«¿El cariño se hereda? La relación entre hijos y padres tras un desafío inesperado»

Hace tiempo que recuerdo a una mujer llamada Dolores, de setenta años, a quien conocí en su día. Un infarto la dejó tendida en una cama del hospital de un barrio de Toledo, aunque nunca supe con certeza qué lo provocó. Quizá fue la edad, o tal vez esos años de malos hábitos: comer sin cuidado, pasar poco tiempo al aire libre, o todo junto.

Su hijo, Alejandro, llevaba ya varios años viviendo lejos, en Zaragoza, a cientos de kilómetros. Tenía su propia vida, una esposa y dos niños. Cuando Dolores cayó enferma, fueron los vecinos quienes avisaron a la ambulancia. Algunos parientes lejanos se enteraron y desde entonces la visitan, llevándole remedios y palabras de consuelo. Aunque va mejorando poco a poco, aún no puede levantarse.

Alejandro sólo llamó una vez. Mandó algo de dinero para las medicinas, y ahí acabó todo. No vino, no preguntó por su madre. Tenía, según decía, sus propios asuntos urgentes que atender. Parecía no importarle lo que ella pasaba. «¿De qué sirve que vaya?», le dijo a un familiar. Para él, el dinero era suficiente.

En cambio, esos parientes lejanos no fallan ni un día. Compran lo que hace falta, preguntan a Dolores cómo sigue, hablan con los médicos para saber cómo evoluciona. Esa atención es lo único que la sostiene en estos días difíciles.

Y entonces me pregunto: ¿qué hacemos mal las madres para que nuestros hijos nos traten así? Estoy segura de que cómo nos ven ellos refleja cómo los criamos. Nos observan, absorben nuestras palabras, actos y valores. Si fuimos frías o injustas, no hay que sorprenderse de recibir indiferencia a cambio.

Creo firmemente que no hay hijos malos, sino padres que no supieron dar el ejemplo. Quien quiera ser buen padre, que lo demuestre con hechos. Si un niño ve a su madre cuidar de la suya, aprenderá la lección. Pero con Dolores fue distinto. Alejandro no vio que ella atendiera a su propia madre en sus últimos años. Dolores se apartó de ella, y ahora su hijo sigue sus pasos.

La vida es como un bumerán: lo que lanzas, vuelve. Y aunque duela, hay justicia en ello. Dolores yace en esa cama, rodeada de rostros ajenos en lugar del de su hijo, cosechando lo que sembró. Es amargo, pero quizá sea una lección, para ella y para todos.

Rate article
MagistrUm
«¿El cariño se hereda? La relación entre hijos y padres tras un desafío inesperado»