo!

¡Vaya! asintió María. Así vivía, sin ayuda del ex. Álvaro suplicó. Te prometo ayuda, solo líbrame de ellos.

Álvaro cayó de rodillas, arrastrándose hasta María.

¡Por favor!

En el juzgado, el espectáculo fue otro, y la familia acabó bajo la vigilancia del servicio de protección infantil: ¡No se trata de hacer malabares con los niños!. El informe señaló que los niños percibían la disputa como una extraña aventura.

Al final, los niños volvieron a tener a su padre. No era el mejor, pero se esforzaba. Con los años, los recuerdos malos de Álvaro se desvanecieron; aunque nunca llegó a ser el padre del año, hizo todo lo posible.

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