En un pequeño pueblo escondido entre colinas y pinares, donde el viento otoñal arrastraba hojas secas por las calles, la vida transcurría con ritmo pausado y una melancolía soterrada. En una casa al pie de una vieja montaña, donde el olor a pino y leña quemada inundaba el aire, vivía Lucía. Su vida parecía perfecta: su amado esposo Javier, su hija Sofía, un amplio piso en el centro y una acogedora casa en las afueras. Javier llamaba a su familia “mis estrellas” y las consentía sin medida. Cuando Sofía era pequeña, él se levantaba por las noches para que Lucía pudiera descansar. Su hogar rebosaba amor, risas y calidez.
**Idilio en la sombra**
El negocio de Javier florecía, el dinero fluía sin cesar, y Lucía no carecía de nada. Él no quería que trabajara, y ella dedicaba su vida a su hija y al hogar con alegría. Paseaban por los parques, compraban vestidos nuevos y cuidaban cada rincón. Pero, a veces, llamadas anónimas interrumpían la paz: “Tu marido no es quien crees. Tiene otra, le paga un piso y todos sus caprichos”. Lucía apartaba esos pensamientos, atribuyéndolos a la envidia. Javier a veces llegaba tarde o viajaba por trabajo, pero al volver, los abrazos y atenciones que les dedicaba disipaban las dudas como niebla al amanecer.
**El derrumbe**
Los años pasaron. Sofía cumplió dieciséis cuando la vida de Lucía se desplomó como un castillo de naipes. Javier murió en un accidente: su coche derrapó en una carretera helada y chocó contra un camión. Lo peor fue descubrir que no venía de un viaje de trabajo, sino de ver a su amante en otra ciudad. Ambos murieron. La verdad, que Lucía había negado durante años, la golpeó como un mazo. Los “bienintencionados” tenían razón. Javier llevaba una doble vida, y todo su mundo era una mentira.
—¿Cómo no lo vi?— susurraba ella, mirando al vacío. —Me mentía, me engañaba, y yo le creí—.
Las miradas compasivas de los colegas de su amante quemaban como ascuas. Todos lo sabían, menos ella. Su alma se desgarraba de dolor y vergüenza.
El notario leyó el testamento. Javier lo dejó todo a Lucía: el negocio, el piso, la casa rural, los ahorros. Un fondo aparte para Sofía, destinado a sus estudios en el extranjero. Pero el dinero no trajo alegría. Lucía no quería el negocio ni la opulencia. Su mundo se tornó gris, su vida vacía. No quería vivir.
**La rebelión de su hija**
Sofía, su niña dulce, se volvió distante. Exigía sin límite, como si su madre le debiera todo.
—Mamá, necesito un móvil nuevo— declaró Sofía. —No me digas que el viejo aún sirve—.
—Sofía, hace poco Javier te regaló el último modelo— Lucía se atragantó con la palabra “muerte”.
—¡No me niegues nada!— gritó la joven. —Papá me lo daba todo, y tú te quedas con su negocio y eres una tacaña. Él me quería, y tú…— Sofía estrelló el teléfono contra la pared y encerró en su cuarto.
Lucía se dejó caer en el sofá, exhausta. —¿Qué le pasa?— pensó. —¿Dónde está mi niña que reía con nosotros?—
**El despertar**
Un año vivió como en niebla. Hasta que soñó con Javier. Sonreía, pero no hablaba. Tras ese sueño, algo cambió. —No quiero vivir atormentada— decidió. —Javier y yo estudiamos juntos. Conozco el negocio tan bien como él. Es hora de vivir—. Se arregló, se cortó el pelo de forma elegante, vistió un traje severo y fue a la oficina.
Los empleados la miraron con sorpresa. —¿Lucía triunfará? ¿O fracasará?— murmuraban. Pero pronto tomó las riendas. Socios nuevos y antiguos acudieron a reuniones, el negocio revivió. Lucía se sintió útil, viva.
Solo Sofía desconfiaba. —¿Tú y el negocio?— se burlaba. —Toda la vida en casa, y ahora juegas a ser empresaria. Véndelo antes de arruinarte. Aunque te hayas arreglado, no rejuveneces. ¿O crees que alguien caerá por ti? A lo mejor un cazafortunas— reía con crueldad.
Lucía tragó el dolor. —Sofía, yo decido mi vida. Tú preocúpate de tus exámenes— respondió serena.
**Vida nueva**
Sofía se marchó a estudiar al extranjero. Lucía se sumergió en el trabajo, y el negocio prosperó. Disfrutaba de su independencia, éxitos, ganancias. Con su hija hablaba poco, siempre con asperezas. Las advertencias de Lucía sobre los peligros lejos de casa eran respondidas con risas.
Decidió renovar la casa rural y encargó a su segundo, Óscar, buscar albañiles. —Necesito calidad— advirtió. Óscar le dio el contacto de Adrián, el contratista. —Tiene buenas referencias— aseguró.
Lucía y Adrián se reunieron en la casa. —Quiero una chimenea, interiores claros, suelo radiante— explicó. Adrián tomó notas, inspeccionó el lugar. —Enviaré los bocetos— prometió.
**Un reencuentro**
De vuelta a la ciudad, Lucía entró en una cafetería. Un hombre le resultó familiar. —¿Lucía? ¡Hola!— Se levantó, y ella reconoció a Antonio, un antiguo compañero de clase que estuvo enamorado de ella.
—¡Antonio! No te reconocí— sonrió.
—¡Estás radiante! Segura, hermosa— dijo él. —¿Y Javier? ¿Su negocio?—
—Murió— respondió en voz baja. —Ahora llevo yo el negocio—.
—Lo siento— Antonio se entristeció. —Yo me divorcié. Aguanté por los niños. Ahora tengo un taller de coches aquí—.
Hablamos de todo. Intercambiaron números. Esa noche, Antonio llamó: —¿Cenamos?—. Lucía aceptó, sintiendo su corazón latir más rápido ante su voz y ojos verdes.
Antonio la recibió con claveles. —¿En marzo?— se sorprendió. —¡Si aún hay nieve!—
—Los vi en una tienda y pensé en ti— sonrió. —¿Recuerdas cuando los recogíamos de niños?—.
La cena fue breve. Después, le invitó a su casa. Y luego… Lucía despertó con aroma a café. Antonio estaba junto a la cama, sonriente. —No te dejaré ir— dijo. Y Lucía sintió que la vida volvía a ella.
**Luz y sombras**
Antonio le pidió matrimonio, pero ella dudó, temiendo la reacción de Sofía. Finalmente, la invitó a la boda. —Iré a ver a tu nuevo— refunfuñó Sofía.
En la casa rural, ya reformada, la habitación principal, con paredes blancas y cortinas azules, era su orgullo. —Está bien— soltó Sofía. Pero, al ver a Antonio, añadió: —Yo no me habría resistido en esa cama—. Lucía fingió no oír, pero el corazón le dolió.
Más tarde, mientras hablaba por teléfono, Sofía susurró a Antonio: —Te llamé papito, te ofrecí probar la cama. Pero fuiste cobarde— y se rio fuerte.
Al día siguiente, Sofía voló de vuelta. —Aquí no me espera nada. Envíame dinero y me quedo fuera— dijo frY, mientras Lucía observaba cómo el coche de Sofía desaparecía en el horizonte, supo que algún día, tal vez cuando el orgullo cediera al amor, su hija volvería.