El día especial que comenzó con llamadas inesperadas

Hoy era su cumpleaños. Desde primera hora, todos la llamaban. Las llamadas interrumpían sus preparativos para el trabajo, aunque le alegraba que nadie se hubiera olvidado…

Su hija Lucía la felicitó y le recordó que después del trabajo debía pasar por su casa: cocinar, cuidar al nieto, ayudarle con los deberes…

Luego tendría que visitar a sus suegros, los García, para llevarles la compra hecha de camino. Después, correría a casa para preparar la cena a su marido.
Al final, quizá podría relajarse junto al televisor con una copa de vino. Si le quedaban fuerzas. Si no, tampoco pasaba nada. No era la primera vez…
Lo importante era atender a todos. Que nadie faltase. ¿Qué otro regalo necesitaba? ¿Contentos? Pues ella también…

Dos gatos, Don Felino (el viejo) y Minino (el joven), observaban a su dueña. Minino maulló:
—Qué suerte tenemos. Nadie nos cuidaría como ella.
Don Felino frunció el bigote:
—¿Y quién cuida de ella? No es vieja… Solo cuarenta y cinco. Pero con esa ropa gastada, parece de sesenta. Y en su día especial, nadie la libera de obligaciones.

Minino lo miró perplejo:
—Qué ideas más raras tienes.
—Me rescató de un contenedor siendo un cachorro —susurró Don Felino—. Me alimentó con biberón. La vi pasar de una joven radiante a esto: agotada, envejecida antes de tiempo.
—¿Y? Nos dan de comer, nos acarician, dormimos donde queremos…
—Hay que pagar la deuda —gruñó el viejo—. ¿Entiendes?
Minino no entendió.

*****
La noche llegó. Al amanecer, Don Felino había desaparecido. Sin rastro.
Martina fue al trabajo con el ánimo por los suelos. Después, como siempre: recoger al nieto, visitar a los García, cocinar para su marido…
Las búsquedas del gato quedaron para la madrugada.

Al regresar a casa, saltando charcos otoñales, un anciano con bastón y gafas oscuras la detuvo:
—Hermosa, ¿me ayudas?
—Claro, abuelo —respondió ella, guiándolo hacia un banco. Él la obligó a sentarse.
—Tengo prisa —se excusó.
—¿A dónde corres tanto? —preguntó él. Algo en su voz la hizo confesar.

—Tus zapatillas están rotas —interrumpió él.
—¿Cómo lo sabe?
—Soy ciego, no sordo. Chapotean en los charcos.
Ella se ruborizó:
—Pero la chaqueta es nueva…
—Tu hija te la dio —sonrió, palpando la tela—. La usó y te la pasó.
—Adivina todo —refunfuñó.
—No te enfades, niña —rió el viejo, sus bigotes temblándole como antenas felinas.

—¿Cuándo fue tu cumple?
—Ayer… —tragó saliva. Y mintió:— Mi hija me regaló un vestido carísimo. Mi esposo me trajo rosas y perfume francés… Los García prepararon una cena espectacular. ¡Hasta cochinillo asado!

—No te creo —murmuró el anciano.
—¿Eh?
—Te conozco desde hace años —susurró—. No recordarás mi nombre… Pero hoy te daré un regalo. Ven.
—¡No puedo! Tengo mil quehaceres.
—Esperarán —ordenó, arrastrándola con fuerza inesperada.

*****
Regresaron a casa pasada la medianoche.
Martina lucía vestido de diseñador, tacones altos y pelo arreglado en una peluquería de la Gran Vía. En lugar de bolsas de comida, llevaba una cartera de piel con joyas y perfume…

—Gracias —besó al anciano—. ¿Era usted amigo de mis padres? ¡Nunca tuve un cumple así!
Él acarició su mejilla. Recordó a Don Felino rozándole la cara…

La puerta se abrió. Su marido, los García, Lucía y el nieto la miraban boquiabiertos.
—¿Dónde estabas? ¡Llamamos a hospitales y funerarias!
—Celebrándolo con un amigo de mis padres —señaló atrás… Pero el viejo había desaparecido.

—¡Qué guapa estás! —exclamó el yerno.
—¿De dónde saca dinero para eso? —bufó la suegra.
—Claro, gasto todo en ustedes —Martina sonrió—. ¿Yo no merezco nada?

Los García salieron ofendidos. Lucía y familia se esfumaron.
—Trae las bolsas —ordenó al marido—. Y hazme té. Voy a ducharme. Bailé toda la noche.
Él obedeció. Incluso preparó un sándwich y puso chocolatinas en un plato.

*****
Encontró a Don Felino al día siguiente, sonriente en el armario. Lo enterró bajo un olivo cerca de casa.

Al volver, creyó ver al anciano junto al contenedor. Corrió… Pero solo había un gatito rabón.
—Vamos a casa —lo levantó.
El pequeño ronroneó:
—Lo sé… Lo sé.

Rate article
MagistrUm
El día especial que comenzó con llamadas inesperadas