El despertar del corazón

**Despertar del corazón**

En un pequeño pueblo perdido entre colinas y bosques de pinos, donde el viento otoñal arrastraba hojas secas por las calles, la vida transcurría con calma pero con una melancolía oculta. En una casa al pie de una vieja montaña, donde el otoño olía a resina y leña quemada, vivía Lucía. Su vida parecía perfecta: su marido Daniel, su hija Alba, un amplio piso en el centro y una acogedora casa en las afueras. Daniel las llamaba “mis estrellas” y las mimaba siempre que podía. Cuando Alba era pequeña, él se levantaba por las noches para que Lucía pudiera dormir. Su hogar rebosaba amor, risas y calidez.

**Idilio en la sombra**

El negocio de Daniel prosperaba, el dinero llegaba a raudales y Lucía no necesitaba nada. Él prefería que no trabajara, y ella se dedicaba con alegría a Alba y al hogar. Paseaban por los parques, compraban ropa y decoraban la casa. Pero a veces, llamadas anónimas interrumpían su paz. Voces susurraban: «Tu marido no es quien crees. Tiene otra, le alquila un piso, le paga todo». Lucía desechaba esos rumores, achacándolos a la envidia. Aunque Daniel a veces llegaba tarde o viajaba por trabajo, al regreso las colmaba de tanto amor que las dudas se disipaban como la niebla matutina.

**El derrumbe**

Los años pasaron. Cuando Alba cumplió dieciséis, la vida de Lucía se desmoronó como un castillo de naipes. Daniel murió en un accidente. Su coche patinó en una carretera helada y chocó contra un camión. Pero lo peor fue descubrir que no venía de un viaje de negocios, sino de visitar a su amante en una ciudad cercana. Ambos fallecieron. La verdad que Lucía había negado durante años la golpeó como una ola helada. “Los buenos samaritanos” tenían razón. Daniel llevaba una doble vida, y todo su mundo había sido una mentira.

—¿Cómo no me di cuenta? —murmuró, mirando al vacío—. Me mentía, me traicionaba, y yo creía cada palabra.

Las miradas compasivas de los empleados de la empresa donde trabajaba su amante le quemaban como ascuas. Todos lo sabían, menos ella. Su alma se desgarraba entre dolor y vergüenza.

El notario leyó el testamento. Daniel lo dejó todo a Lucía: el negocio, el piso, la casa de campo, sus ahorros. Una cuenta aparte era para Alba, para estudiar en el extranjero. Pero el dinero no le trajo alegría. Lucía no quería el negocio ni la riqueza. Su mundo se tornó gris y su vida, vacía. No quería vivir.

**La rebelión de Alba**

Alba, su dulce niña, de pronto se volvió una extraña. Exigía caprichos como si Lucía estuviera obligada a concederlos.

—Mamá, necesito un móvil nuevo —dijo Alba—. Y no me digas que el viejo aún sirve.

—Alba, pero Daniel te regaló el último modelo antes de… —Lucía se atragantó, incapaz de decir “morir”.

—¡No te atrevas a negarme nada! —gritó Alba—. Papá hacía todo por mí, y tú te quedaste con su negocio y eres una tacaña. Él me quería, y tú… —Arrojó el móvil contra la pared y se encerró en su habitación.

Lucía se desplomó en el sofá, sintiendo cómo la abandonaban las fuerzas. «¿Por qué es así? —pensó—. ¿Dónde está mi niña, la que reía con nosotros?».

**El despertar**

Lucía pasó un año como en una niebla. Hasta que soñó con Daniel. Sonreía, pero no hablaba. Tras ese sueño, algo hizo clic en ella. «No quiero seguir desviviéndome por su traición —decidió—. Daniel y yo estudiamos juntos, conozco el negocio tan bien como él. Es hora de vivir».

Se arregló, se cortó el pelo con estilo, se puso un traje elegante y fue a la oficina. Los empleados la recibieron con murmullos: «Lucía va a darnos una sorpresa… o un fracaso». Pero pronto tomó las riendas. Los socios, antiguos y nuevos, acudieron a reuniones, y el negocio resurgió. Lucía se sintió útil, viva.

Solo Alba no confiaba en ella.

—Mamá, ¿tú y el negocio? —se burló—. Toda la vida en casa y ahora te crees empresaria. Véndelo antes de arruinarte. Aunque te hayas arreglado, no rejuveneces. ¿O crees que alguien caerá por ti? Quizá un cazafortunas.

Lucía reprimió el dolor.

—Alba, yo decido cómo vivir. Tú ocúpate de tus exámenes —respondió con calma.

**Una vida nueva**

Alba se fue a estudiar al extranjero. Lucía se sumergió en el trabajo, y el negocio floreció. Disfrutaba de su independencia, sus logros, sus ganancias. Hablaba con Alba por teléfono, pero su hija seguía siendo fría y cortante. Lucía le aconsejaba prudencia en un país extraño, pero solo recibía burlas.

Decidió renovar la casa de campo y encargó a su segundo, Álvaro, que buscara obreros.

—Álvaro, quiero una reforma de calidad —dijo.

Pronto le dio el contacto del capataz, Antonio.

—Tiene buenas referencias —aseguró Álvaro.

Lucía se reunió con Antonio en la casa.

—Quiero una chimenea, un interior luminoso, suelo radiante —explicó.

Antonio tomó notas y examinó la casa.

—Enviaré un boceto pronto —prometió.

**Un reencuentro**

De vuelta a la ciudad, Lucía entró en un café. Su mirada se posó en un hombre en una mesa. Un rostro familiar, pero el nombre no le venía.

—Lucía, ¡hola! —él se levantó, y reconoció a Adrián, un compañero de colegio que estuvo enamorado de ella.

—¡Hola! No te reconocí al principio —sonrió.

—¡Qué mujer te has vuelto! Segura, hermosa —dijo, acercándole una silla—. ¿Cómo está Daniel? ¿Y su negocio?

—Daniel falleció —respondió en voz baja—. Ahora llevo yo el negocio.

—Lo siento —Adrián se entristeció—. Yo me divorcié. Con mi mujer no funcionó, aguanté por los niños. Ahora vivo aquí, tengo un negocio de coches.

HabHablamos durante horas, intercambiamos números y esa noche Adrián llamó para invitarme a cenar, y al escuchar su voz y ver sus ojos verdes, sentí que mi corazón volvía a latir con fuerza.

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