El Enigma del Viejo Maletín: Drama de Lazos Familiares

**El misterio de la maleta vieja: un drama de lazos familiares**

En el tranquilo pueblo de Valdeflores, donde las tardes huelen a azahar y las casas antiguas guardan secretos del pasado, María del Carmen sentada en su salón se perdía en su telenovela favorita. De repente, el chirriar de la puerta rompió el silencio, y el corazón de la anciana dio un vuelco.

—Abuela, necesito pedirte algo —en el umbral estaba su nieto Javier, alto, con mirada inquieta—. ¿Recuerdas que dijiste que tenías una maleta en el desván acumulando polvo?

María del Carmen, apartando la vista de la pantalla, se levantó lentamente del sillón, sintiendo cómo la ansiedad le apretaba el pecho.

—¿Qué maleta, Javi? —preguntó, ajustándose el pañuelo.

—Esa, abuela, con las cosas que guardaste para cuando… ya sabes —respondió él, pasándose nervioso la mano por el pelo.

—Sí, está ahí. ¿Qué pasa? —su voz tembló al sentir un presentimiento.

—No es por la maleta, está bien donde está. Pero con tus ahorros… hay un problema.

—¿Qué problema? —exclamó la anciana, los ojos desorbitados.

No entendía adónde quería llegar su nieto.

—¡Se van a devaluar, abuela! Los precios suben. ¿Recuerdas que querías visitar al resto de la familia en el pueblo?

—Sí, lo recuerdo —susurró, aún sin comprender.

—Pero el coche que tengo es viejo, abuela, no aguantará el viaje. El banco no me da más créditos, dicen que mi historial no es bueno…

—Sé que pediste préstamos, pero ¿no los devolviste? ¿Qué quieres ahora, Javi?

—Tú ahorraste para tu funeral, ¿verdad? Dijiste una cantidad como si fuera para una boda, no para un entierro. ¿Para qué tanto?

—¿Crees que no te daré un adiós digno? —siguió Javier—. Te llevaré como mereces, y hasta una lápida bonita. No tengo a nadie más que a ti. Pero quiero que vivas bien ahora: un abrigo nuevo, zapatos, y si vamos al pueblo, necesitarás cosas. Yo, en cambio, necesito ayuda para el coche. El viejo lo vendo y con algo más compro otro. No es nuevo, pero al menos que funcione. Y te llevaremos a la playa, conmigo y con Laura. Quiero casarme con ella, pero falta dinero…

María del Carmen escuchaba sin interrumpir. Javier era buen chico, pero impulsivo. Una idea se le metía en la cabeza y no paraba hasta cumplirla. Antes se compró una guitarra cara, y ahora ni la tocaba. El coche viejo lo usaba para hacer de taxi los fines de semana, pero estaba para la chatarra.

—Javi, ¿quién va a querer comprar un coche roto? —preguntó confundida.

—Abuela, hay gente que lo compra para piezas o lo repara. A mí no me sale rentable arreglarlo. Así que… ¿me das el dinero del funeral?

María del Carmen recordó. Cuidó a Javier desde los tres años, cuando su hija, Lucía, se volvió a casar y lo dejó con ella.

—Mamá, que se quede Javier contigo un tiempo. Sergio y yo necesitamos espacio.

Pero supo que no volverían por él. Tuvieron una niña, Claudia, y todo fue pediatras, quejas y mimos. A Javier lo olvidaron.

El chico creció con ella, y aunque Lucía mandaba algo de dinero, nunca bastaba. La abuela se privó de todo para que él no careciera de nada.

Pasó la juventud rebelde: préstamos, el coche destartalado para presumir, luego trabajo duro para saldar deudas. Pero ahora Javier había madurado. Laura, su novia, era sensata. Hasta hablaban de casarse y vivir con ella.

¿Merecía la pena confiar? Si le daba su dinero y él la decepcionaba… Pero su pensión era suficiente. Lo único que quería era verlo feliz.

—Está bien, Javi, te daré el dinero. Pero que sea tu conciencia la que lo juzgue.

—¡Todo saldrá bien, abuela! —la abrazó.

El coche que compró era precioso: granate, reluciente, parecía nuevo. María del Carmen lo admiró, sorprendida por los asientos tan cómodos.

—¿Te gusta? Sube, damos una vuelta —dijo Javier, emocionado.

Conducía con cuidado. Pararon en un centro comercial.

—Vamos, abuela, a comprarte algo bonito.

Eligieron un abrigo burdeos, zapatos, un vestido…

—Javi, ¿y cómo vamos a vivir después?

—Tranquila, me dieron un bonus en el trabajo.

Poco después, viajaron al pueblo. María del Carmen lloró de alegría al reunirse con sus hermanos y sobrinos. Laura repartió invitaciones para la boda.

La celebración fue en un restaurante. Hasta Lucía, siempre crítica, admitió que estuvo perfecta. Ella llegó sola —Sergio, otra vez de viaje—, y Claudia ni apareció. Pero la abuela no dejó que eso le amargara el día.

Cuando Javier y Laura planearon su luna de miel en la playa, María del Carmen se resistió:

—¿Para qué quieren a una vieja en su viaje? Además, es caro.

Pero se enfadaron en broma:

—¡Eres nuestro amuleto, abuela! Laura nunca tuvo abuela, y dice que tú le traes suerte.

—Además —añadió Laura—, el coche va igual para dos o tres. El alquiler es barato, y verás qué atardeceres…

Y la anciana cedió. ¿Qué tenía que perder? Ya le había dado su dinero a Javier. Pero no era verdad: tenía lo más importante. A él.

En la playa, disfrutaba las tardes en su hamaca. El agua tibia, la música, la risa de la gente…

—Abuela, esto demuestra que viviremos bien juntos —dijo Javier, besando a Laura, morena y feliz.

Y cuando Laura anunció que esperaban un bebé y contarían con ella, María del Carmen supo que era completamente feliz. Familia, amor, respeto… y pronto, risas de niño en casa.

Decidió que no volvería a ahorrar para un funeral tan pronto. Quizá iría otra vez a la playa. Por ahora, solo quería vivir.

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