El cuento de un agricultor

**Diario de un granjero**

Había una vez un granjero. Uno normal, sin grandes lujos. Vivía en una casa vieja, con sus animales: dos vacas, tres cabras, tres patos y una docena de gallinas que le daban huevos. Tenía un trozo de tierra decente donde sembraba maíz, patatas y a veces Dios sabía qué más, solo para salir adelante.

Todo aquel ganado quería comer, claro. Y a él también le gustaba picar algo de vez en cuando. Tenía un tractor viejo en el cobertizo y herramientas para trabajar la tierra, pero sus animales lo adoraban. ¿Por qué? Porque los trataba como a su familia. Hablaba con ellos, compartía hasta el último bocado y, si alguno enfermaba, lo llevaba a casa y lo cuidaba como a un hijo.

Los otros granjeros de la comarca se reían de él. Decían que debía venderlos para carne, así tendría dinero para renovar su viejo tractor y ahorrar algo. Incluso, quizá, alguna mujer lo miraría. “¿A quién le interesa un pobreton como tú?”, le decían. Pero él solo sonreía y respondía:

—No puedo. Son mi familia.

Los fines de semana, en el bar donde los granjeros se reunían para tomar algo, sus palabras eran una broma más entre copas, partidas de billar y bailes con música de un grupo local que tocaba rancheras de las de antes. Él nunca bailaba. Ni siquiera tenía botas nuevas de piel auténtica, como los demás.

Aun así, una camarera lo miraba con curiosidad. Era un hombre callado, de ojos amables. Intentó sacarlo a bailar un par de veces, pero él, rojo como un tomate, escondía sus viejas botas bajo la mesa y balbuceaba:

—Perdone, señorita, hoy no… me duele la cabeza.

—¡Pero si solo ha tomado un vaso! —decía ella, indignada.

Fue otro granjero quien le explicó: “Tiene un montón de animales que apenas puede alimentar. Le hemos dicho mil veces que los venda, pero el tonto dice que son su familia”. Uno de los hombres, borracho, intentó besarla, pero en Castilla las camareras son duras: un gancho al mentón lo dejó fuera de combate, entre risas del bar.

Ese día, la camarera empezó a mirar al granjero de otra manera. Le colaba hamburguesas gratis, pero él, siempre avergonzado, las rechazaba o se las daba a su perra, *Lola*, escondida bajo la mesa. La mujer no sabía qué pensar: ¿amor no correspondido o solo un hombre que se creía una carga?

Llegó la temporada de siembra, y sus animales seguían al tractor, animándolo como podían. Hasta que una tarde, sentado en el banco del patio, le dio un dolor en el pecho. Cayó al suelo, y sus animales hicieron un alboroto terrible: ladridos, cacareos, balidos… Solo *Lola* escuchó el corazón de su amo latir cada vez más débil.

—¡Silencio! —ladró—. ¡Tenemos que pedir ayuda!

Corrió al bar, donde la música ahogaba sus ladridos. Pero de pronto, ¡BUM! Las puertas volaron por los aires, arrancadas por las dos vacas, seguidas por cabras, patos, gallinas y los dos gatos.

—¡Os dije que no lo dejárais solo! —gritaba *Lola*.

Los clientes, comprendiendo la emergencia, los llevaron a todos en sus furgonetas. El granjero llegó al hospital a tiempo, y la camarera, que renunció a su trabajo, se quedó cuidando de los animales. Cada noche lo visitaba, y él, rojo de vergüenza, le prometía pagarle todo, pero solo le rogaba: “No abandones a mis niños”.

Un mes después, al volver, no reconoció su casa. Ella había vendido la suya y usado el dinero para reformar todo, comprar maquinaria nueva y hasta ampliar la granja.

—No tengo para pagarte esto —susurró él, quitándose el viejo sombrero.

Los animales se amontonaron alrededor, acariciándolo.

—¿Y yo? —preguntó ella.

Él la abrazó. Se casaron y ahora trabajan juntos. Ella maneja un criadero de cerdos —cien lechones— y no deja que él se encariñe.

—Lárgate —le dice riendo—. Si te haces amigo de ellos, los sueltas en el campo y arruinas el negocio. ¡Tengo que devolverle el dinero al banco!

Él suspira y se va a su banco, rodeado de sus vacas, cabras, patos, gallinas, *Lola* y los gatos. Les cuenta historias hasta que ella regresa, los ve juntos y sonríe. Reza para que nunca termine.

¿De qué iba esta historia? Ah, sí. Del amor. Del simple, incómodo, hermoso amor.

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El cuento de un agricultor