El Corazón de un Padre: Una Historia conmovedora

Oye, amiga, quería contarte lo que pasó el otro día en casa de los de la esquina. Primero, gracias por todos los likes, los comentarios y los regalos que me enviáis, y un agradecimiento enorme a mis cinco mininos por aguantar mis historias. Si te mola alguno, compártelo en redes, que a mí también me hace ilusión.

¿Qué pasa, que te has despertado con esa cara de lunes? Ni una sonrisa, vamos a desayunar.

Mi marido, Arcadio, entró a la cocina bostezando, feliz de que fuera día libre. En la sartén chisporroteaba una tortilla de patatas con bacon, y yo servía el café. Le di una buena porción de tortilla y una rebanada de pan. ¡A morder, que está de rechupete! le dije.

¿He hecho algo mal, Natalia? preguntó Arcadio, con esa voz suave de siempre.

No, no, lo hemos hecho los dos. No criamos a los hijos como deberíamos repuso mi madre, Natalia L., sentándose a mi lado y also empezando a comer, aunque sin mucho apetito.

Los hijos ya son mayores, nos hemos privado de muchas cosas mientras los criábamos. En aquel entonces todo era sobrevivir. Ellos ahora tienen mil problemas: a veces les aburre la vida, a veces les falta pasta. Tanto a Lucía como a Diego les quejan siempre.

¿De dónde sacas eso? repreguntó Arcadio, terminando la tortilla y untándose mantequilla con mermelada en el pan.

Mira, Diego ayer quería ir al boliche con su familia, pidió dinero hasta que llegue la nómina y yo, molesta, le dije que no. Se enfadó mucho. Antes, Lucía me llamaba porque su carrera de cantante no despega y estaba de mala leche. Le dije que cantar está bien, pero también tiene que currar. No todos nacen con el don, hay que buscarse un curro serio. Además, cuando eran peques se llevaban bien con Diego, y ahora parece que ni se hablan.

Natalia L. apartó la tortilla y tomó su café.

Tranquila, que todo va a salir bien, lo hemos pasado, ¿recuerdas? le intentó calmar Arcadio, pero ella sólo se puso más enfadada.

¡No me vengas con cuentos, Arcadi! Nosotros vivíamos con lo justo y estábamos contentos. Cuando nació Diego, fue pura alegría. La cuna nos la prestó una amiga, la ropa la sacamos del hermano mayor. Todo usado, pero como nuevo, porque los peques crecen a la velocidad de la luz. Y cuando por fin compramos aquel cochecito de segunda mano, nos sentimos como reyes. Incluso pusimos una concha decorativa en la entrada y nos sentíamos millonarios. Ahora nos critican por no haber salido del país, como si nuestra vida fuera un fracaso. ¿Qué les hemos enseñado?

Los tiempos cambian, Natalia, hay mil tentaciones, pero ellos son jóvenes, lo van a entender.

Sí, y si se les pasa la vida persiguiendo el lujo, se lo pierden todo. Me miro al espejo y no me reconozco, ya soy una abuela, y tú tampoco eres joven…

En ese momento sonó el móvil: era nuestro hijo Diego.

¡Vaya! Otra cosa dijo Natalia, contestando. Sus ojos se agrandaron y se levantó de un salto.

Arcadio, apúrate, Diego está en el hospital, el vecino le ha llamado desde la habitación.

¿Qué ha pasado? exclamó Arcadio, también levantándose de un brinco.

No lo sé bien, le han cortado la mano con una sierra eléctrica el disco se partió y lo dejó herido. Le van a coser la mano, pero le han dicho que, con suerte, no quedará sin ella. ¡Vamos ya!

Se vistieron a lo loco, ya no somos ancianos, pero tampoco somos jóvenes. Salimos corriendo, dejando todo atrás, rumbo al hospital.

Mientras corríamos, Lucía llamó: «Mamá, paso a comer con vosotros al mediodía, ¿vale?»

¡Entra, hija! Ya deberíamos estar de vuelta gritó Natalia sin aliento, sin esperar respuesta, y siguió a Arcadio hacia la parada del autobús.

En el hospital los tranquilizaron y lograron salvar la mano, pero todavía no les dejaban entrar al cuarto.

No nos dejen entrar, no me iré, estaré esperando se sentó Natalia en la sala de espera, con Arcadio a su lado.

De repente, Lucía irrumpió en la habitación y se lanzó a sus padres.

¡Papá, ¿por qué estáis tan desanimados? Todo ha quedado bien, Diego consiguió un curro reparando coches. Se cortó los tornillos, se sangró un poco, pero ya está todo remendado, los dedos se mueven. ¡Mira, mamá, qué cara más terrible tenéis, pero todo está bajo control!

¿Cómo sabes eso? sólo pudo decir Natalia, sin aliento.

Nos escribimos todo el día, y también con su esposa Lola. Nos ayudamos, ¿sabes? respondió Lucía.

Pensábamos que no os hablaba nada añadió Arcadio, sorprendido.

Papá, sois tan fuertes, siempre lo superáis, por eso no queremos preocuparos más. Además, os veis muy jóvenes, así que no nos metemos… al menos que ahora podáis vivir para vosotros mismos.

Y yo pensé que ya no os importábamos sonrió también Natalia.

¡No, mamá! Vuestra generación es como un roble, súper resistente. Intentamos ser como vosotros, aunque a veces no nos salga, pero lo damos todo, ¿vale?

Los padres se miraron y sonrieron, el miedo había desaparecido.

Mamá, papá, tengo que contaros algo dijo Lucía. He encontrado trabajo. Ahora me invitan a cantar en eventos. Ayer fui a un jardín de infancia y, después, a una residencia de ancianos; la gente aplaudía y una ancianita lloró porque su hija, famosa cantante, nunca estaba. ¡Qué drama!

Lucía abrazó a sus padres con fuerza. Entonces una enfermera les permitió entrar un momento al cuarto de Diego. Natalia casi llora, pero Diego, tranquilo, le dice:

Mamá, relájate, ya pasó lo peor. No te preocupes. Papá, tú siempre contabas cómo una colmena de avispas se instaló bajo la cochera, y te picaron hasta quedar hospitalizado. Así pasa todo. Cuando salgamos de aquí, pasad por casa a pasar la Nochevieja, que hace mucho que no nos vemos. Lucía quiere presentaros a su novio, ¡y todavía no os lo ha dicho!

Al salir, Natalia y Arcadio decidieron volver a casa a pie, como si fueran a dar una voltereta por el barrio.

No somos viejos, pero ya no somos jóvenes. Ese corazón de padres siempre late por sus hijos. Parece que los demás siempre tienen niños perfectos, y queremos que los nuestros sean mejores, que vivan bien y escuchen a sus padres. Cada uno sigue su camino, y al final, los hijos son nuestros hijos, con sus aciertos y sus errores.

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