**El Novio**
Después de cenar, Lucía se recostó en el sofá con un libro entre las manos. Apenas había empezado a sumergirse en las aventuras de la protagonista cuando su madre entró en la sala con el móvil vibrando. En la pantalla, la sonriente cara de Sofía Morales.
Lucía dejó el libro a regañadientes, lanzando una mirada elocuente a su madre, quien, al fin, comprendió que estorbaba y salió. Aunque Lucía no dudaba ni por un instante de que se quedaría junto a la puerta, escuchando.
Hablar con Sofía fue como siempre: cinco minutos de charla trivial hasta que, de pronto, su amiga la invitó a su cumpleaños, planeado para el sábado en su casa de campo.
—Pero si lo celebraste hace un mes, ¿no? —preguntó Lucía, sorprendida.
—¿Qué más da? Estoy dispuesta a festejarlo cada día si hace falta. Solo es una excusa para vernos.
—Podríamos vernos sin motivo —arguyó Lucía.
—No, tiene que haber intriga, emoción. Vendrá un amigo de mi Dani, desde Alemania. No sabe cuándo es mi cumpleaños, y si piensa que habrá interés en él, tal vez se niegue a salir… pero un cumple es distinto. Conchita, mi otra amiga, ¿la recuerdas? Casi se desmayó cuando supo que venía. Es director de cine, o algo así. Ella sueña con actuar. No me deja en paz —explicó Sofía, exasperada.
—Ah, ya entiendo. ¿Y yo para qué sirvo aquí?
—¡Qué dices! Es mi cumple —replicó Sofía, irritada por la falta de entusiasmo.
—¿Para hacer bulto? —se iluminó Lucía—. ¿Y por qué en la casa de campo? Si todavía hay nieve.
—No seas tonta —rió Sofía—. Para que no escape. ¿Vendrás? Lo pasaremos bien, haremos una barbacoa. Y aún tenemos el árbol de Navidad puesto. No tuvimos tiempo de quitarlo… Vamos, por mí —rogó, y Lucía imaginó su labio inferior tembloroso.
—Vale —suspiró.
Aceptó porque hasta el sábado quedaban cuatro días, y en ese tiempo podía pasar cualquier cosa: enfermarse ella, o Sofía, o cualquier percance que cancelara el viaje.
Colgó, y su madre reapareció al instante.
—¿Adónde te ha invitado?
—Madre, lo has oído —sonrió Lucía con ironía.
—Pues ve. Siempre en casa. Casi cuarenta años y sin casarte. Yo quiero nietos.
—Madre, los novios no crecen como margaritas en el campo —bromeó Lucía—. Tengo treinta y dos, aún faltan ocho para los cuarenta. Y los hijos deben nacer del amor, no de tus ganas de ser abuela…
Su madre apretó los labios, hizo un gesto de desdén y salió… solo para regresar segundos después.
—Siempre leyendo. Vives vidas ajenas mientras la tuya pasa. Los libros no te darán un marido. El tiempo vuela…
—Has oído que iré. A lo mejor te traigo nietos —volvió a bromear Lucía.
Su madre negó, ofendida.
—Perdona, mamá —Lucía se levantó y la abrazó.
El viernes, Sofía llamó para recordarle el viaje. Le advirtió que se vistiera elegante, para no quedar mal frente al invitado extranjero, y que Dani y ella la esperarían a las siete en punto.
—¿Tan temprano? —se quejó Lucía.
—El camino, hay que calentar la casa, preparar todo… Apenas daremos tiempo.
A las seis de la mañana, el despertador la arrancó del sueño. Lucía no recordaba por qué lo había programado tan temprano un sábado… hasta que su madre entró anunciando el desayuno.
Recordó la casa de campo, el cumpleaños, y gimió. Adiós al descanso.
Una hora más tarde, salió al frío. El coche de Dani ya estaba aparcado. Lucía ocupó el asiento trasero y saludó con sequedad.
—No pongas esa cara. Duerme si quieres —concedió Sofía.
El trayecto fue un torrente de palabras. «¿Cómo aguanta Dani tanta charla?» pensó Lucía antes de dormirse.
La urbanización estaba cubierta de nieve virgen, solo interrumpida por las huellas de neumáticos. No estarían solos.
Dentro, un enorme árbol artificial les dio la bienvenida. Por un instante, Lucía sintió que habían retrocedido dos meses y medio, al Año Nuevo. Dani se ocupó de la chimenea, y el olor a leña y resina la transportó a su infancia.
Apenas empezaba el fuego cuando llegaron dos coches más. Lucía y Sofía espiaron por la ventana. De uno descendieron unos conocidos y Conchita; del otro, un hombre alto con gafas.
—¿Él es el director? No lo parece —murmuró Lucía, escéptica.
—¿Cuántos directores has conocido en tu vida? —replicó Sofía.
El grupo se acercaba. Conchita saltaba como una cabrita, hundiéndose en la nieve entre risotadas que anunciaban su llegada a todo el vecindario.
—Deja de espiar —advirtió Sofía y se alejó de la ventana para recibir a los invitados. Lucía, en cambio, se refugió en la cocina, sacando provisiones.
—¿Tu amigo es realmente director? —preguntó a Dani.
No hubo respuesta. Un estruendo de risas y pisadas entró con el grupo. Conchita se abalanzó sobre el árbol, casi tirándolo. Varias bolas se hicieron añicos, y todos se apresuraron a recoger los pedazos.
Lucía aprovechó el caos: se enfundó la chaqueta, calzó las botas y salió sigilosamente.
Afuera, la noche era un manto de estrellas.
—Hermoso, ¿verdad? —sonó una voz tras ella.
Lucía lo reconoció al instante.
—Hacía tiempo que no veía tantas.
—¿No hay estrellas en Alemania?
—Las hay, pero nunca tengo tiempo de mirarlas. Aquí parecen más cercanas.
—¿Echas de menos España? —preguntó Lucía.
—Al principio quería volver, luego me acostumbré. Cada vida tiene sus ventajas e inconvenientes.
—¿En qué trabajas ahora? ¿Qué película estás rodando?
—Aquí estáis —apareció Dani en la puerta—. No os perdáis lo mejor.
—Ahora vamos —respondió el hombre por ambos.
—Veo que tampoco es lo tuyo —dijo cuando Dani se fue.
—El ruido me agota —Lucía se estremeció—. Ojalá pudiera escapar.
—¿Por qué no? Tengo coche. ¿Quieres que nos vayamos?
—¿Adónde?
—Donde quieras. A la ciudad, por ejemplo. Te llevo a casa.
—Pero mis cosas… Sofía se enfadará.
—Llámala después, pide disculpas. Dile que te secuestré —sonrió—. ¿Vamos?
—¿En serio? —Lucía buscó alguna señal de burla en su rostro—. Vámonos —decidió y marchó hacia la verja.
Dentro, nadie los oyó partir.
En el coche, Lucía se durmió casi de inmediato. Despertó al llegar.
—Perdón. ¿He roncado? —se avergonzó, arreglándose el pelo.
—¿A qué dirección?
Lucía dio las indicaciones, pero él la interrumpió:
—Conozco la ciudad.
—¿El coche es tuyo? —preguntó.
—Alquilado. Sin ruedas, me siento desnudo.
Al llegar, él pidió su número.
—Te llamaréLucía cerró la puerta con el corazón acelerado, sin imaginar que aquel hombre cambiaría su vida para siempre.