La Función
Hoy, Lara esperaba con ansias el final de su jornada en la oficina. Soñaba con salir y encontrarse con su adorado esposo, Javier, para ir juntos a su cafetería favorita. Fue allí donde se conocieron, exactamente ese mismo día, cinco años atrás.
Salió volando del trabajo y lo vio junto a su coche, sonriendo.
—Hola, Javi —se abrazó a él mientras él le daba un beso en la mejilla.
—Hola, cariño. ¿Vamos a nuestro sitio? —dijo él, más como afirmación que como pregunta. Ella rió feliz y asintió. Esperaba un regalo, claro.
Tras un rato en el café, Javier, sin haberle dado nada, propuso:
—Bueno, vamos a casa. Tu sorpresa te espera allí.
—¿En serio? ¿Qué es? ¿Por qué no la trajiste? —preguntó ella, intrigada.
—Pronto lo verás y lo entenderás todo —respondió él, misterioso.
Al llegar, salieron del coche y Javier se acercó a una berlina negra. Pulsó el mando y se abrieron las puertas.
—Aquí tienes, mi amor. Es para ti. Disfrútala.
Lara se quedó boquiabierta. Un coche no entraba en sus cálculos. Se lanzó a su cuello.
—Javi, ¡eres el mejor marido del mundo! ¡Te quiero tanto!
Era imposible no adorarlo. Trabajaba sin descanso para hacerla feliz, ahorrando incluso para la casa de sus sueños. Vivían en un piso heredado de ella, pero soñaban con una villa en las afueras. Después, vendrían los niños.
—Ahora es tuyo. Sabía que lo querías.
Celebraron su aniversario y el coche nuevo en casa, pues en el café no pudieron brindar: Javier conducía.
Al día siguiente, Lara llegó a la oficina con su nueva joya roja. Las compañeras la esperaban, curiosas por el regalo.
—Mi Javi me ha dado un coche —dijo, cerrando los ojos un instante—. No os imagináis lo increíble que es. Cinco años y ni una pelea seria.
—¡Enhorabuena! —dijeron algunas, mientras otras mascullaban entre dientes.
Entre estas últimas estaba Nuria, excompañera del instituto de Javier, que siempre la había envidiado. Desde el colegio, suspiraba por él. Mirando a Lara, pensaba:
*¿Por qué a unas todo y a otras nada? Ya verás cómo termina esta comedia.* Pero sonreía, hipócrita.
Lara, inocente, no captaba que la felicidad debe guardarse. Creía que todas la querían igual. No sospechaba de la envidia que podía llevar a alguien a mentir, incluso a destruir.
Al terminar la jornada, Javier llamó: había un trabajo extra y llegaría tarde. Ella suspiró. No importaba; trabajaban por su futuro.
Saludó a las compañeras y se dirigió a su coche.
—Vamos, preciosa, a casa —murmuró, acariciando el auto.
De camino, entró en un centro comercial y compró un reloj de pulsera para Javier.
—Le encantará —pensó, feliz—. Dar también es bonito.
Al llegar a su calle, frenó para aparcar cuando, de pronto, un golpe. Saltó del coche y vio a un hombre en el suelo, sujetándose una pierna.
—¡Dios mío! ¿Le he atropellado? ¡Perdone! ¿Llamo a una ambulancia?
El hombre negó.
—No es grave. Solo un moretón. Algo frío bastaría.
Lara propuso subir a su casa y él aceptó. Mientras le ponía hielo, él no dejaba de mirarla. Se presentó:
—Soy Adrián. ¿Y tú?
—Lara…
—¿Conoces a ese hombre? —preguntó él, señalando una foto—. ¡Vaya! A ver, es tu hermano.
—¿Lo conoces?
—Claro. Es el marido de mi hermana. Es un currante, siempre en obras o viajes, ahorrando para una casa.
A Lara le dio un vuelco el corazón. No recordaba cómo salió Adrián. Las palabras quemaban. ¿Dos familias? ¿Y sus sueños?
Cuando Javier llegó, ella fingió dormir. No podía mirarlo.
Decidió guardar silencio. En el trabajo, nadie preguntó, aunque notaban su cambio.
—¿Dónde estará ahora? ¿En el trabajo o con ella?
Adrián empezó a aparecer: cerca del trabajo, casi en su portal.
—Esto no es casualidad, Lara —decía, sonriendo—. Es el destino.
Un día, en un bar, ella le contó la verdad.
—¿Dos familias? ¡Qué cabrón! Mi hermana está embarazada. Deberías echarlo.
En casa, Javier notó su distancia y quiso hablar. Pero ella no soportaba la idea.
—¿Le llamo? ¿Pido la dirección? ¿Y si veo a la otra?
Prefería empacar sus cosas y dejarlas en el pasillo. Pero sonó el teléfono: era el trabajo de Javier.
—Lara, lo han llevado al hospital. Un accidente.
Corrió. Javier estaba inconsciente, grave. Un compañero, Carlos, le explicó:
—Llevaba días en la obra. Usted sabe cómo es, con lo de la casa.
—¿Seguro que no hay una segunda familia?
Carlos se sorprendió.
—¿Qué? Solo habla de usted.
Lara, dudando, contó lo de Adrián.
—Suena a estafa —dijo Carlos—. Denúncialo.
En la policía descubrieron que Adrián salió hace poco de prisión por extorsión. Y era hermano de Nuria, su compañera. Ambos tramaron separarlos para que Nuria se quedara con Javier.
Nuria odiaba a Lara y pagó a su hermano para fingir interés. Sabían del ahorro para la casa. Fue todo una función.
Tiempo después, Nuria y Adrián se retractaban ante los policías. Lara, en el hospital, acariciaba la mejilla de Javier.
—Mi amor, el médico dice que te va bien. Te cuidaré hasta que te recuperes.
Pronto volvieron a casa. Javier sonreía al recibir el reloj.
—Lari, ¿y si no esperamos a la casa? Quiero un bebé.
Ella asintió, emocionada.
—Yo también. Mucho.
—Te quiero —susurró él—. Hoy aún no te lo había dicho.
La felicidad se instaló en su hogar. Y al poco, llegó su hijo. Estaban en el séptimo cielo.