El Corazón Late de Nuevo

EL CORAZÓN VUELVE A LATIR

Lucía tuvo a su hija Sofía sin saber muy bien de quién. Digamos que “resbaló” antes del matrimonio.

Sí, había un chico que la cortejaba con entusiasmo. Aunque, la verdad, no le pidió matrimonio. Pero era deslumbrante, guapo y educado. Lucía lo agarraba del brazo y pasaba orgullosa junto a las “cotillas” del portal, esas abuelas que, como girasoles al sol, seguían con la mirada a todo el que pasaba.

El chico no trabajaba en ningún sitio. Prefería vivir como mariposa, volando de flor en flor. Lucía lo mantenía: le daba de comer, lo acostaba a su lado. Hubiera puesto el mundo a sus pies.

Pero un día, el galán le soltó que se aburría horrores con ella, que no lo valoraba como hombre. Y, además, que si tanto lo quería, podría haberlo llevado a la playa alguna vez…

Lucía lloró una semana entera. Luego rompió las fotos de ese “poco amado” y las quemó. Pasó un mes encerrada, sufriendo a solas. Hasta que conoció a Javier.

…Una mañana, Lucía iba tarde al trabajo. Estaba nerviosa en la parada del autobús cuando un taxi se detuvo a su lado. El conductor abrió la puerta y le ofreció llevarla. Sin pensarlo, Lucía se subió.

Por el camino, el taxista empezó a hablar. Lucía lo evaluó al instante: hombre de mediana edad, bien afeitado, peinado, con la ropa impecable. Y lo que la conquistó fue su galantería. Todo en él gritaba “mano femenina”. Lucía decidió que era la de su madre.

Javier (así se presentó) era lo opuesto al primero. Sin dudarlo, Lucía le dio su número. Quería seguir viéndolo. Fue la única vez que viajó gratis en taxi.

…Empezaron a salir. Javier la colmaba de flores, regalos, cariño.

Una primavera, paseaban por el bosque. Lucía, alegre, empezó a recoger narcisos. Javier, contagiado, hizo lo mismo. Ella se subió al coche con su ramito; él puso el suyo en el asiento trasero. “Para su mujer”, pensó Lucía. No se atrevió a preguntar. ¿Y si estaba casado? Ya se había encariñado con ese hombre atento. Prefirió el autoengaño y calló.

Pero pronto la esposa de Javier apareció en su casa con dos niños:
“Toma, cariño, ¡críalos tú! ¡Adoran a su papá!”.
Lucía, aturdida, solo acertó a decir:
“Perdone, no sabía que era casado. No quiero romper su familia”.
Esa misma noche, lo dejó.

…El siguiente fue Mamuka, un georgiano. Un romance fugaz. Entró en su vida como un huracán y se fue igual.

Se conocieron en un cumpleaños. Mamuka la envolvió con su carisma. La conquistó con su generosidad, su alegría. Con él, no había tiempo para penas. Siempre planes, fiestas. Lucía habría ido con él al fin del mundo. Pero…

Un año de mimos, y Mamuka volvió a Georgia. El clima, la madre enferma… quién sabe.

Lucía se sintió abandonada. “Viviré sola. Sin lágrimas”.

Pero cuando ya aceptaba su soltería, descubrió que llevaba otra vida dentro. ¡Un shock! ¿Quién era el padre? ¿Cómo seguiría?

…Nació Vera. Igual que Mamuka: rizos, ojos negros, sonrisa irresistible. Eso alegraba a Lucía. Quizá porque lo había amado como a nadie. Vera le recordaba esos días felices.

A veces, la desesperanza la ahogaba. Pero criar a Vera no dejaba tiempo para llorar.

…El primer día de colegio, a Vera la sentaron con Daniel. No se aguantaban. Se peleaban en el recreo.

Lucía fue a quejarse. La profesora, culpable, le dio la dirección de Daniel: “Hablé con sus padres”.

Lucía fue sin dudar.

…La puerta la abrió un hombre con un paño de cocina al hombro.
“¿Para mí? Pase, voy a invitarle un café. Solo déjeme alimentar a este diablillo”.
Lucía entró en un piso pequeño, desordenado, con olor a tabaco. “Vaya…”.

El hombre regresó con dos tazas humeantes.
“¿A qué debo el honor?”
“Soy la madre de Vera”.
“Ah… Mi Dani está enamorado de su hija”.
“¿Por eso la araña?”
“¿Qué? No entiendo…”.
Lucía se despidió.

Esa noche no durmió. Algo en ese hombre casero la intrigó. Hasta el café… Ningún pretendiente se lo había ofrecido. Solo champán, vino.

Sin darse cuenta, imaginó limpiando ese piso, poniendo flores en el ventanal… Y hasta acariciando al “diablillo”.

A la mañana, pidió a Vera que fuera amable con Daniel.

En la reunión de padres, confirmó que Daniel no tenía madre. Solo su padre, Álvaro.

Él la invitó a caminar a casa. Diciembre, anochecía.
“Acepto”.

Álvaro le propuso pasar juntos Nochevieja. Lucía, tras siete años sola, dijo que sí.

Después él confesaría que su exmujer se casó con su mejor amigo. Él se quedó con Daniel.

Álvaro se enamoró de Lucía. La quería como madre para Daniel, como esposa.

Se mudaron juntos, con el consentimiento (a regañadientes) de los niños.

La vida floreció. Compraron un piso grande. Lucía cuidaba de todos. Álvaro adoraba a Vera.

…Los niños crecieron. Y un día, Vera y Daniel… se casaron.

Álvaro y Lucía los bendijeron. Los recién casados se fueron…Y años después, mientras abrazaba a sus nietos bajo el mismo cielo que una vez compartió con Álvaro, Lucía comprendió que el amor nunca se ahoga, solo aprende a flotar en el recuerdo.

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