**El Chiste que No Funcionó**
Alegre y bromista, Julia no podía pasar un día sin una buena carcajada. En el colegio era la reina de las bromas, y en la universidad formó parte del equipo de humoristas. Incluso al elegir novios, buscaba siempre a aquellos que tuvieran gracia.
—Julia, ya cambias de chico como de camiseta —le dijo un día su amiga Carla—. Uno hoy, otro mañana, y ahora ya vas por el tercero.
—Carla, ya sabes que para mí el humor lo es todo. Si no me río, me muero. Pero es que el primero, Jaime, era un serio total, y el segundo, Luis, se desternillaba si le hacías cosquillas con la mirada. Demasiado, ¿no? —explicaba Julia, riendo.
—Pues va a ser difícil que encuentres a alguien que cumpla —respondió Carla, esbozando una sonrisa burlona.
—A mí me gusta reírme y hacer reír. Quiero un novio que sepa seguirme el juego —decía Julia, con gesto pícaro.
—Pero la vida no es solo chistes, Julia. Yo, por ejemplo, prefiero a alguien serio. Tanta broma… ni fu ni fa —contestó Carla, más seria.
—Cada cual es como es. A mí me gustan los chicos que saben reírse hasta de sí mismos, que ven el lado bueno de todo. Lo importante es que las bromas no pasen de la raya —reflexionaba Julia.
Julia adoraba el Día de los Inocentes, cuando todo el mundo aceptaba las bromas sin enfadarse. En la oficina donde trabajaba, era famosa por sus trampas ingeniosas. Eso sí, casi nunca caía en las que le gastaban a ella. Así era ella.
Sí, había salido con chicos, pero Jaime era un muermo total, incapaz de soltar una risa, y Luis al principio parecía bien, pero luego se notaba que no captaba la mitad de sus chistes. Así que las relaciones se esfumaron.
**La Ruptura**
Cuando conoció a Diego, pensó que por fin había encontrado a alguien con quien compartir su humor. Así que, un 28 de diciembre, se escondió detrás de una esquina y, al pasar él, saltó con una mueca terrorífica y un grito de “¡Buuu!”. La broma no dio mucho miedo, pero Julia esperaba su revancha.
Sin embargo, ese día Diego no contestó con otra broma. Pero dos días después, mientras ella llevaba dos tazas de café y una tableta de chocolate, él lanzó a sus pies una serpiente de juguete tan realista que hasta se movía. Julia dio un respingo, el café se derramó y las salpicaduras volaron.
—¡Diego, ¿qué haces?! ¡Podría haberme quemado! —gritó indignada.
—Venga, solo era la revancha —dijo él, encogiéndose de hombros—. No pensé que te asustarías tanto.
Se pelearon, pero luego hicieron las paces. Sin embargo, un mes después, Diego “bromeó” otra vez: le lanzó una serpiente de verdad, inofensiva pero muy viva, que había pedido prestada a un amigo. Julia, que estaba terminando su té antes de ir al trabajo, se asustó tanto que saltó sobre una silla, derramándose la bebida encima.
—¿Pero qué te pasa? ¡No es venenosa! —se rio Diego, recogiéndola y guardándola en una caja.
—¿A esto le llamas broma? ¡Recoge tus cosas y lárgate de mi piso! Y esta vez lo digo en serio. Fuera.
Así terminó todo. Julia amaba las bromas, pero no aquellas que la ponían en peligro. En la oficina, era conocida por su cara de póquer al gastar una pulla. Sus compañeros, por más que lo intentaban, casi nunca lograban pillarla.
Con su expresión impasible, se acercaba a su compañero Álvaro y le soltaba alguna tontería con tal seriedad que él corría a comprobarla. Nunca se enfadaba con ella, y también intentaba devolverle las bromas. Sobre todo el Día de los Inocentes.
Con Álvaro solo había relación de compañerismo. Ni se le pasaba por la cabeza verlo de otra manera… hasta ese día.
**El Inocente Definitivo**
Ese 28 de diciembre, Julia preparó unos pastelillos de manzana—hechos por ella—, pero a uno le añadió un buen puñado de sal y pimienta.
—Álvaro, ven a tomar café. Incluso he hecho pasteles —dijo, enseñando la bandeja antes de repartirlos entre los demás.
—El café me lo sirvo yo, que contigo nunca se sabe —se rio él, sin sospechar del pastel envenenado.
Pero al primer bocado, Álvaro se tapó la boca y salió escopeteado de la sala.
—Julia, ¿nos has puesto algo a nosotros también? —preguntaron los compañeros, entre risas y susto.
—No, no, solo Álvaro tuvo esa suerte —contestó ella, riendo.
Cuando Álvaro volvió, preguntó en serio:
—¿Cómo pude confiarme hoy, sabiendo cómo eres?
Todos rieron, incluida Julia, orgullosa de su hazaña. Pero sabía que Álvaro no se quedaría así.
**La Broma Descontrolada**
Casi al final de la jornada, Julia fue a la cocina a por un té. Álvaro entró poco después.
—Ah, vosotros con vuestro té, y yo quiero una manzana.
La cortó en cuartos, pero de pronto gritó:
—¡Ay, me he cortado! Julia, tráeme una toalla.
Julia, que odiaba la sangre y las heridas, se puso nerviosa y corrió a buscar algo. Al acercarse con un trozo de papel de cocina, agarró su brazo… que se desprendió y cayó al suelo. ¡El manga estaba vacío!
El mundo le dio vueltas, y todo se oscureció. Al despertar, vio los ojos asustados de sus compañeros y la cara pálida de Álvaro.
—Julia, ¿estás bien? —la ayudó a levantarse.
Ella miró su brazo, intacto, y sonrió débilmente.
—Vaya broma… ¿funcionó o no?
Todos se rieron, menos Álvaro, que no paraba de disculparse.
—Perdona, no sabía que eras tan sensible. ¡Nunca me dijiste que te daban miedo estas cosas!
Cuando se recuperó, Julia también se rio.
—Tampoco es culpa tuya que me desmaye. Menos mal que no me golpeé la cabeza.
Álvaro no paró de atenderla, con té y hasta un trozo de chocolate que sacó de quién sabe dónde, repitiendo una y otra vez:
—Perdón, perdón…
—Basta, Álvaro —dijo Julia—. Yo también te gasto bromas. Por fin te salió una buena.
No estaba enfadada, solo molesta por su debilidad.
—Tengo que trabajar en eso —pensó.
**El Cambio**
Pero entonces miró a Álvaro de otra manera:
—Es un buen chico, atento, gracioso… ¿Por qué nunca lo vi así antes?
Y así empezó todo. Álvaro incluso le confesó:
—Julia, hace tiempo que me gustas. Contigo no hay día aburrido. Pero pensé que solo me veías como un compañero.
—Pues algo hizo clic… —sonrió ella.
Se rieron incluso en el registro civil, y su boda fue una fiesta de chistes. Como dicY, aunque siguieron gastándose bromas toda la vida, nunca más hubo una que terminara en desmayo.