**El misterio de la maleta vieja: un drama de lazos familiares**
En el tranquilo pueblo de Valdeflores, donde las tardes huelen a azahar y las casas antiguas guardan secretos del pasado, la abuela Carmen Martínez estaba en su acogedora salita, absorta en su telenovela favorita. De repente, el chirrido de la puerta la sobresaltó.
—Abuela, necesito pedirte un favor —dijo su nieto Javier, alto y con mirada inquieta, en el umbral—. ¿Recuerdas esa maleta que tienes en el desván?
Carmen, apartando los ojos de la pantalla, se levantó lentamente del sillón, sintiendo cómo la ansiedad le apretaba el pecho.
—¿Qué maleta, Javi? —preguntó, ajustándose el pañuelo.
—Pues esa que guardas con cosas para… bueno, para cuando ya no estés —respondió el joven, pasándose nervioso una mano por el pelo.
—Sí, la tengo. ¿Qué pasa? —su voz tembló al presentir lo peor.
—No, la maleta está bien, que siga ahí, no le pasa nada —se apresuró a tranquilizarla Javier—. Pero con tus ahorros… ahí hay un problemilla.
—¡¿Qué problemilla?! —exclamó la abuela, los ojos como platos.
No entendía adónde quería llegar su nieto.
—¡Que se van a devaluar, abuela! —soltó él—. ¡Los precios suben! ¿Te acuerdas de que querías que te llevara a tu pueblo, a ver a la familia?
—Sí, me acuerdo… —murmuró Carmen, sin captar aún su intención.
—Pues mi coche es un trasto, abuela, no aguantaría el viaje. Y no me conceden más créditos, que ya basta, que mi historial crediticio es un desastre…
—Ya sé que pediste préstamos, pero ¿no los devolviste? ¿Qué quieres ahora, Javi? —la anciana seguía perdida.
—Tú dijiste que ahorrabas para tu… bueno, para lo que sea que vaya después. ¡Pero mencionaste una cifra que parecía más para una boda que para un entierro! ¿O es que quieres que todos coman, beban y bailen como si fuera una fiesta?
—¿Crees que no te despediré como es debido? —continuó Javier—. Claro que sí, y hasta te pondré una lápida bonita. Tú eres lo único que tengo. Pero quiero que disfrutes de la vida ahora. Necesitas un abrigo nuevo, botas, y si vamos al pueblo, pues lo que haga falta. Yo necesito echarle un dinero al coche. Venderé el viejo, compraré uno mejor. Este ya no tiene arreglo. No será último modelo, pero al menos funcionará. ¡Y también te llevaremos a la playa! Laura y yo vamos, y tú vienes con nosotros. Laura es increíble, ¿sabes? Quiero casarme con ella, pero faltan perras…
Carmen escuchaba sin interrumpir. Javier era un buen chico, aunque algo impulsivo. Si se le metía algo en la cabeza, no había quién lo parara. Primero fue una guitarra cara —decía que sería músico—, y ahora ni la tocaba. El coche viejo lo usaba para llevar gente a la estación, pero ya no daba más de sí.
—Javi, ¿quién va a querer comprarte un coche roto? —preguntó, confundida.
—¡Bah, abuela! Alguien lo llevará al desguace o lo reparará. A mí no me sale rentable arreglarlo. Así que, ¿me das tus ahorros…?
Carmen se quedó pensativa. A Javier lo había criado desde los tres años. Su hija, Lucía, al casarse por segunda vez, lo dejó con ella.
—Mamá, ¿puede quedarse Javi un tiempo contigo? Sergio y yo necesitamos espacio para empezar. Luego lo recogemos.
Pero Carmen supo al instante que no volverían por él. Y no se equivocó. Lucía tuvo una niña, Sofía, y todo fue de médico en médico: las piernas, los dientes, la pronunciación… A Sofía la mimaban, y de Javier se olvidaron. La otra abuela lo controlaba todo, y con Carmen, Sofía apenas se relacionaba. Como si fuera ajena. Algo le habrían dicho.
Así pasaron los años. Javier solo quería estar con su abuela, y ella lo quería como a un hijo. Lucía ayudaba con algo de dinero, pero no daba para mucho. El chico crecía a pasos agigantados, y Carmen se privaba de todo con tal de que no le faltase nada.
Hubo una época difícil, cuando Javier era más iluso que maduro. Trabajaba, quería esto y lo otro, y nunca llegaba. Se endeudó, compró ese coche destartalado para impresionar a las chicas. Pero luego maduró, trabajó a destajo y saldó sus deudas. Desde que salía con Laura, Laura, una chica sensata, parecía otro. Querían casarse y, seguramente, vivirían con Carmen.
¿Se llevarían bien con ella? ¿O ya sería hora de partir? La abuela buscó respuestas en los ojos de Javier. ¿Y si le daba todo y él la decepcionaba? Pero su pensión era decente, le alcanzaría. Lo importante era no sentirse traicionada. Y tener algo por lo que vivir: ver a su nieto formar familia. Javier ya pagaba los gastos, la cuidaba. Y ella, aún dudando. ¡Qué más daba! Él jamás le fallaría. Y si lo hacía, entonces su vida habría sido en vano…
—Vale, Javi, te daré mis ahorros. Pero que no pesen en tu conciencia —decidió al fin.
—¡Todo irá bien, abuela! —la abrazó él.
El coche que compró era una maravilla: color cereza, reluciente, ¡parecía un sueño! Carmen lo rodeó, admirando los asientos de piel.
—¿Te gusta, abuela? —Javier sonreía como un niño—. ¡Sube, damos una vuelta!
Condujo con cuidado hasta el centro comercial.
—Venga, abuela, ¡a renovar el armario!
Le compraron un abrigo burdeos, como para una mujer joven, botas y un vestido.
—Javi, ¿y con qué vamos a vivir? —se preocupó ella.
—Tranquila, me dieron una prima por buen trabajo. No te rayes…
Poco después, Carmen visitó su pueblo natal con Javier y Laura. Revivió viejos recuerdos con hermanos y sobrinos. Laura repartió invitaciones de boda.
La boda fue en un restaurante. ¡Qué felicidad! Carmen bailó con su vestido nuevo. Hasta Lucía, siempre quejosa, admitió que estuvo perfecto. Eso sí, llegó sola —Sergio, “de viaje”— y Sofía no quiso ir. Pero Carmen no dejó que eso le amargara el día.
Cuando Javier y Laura la invitaron a la playa, ella se resistió:
—¿A qué voy yo, anciana, en vuestra luna de miel? ¡Es un gasto!
Pero los jóvenes se hicieron los ofendidos:
—¡Eres nuestro amuleto, abuela! Laura no tuvo abuela, y dice que eres genial, que nos traes suerte.
—Además —añadió Laura—, el coche va igual lleno o medio. El alquiler es barato, ¡y las puestas de sol son increíbles!
Carmen cedió. ¿Qué tenía que perder? Ya le había dado sus ahorros. Bueno, no: lo importante seguía ahí. Su nieto, al que había criado con esfuerzo.
En la playa, disfrutaba de las tardes en su hamaca. El agua tibia, la música… ¡Qué paz!
—Abuela, si convivir en vacaciones sale bien, en casa será pan comido —dijo Javier, mirando a Laura con ternura.
Y cuando Laura anunció que esperaban un bebé y que contarían con ella, Carmen se sintió plena. Tenía familia, amor y, pronto, risas infantiles en casaAl volver a casa, Carmen empezó a guardar monedas en una hucha nueva, pero esta vez no para su entierro, sino para el futuro viaje que harían todos juntos cuando llegara el pequeño.