El enigma del regalo prometido

**Diario Personal**

El salón de un restaurante en el centro de Madrid resonaba con la celebración de la boda de Lucía y Javier. Los invitados reían, la música fluía sin parar, y los recién casados brillaban de felicidad junto a la mesa nupcial. Llegó el momento de los regalos. Los primeros en acercarse fueron los padres de Lucía, entregando un sobre grueso lleno de billetes. Después vino la madre de Javier, Carmen Ruiz. Con humildad, les tendió un ramo de claveles y, acercándose, susurró: “Mi verdadero regalo lo recibiréis después de la boda.” — “¿Qué regalo?” — preguntó Lucía, mirando a su marido con curiosidad. — “Ni idea de lo que habla mi madre” — respondió Javier, encogiéndose de hombros. Pero Lucía no podía imaginar la intriga que su suegra había preparado.

Antes de la boda, Carmen había insinuado con misterio: “No quiero regalaros tonterías. No esperéis nada el día de la boda, pero después os sorprenderé con algo grande.” — “Como prefieras” — respondió Lucía, incómoda. “No exigimos nada.” — “Mamá, tranquilízate, lo importante es que estés con nosotros” — intentó calmar Javier. — “No iré a la boda de mi hijo con las manos vacías” — dijo Carmen con firmeza. — “Pero mejor no hablemos de esto con los demás.” — “De acuerdo” — asintió Javier, aunque Lucía dudaba que su suegra cumpliera. Sabía que Carmen no pasaba por su mejor momento económico, pero la pareja había cubierto los gastos de la boda sin pedir ayuda. Los padres de Lucía, a pesar de sus medios limitados, habían logrado reunir cinco mil euros para ellos. En la boda, Carmen solo entregó flores, un gesto que pasó desapercibido entre brindis y bailes. Aun así, destacó con discursos interminables, disfrutando de ser el centro de atención.

“No imagináis lo que os tengo preparado” — susurró Carmen al final de la noche, con una mirada traviesa. — “Será una sorpresa que os dejará sin palabras, pero más adelante.” — “No te preocupes” — dijo Javier, apretando la mano de Lucía. — “Me has picado la curiosidad” — admitió ella, disimulando su intriga. — “¿Sabes algo y no me dices?” — “Lo juro, no tengo ni idea” — respondió él. — “Pero da igual, lo importante es que estamos juntos.” Lucía asintió, pero su curiosidad seguía intacta. Intentó sonsacar algo a Carmen, pero su suegra solo sonreía con picardía: “Si os lo cuento, no será sorpresa. ¡Paciencia!”

Pasaron meses y el prometido regalo nunca llegó. Lo que al principio era motivo de risas, acabó exasperando a Lucía. Ocho meses después de la boda, decidió recordárselo a Carmen. “¡Claro, solo os importa el dinero!” — estalló su suegra, con voz temblorosa. — “¿Y si me preguntarais cómo estoy, si necesito algo?” — “Si necesitas ayuda, dilo claro, estamos para apoyarte” — respondió Lucía, desconcertada. Pero Carmen guardó silencio, adoptando el papel de ofendida, y se quejó a Javier de la “descarada” actitud de su mujer. “No le des más la tabarra con el regalo” — le pidió él a Lucía. — “Me ha montado un número que no veas.” — “Solo pregunté por curiosidad, ¡ella misma alimentó el misterio!” — se defendió Lucía.

Después de eso, Lucía evitaba a su suegra, hablando solo cuando era necesario. Pero eso empeoró las cosas. Carmen volvió a quejarse: “Mientras tu mujer creyó que le daría un regalo caro, se me ponía de corbata. Ahora que sabe que no habrá nada, me esquiva como si tuviera la peste.” — “No es así, Lucía no es así” — defendió Javier. — “Entonces, ¿por qué actúa así?” — insistió Carmen. — “Desde aquel día ni pisa mi casa, y cuando habla, parece que la obligan.” Al enterarse, Lucía suspiró: “Nada le viene bien a tu madre. Antes le molestaba mi atención, ahora mi distancia. ¡Mañana me acusará de respirar mal!” — “Cree que solo la queremos por su dinero” — dijo Javier, avergonzado. — “Sí, claro, y en un año no nos ha dado ni un detalle” — recordó Lucía. — “Mis padres, sin embargo, nos traen cosas de la huerta y nunca vienen con las manos vacías.” — “¿Estás diciendo que mi madre viene sin nada?” — se irritó Javier. — “Es mi única madre, y pido que la respetes.” — “No hay problema” — replicó Lucía. — “Pero no solo viene sin nada, ¡encima se lleva los tuppers que cocino!”

El tema del regalo se volvió tabú, pero los roces continuaron. Carmen, como echando leña al fuego, siempre encontraba motivos para criticar a su nuera. Mientras, con amigos y familiares, se mostraba como una santa: “Mi hijo y yo lo hacemos todo por ella, ¡y ni un gracias!” — se quejaba. — “Nunca me meto en su vida, les doy regalos carísimos. Hasta quería darle el anillo antiguo de mi bisabuela… ¡y mira cómo me paga!” Los demás asentían, convencidos de su bondad.

En el primer aniversario, Carmen volvió con el misterio: “¡Preparaos para mi gran sorpresa!” — anunció, tras recibir la invitación a una cena íntima. — “No hace falta esforzarse tanto” — sugirió Lucía con timidez. — “Tomaré nota” — contestó Carmen con sarcasmo. Javier se enfadó: “¿Por qué siempre buscas bronca? ¡Que dé o no dé lo que quiera!” — “Exacto” — replicó Lucía. — “Su ‘regalo’ del año pasado aún lo estamos esperando, así que mejor nada.”

Finalmente, decidieron evitar peleas por Carmen y dejar el tema atrás. En el aniversario, los padres de Lucía regalaron un mantel bordado y ropa de cama, mientras unos amigos les dieron vajilla y copas. Carmen llegó con una enorme tarjeta y un discurso que duró quince minutos, como si aquello mereciera aplausos. “Ni una palabra de regalos” — advirtió Javier de vuelta a casa. — “No pienso hablar” — respondió Lucía.

Pero el silencio duró poco. Un mes después, Carmen pidió expresamente un móvil de última generación para su cumpleaños. “¿En serio vamos a cumplir su capricho?” — preguntó Lucía. — “Mi madre necesita teléfono, no es tanto” — justificó Javier. — “¿Te molesta?” — “No” — respondió ella, fría. — “Pero recuerda que mi madre también cumple años, y los regalos deben ser iguales.” Javier calculó los gastos con resignación. Al final, Carmen recibió un modelo básico, lo que desató su furia. Acusó a Lucía de avaricia y empezó a planear su venganza…

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