**Diario de un hombre**
Las mejores amigas, Lucía y Sofía, se conocían desde la infancia. Vivían en el mismo pueblo de Castilla, y todos decían que su amistad era a prueba de balas. Las dos eran guapas, aunque Lucía tenía un aire más dulce y sereno, mientras que Sofía ardía como el fuego, vivaz y combativa.
En el instituto, todos sabían que Javier suspiraba por Lucía, pero ella no le tomaba en serio. Aún así, le halagaba que el chico la siguiera como un perrito, regalándole flores silvestres, invitándola a pasear cada día y hasta declarándole su amor. Lucía solo le sonreía a aquel muchacho tímido pero encantador. Y quizás algo hubiera surgido entre ellos de no ser por la aparición de Miguel, un presuntuoso que quería conquistar a todas las chicas bonitas del lugar.
Miguel, moreno y de ojos oscuros, paseaba con arrogancia por los pasillos del colegio, dejando un reguero de suspiros a su paso. Ambas amigas cayeron rendidas a sus encantos, y al principio incluso bromeaban:
Imagínate, Lucía, qué suerte tendrá la chica que se case con este guapo reía Sofía.
Miguel, sintiéndose todo un donjuán, alternaba sus atenciones entre las dos. Una semana con una, otra semana con la otra, hasta que las chicas empezaron a pelearse por él. Aquella rivalidad lo excitaba aún más. Le encantaba provocarlas, aunque también las mimaba cuando le convenía.
Un día, las inseparables amigas se enfurecieron por culpa de Miguel y esperaron a ver a cuál de las dos elegiría. Entonces, Lucía le soltó la bomba:
Miguel, espero un hijo tuyo. ¿Qué vamos a hacer?
¿En serio? preguntó él, rascándose la cabeza. Bueno, pues nos casamos, ¿no? El niño necesita un padre. Espero que aceptes
El destino tomó la decisión por ellos, y Miguel se calmó. Una semana después fue la graduación. Las amigas se reconciliaron sorprendentemente, hablaron y pareció que todo quedó zanjado. Lucía creyó que la conversación fue sincera, que se desearon lo mejor. Pero se equivocaba: Sofía se marchó con rencor oculto y rabia ardiente en el corazón.
Hubo una boda bulliciosa en el pueblo, llena de alegría. Después, comenzaron su vida en la casa que Lucía heredó de su abuela. Miguel, hábil con las manos, la reformó y amplió. Aunque trabajaba como tractorista, tenía talento para la carpintería.
Llegaron tiempos difíciles. La crisis golpeó, y a Lucía la despidieron de su trabajo en la contabilidad del cooperativa. Cerraron casi todo, y aunque a Miguel no lo echaron, lo mandaron de vacaciones forzosas.
Miguel, ¿qué vamos a hacer? Nuestro Dani va a empezar primaria y necesita ropa nueva. Los zapatos se le están cayendo a pedazos se quejó Lucía, preocupada.
Miguel asintió. Su hijo de casi siete años crecía rápido y todo se le quedaba pequeño. La crisis los ahogaba. La jefa de contabilidad, Ana, le tuvo lástima y un día, al encontrarla en la tienda, le dijo:
Lucía, mi hija me comentó que buscan una secretaria en la oficina de Hacienda del pueblo grande. Eso sí, el trabajo es agotador.
¡Gracias, Ana! Iré mañana mismo respondió ilusionada.
Al día siguiente, llegó a Hacienda y se sentó en un banco a esperar. Sabía que el sueldo era bajo y la carga pesada, pero no le importaba. Finalmente, la llamaron.
Buenos días dijo tímidamente.
Pase, siéntese respondió una mujer joven con gafas, cuya voz le resultó familiar.
Llevaba un traje estricto, labios pintados y miraba fijamente la pantalla antes de alzar la vista. Lucía casi salta del asiento.
¡Sofía! ¡Qué sorpresa!
Lucía respondió Sofía, fría. Veo que eres tú la candidata.
Sí, ¡qué casualidad! Podríamos trabajar juntas otra vez.
Sofía se reclinó en la silla, arreglándose el pelo con gesto altivo.
Me temo que no será posible. Necesitamos a alguien del pueblo, con disponibilidad. Además, ya tenemos a otra persona.
El silencio se hizo denso. Lucía comprendió que su antigua amiga aún guardaba rencor.
Podrías habérmelo dicho antes murmuró, levantándose. ¿Sabes de algún otro trabajo?
No. Buena suerte respondió Sofía, sin mirarla.
Al contárselo a Miguel, este se enfureció.
¡¿Sofía?! ¿Y te rechazó así? ¡Voy a hablar con ella!
Déjalo, Miguel. Dios juzgará a cada uno rogó Lucía.
Pero él fue al pueblo grande y volvió callado al anochecer.
¿Y? ¿Hablaste? preguntó Lucía.
Sí El puesto ya está ocupado. Sofía tiene sus razones.
Lucía no entendió su cambio de actitud, pero días después consiguió trabajo en la oficina de correos. La vida pareció estabilizarse hasta que empezó a notar algo raro.
Miguel seguía yendo al trabajo aunque estaba de vacaciones. Hasta que un día, Javier, su antiguo pretendiente, le soltó la verdad:
Lucía, hace semanas que no veo a Miguel en el taller. ¿Está enfermo?
Esa noche, Lucía lo confrontó.
¿Dónde has estado? ¡Sé que no vas al trabajo!
Miguel, con las manos apretadas, confesó:
Voy a ver a Sofía. La quiero, Lucía. Al verla, lo entendí todo.
Recoge tus cosas y vete fue todo lo que ella pudo decir.
Todo su amor, sus años de esfuerzo, se convirtieron en cenizas.
Miguel se marchó. Con el tiempo, Lucía supo que su relación con Sofía fracasó. Mientras, Javier, siempre fiel, volvió a aparecer.
Hola, ¿qué tal? saludó, intentando ocultar el brillo en sus ojos.
Bien. Dani termina primero de primaria respondió ella.
Mira, tu valla está caída. ¿Puedo arreglarla?
Lucía asintió. Mientras trabajaba, Javier la miraba con ternura.
Eres preciosa, Lucía.
¿Crees que porque mi marido me dejó voy a tirarme en tus brazos? replicó ella, arrepintiéndose al instante.
Javier terminó su labor y se fue en silencio.
Dos meses después, se encontraron de nuevo. El aire olía a verano, y las cigarras cantaban.
Hola, ¿puedo tomarte de la mano? preguntó Javier.
Sí respondió Lucía, y ambos se abrazaron, riendo.
Paseando por las afueras del pueblo, Lucía pensó que todo pudo ser distinto si no hubiera caído en los brazos de Miguel. Pero el destino siempre encuentra su camino.
Y así, entre rumores del fracaso de Miguel y Sofía, Lucía y Javier esperaban su segundo hijo.
**Lección:** El amor verdadero espera, aunque la vida nos distraiga con espejismos. Al final, el corazón sabe a dónde pertenece.