El enigma del desayuno matutino: la bondad de los vecinos

**El Misterio del Desayuno Matutino: La Bondad de los Vecinos**

La vida de un padre soltero es un remolino interminable de preocupaciones y emociones. Mis dos hijas, Sofía de cinco años y Lucía de cuatro, son mi mundo, mi razón de ser. Pero desde que su madre nos dejó, alegando que era demasiado joven para la vida familiar y quería “ver mundo”, cargo yo solo con el peso de criarlas y mantenerlas. Cada mañana es una carrera contra el reloj: vestirlas, darles de comer, llevarlas a la guardería y llegar a tiempo al trabajo en un pueblecito junto al Tajo. El cansancio es mi sombra fiel, pero sus risas y sus ojos brillantes hacen que todo valga la pena. Sin embargo, hace poco ocurrió algo extraño que trastocó mi rutina y me hizo latir el corazón con fuerza.

**El Enigma del Desayuno**

Aquel día empezó como cualquier otro. Me desperté rendido, con la cabeza pesada, preparándome para el ritual cotidiano. Las niñas y yo, aún medio dormidos, nos arrastramos hasta la cocina, donde pensaba servirles gachas con leche. Pero, para mi sorpresa, en la mesa ya había tres platos con tortitas calientes, adornadas con mermelada y fresas frescas. Me quedé helado, sin creer lo que veía. ¿Acaso las había preparado en sueños? Revisé toda la casa, las cerraduras, pero no había rastro de nadie. Todo estaba en su sitio.

Sofía y Lucía, todavía adormiladas, no supieron responder a mis preguntas confusas. Se abalanzaron sobre las tortitas, comiéndolas con esa alegría despreocupada de la infancia. A pesar del misterio, salí corriendo al trabajo, aunque el enigma del desayuno no se apartaba de mi mente. ¿Quién lo había preparado? ¿Y por qué?

**La Sorpresa en el Jardín**

El día pasó en una bruma. No dejaba de pensar en las tortitas, en la casa vacía. Me convencí de que sería algo aislado, quizá un despiste mío. Pero por la tarde me esperaba otra sorpresa. Al llegar a casa, descubrí que el césped, abandonado por falta de tiempo, estaba perfectamente cortado. La hierba, recta y uniforme, parecía obra de un jardinero experto. No podía ser casualidad.

Alguien nos ayudaba en secreto, pero ¿quién? Y ¿por qué lo hacía a escondidas? La curiosidad me quemaba por dentro. Tenía que descubrir la identidad de ese bienhechor invisible.

**El Secreto al Descubierto**

Decidí llegar al fondo del asunto. Puse la alarma para madrugar y, con cuidado de no despertar a las niñas, me escondí en la cocina, agazapado tras la puerta. El corazón me golpeaba el pecho mientras las horas pasaban. A las seis en punto, escuché el crujido de la puerta trasera. Conteniendo larespiración, espié por la rendija y me quedé paralizado al ver entrar a mis vecinos, los ancianos Martínez, Isabel y Manuel, cargados con una bandeja de churros recién hechos.

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El enigma del desayuno matutino: la bondad de los vecinos