**El Marido Ajeno**
– Lucía, lo siento, tengo que irme.
– ¿Te ha llamado tu esposa? Vete, claro. Ya estoy acostumbrada.
A Lucía le dolía cada vez que Javier se iba con su mujer. Soñaba con que se quedara a pasar la noche. Podrían ir a una cafetería, ver una película envueltos en una manta cálida, y ella le prepararía un café delicioso. Pero todo eso solo eran sueños. Javier nunca había ocultado que estaba casado y tenía un hijo. No amaba a su esposa, pero seguía con ella por el niño. Decía que, cuando terminara el instituto, entonces se iría con Lucía.
A Lucía le daba igual su esposa. ¿Por qué tenía que preocuparse por la felicidad de otra mujer? Si el amor se había acabado, que lo dejaran ir. Javier solo era un buen padre que no quería herir a su hijo con una separación.
“Ya llegará mi momento”, pensaba. En dos años, el niño iría a la universidad y entonces… Habría mantas, películas y felicidad. Lucía soñaba con tener una hija, su viva imagen.
Los dos años pasaron rápido. Esperaba que Javier cumpliera su promesa, pero siempre tenía excusas.
– ¿Entiendes? La madre de Marta está muy enferma y la hemos llevado a casa. No puedo ahora, lo comprendes, ¿verdad?
Lucía suspiraba y asentía. ¿Hasta cuándo tendría que esperar? ¿Hasta la jubilación?
Un retraso. ¿Será normal? Compró un test. Dos rayas. Quizás era lo mejor. Necesitaba ir al médico para confirmarlo.
Estaba sentada en el centro de salud, al fondo del pasillo, esperando su turno. La puerta se abrió y salió una mujer embarazada con un vientre prominente. Un hombre la sostenía del brazo. No podía ser… ¿Javier? ¿Qué estaba pasando?
Salieron sin verla. Lucía entró a la consulta.
– Señorita, ¿se encuentra bien? Está muy pálida.
– Sí, supongo que sí. Solo quiero hacerme un chequeo.
El médico confirmó el embarazo y la felicitó.
– Su edad ya es un factor a tener en cuenta, tener su primer hijo a los 35 es un poco tarde, pero no pasa nada. Antes de usted vino una pareja, ella tiene 40 años, su hijo ya está terminando el instituto y ahora esperan una niña. Una familia sólida, ¿por qué no hacerlo?
Lucía esbozó una sonrisa amarga sin responder. Su mente era un torbellino. ¿Cómo podía mentirle así? ¿Por qué prometerle que se iría si seguía teniendo hijos con su “odiada esposa”? ¿Hasta cuándo pensaba ocultarlo? ¿Qué haría ella ahora?
– Zorrita, hoy no podré ir, lo siento…
– Claro, yo tampoco estoy libre.
– ¿Y eso?
– Salgo de fiesta con Paula. Estoy harta de quedarme en casa.
– ¿De fiesta? ¿A qué viene eso? No me gusta nada la idea…
– Bueno, yo no tengo familia, puedo hacer lo que quiera. Tú eres un marido ajeno, no tienes derecho a decirme nada.
Colgó el teléfono. Claro, ella no podía salir, mientras él vivía su vida, criaba hijos y solo la visitaba para sentirse vivo. Hasta que se aburriera.
Solo entonces entendió el papel lamentable que había desempeñado todos esos años. Lo mejor era para su esposa e hijo; ella solo era un plan B. Y a él no le importaba que el tiempo pasara, que ella también quisiera ser madre antes de que fuera tarde. Bueno, ahora tendría a su propio hijo.
Javier llegó sin avisar, llorando. Le contó que, durante el parto de su esposa, el bebé había muerto. Era una niña. La noticia había destrozado a Marta, que ahora estaba sumida en una depresión.
– ¿Qué hago, Lucía? No sé cómo ayudarla…
– Pues qué vas a hacer, estar con tu esposa en su dolor. Javier, es vuestro duelo. No entiendo por qué venías a verme si todo iba bien, por qué mentías.
– Es un castigo de Dios, por lo nuestro…
– No digas tonterías. Solo tú tienes la culpa. Mentiste a tu esposa, a mí… a ti mismo. Ahora sé un hombre y ocúpate de ella.
– Es que las quiero a las dos, de maneras diferentes. No puedo elegir…
– Basta, Javier. Vete y no vuelvas.
Cerró la puerta y lloró. Sentía pena por sí misma y por Marta, que acababa de perder a su hija. Pronto Lucía sería madre y entendía ese dolor.
Javier llamó varias veces, apareció borracho, pero ella no le abrió. Nunca supo que Lucía tuvo un niño, su hijo, al que puso su apellido y dejó sin padre en el registro. El pequeño Daniel era idéntico a Javier, el marido ajeno.
Según las estadísticas, un 10 % de los hombres deja a su esposa por la amante. La mitad regresa. ¿Cuántas mujeres esperan en vano que el hombre casado cumpla su promesa de divorciarse y casarse con ellas?