El bolso que lo cambió todo: un encuentro inesperado tras el divorcio y el vacío

El bolso que lo cambió todo: un encuentro casual después del divorcio y el vacío

María volvía a casa después de una cena con amigas. Habían estado charlando en una cafetería, hablando de sus vidas. Todas, menos ella, estaban casadas, así que se despidieron temprano. Nadie se metió en la vida de María; hacía poco había pasado por un divorcio doloroso. Menos mal que no habían tenido hijos…

Caminaba por un sendero tranquilo y casi desierto en el parque. Aún no había anochecido del todo, y las farolas iluminaban bien el camino. De pronto, escuchó pasos detrás de ella. María apretó el paso, deseando llegar cuanto antes a la calle principal. Pero no tuvo tiempo.

Alguien le arrancó el bolso del hombro con violencia. Se deslizó y desapareció en la oscuridad. María se detuvo… y, sorprendentemente, se echó a reír.

—¿Señorita, está bien? —preguntó un hombre que apareció de frente, mirándola con expresión de asombro—. ¿Necesita ayuda? ¿Llamo a una ambulancia?

Era evidente que no entendía por qué se reía después de un robo.

—No, tranquilo —respondió ella—. Solo me han robado el bolso.

—¿Cómo que robado? ¡Hay que llamar a la policía!

—No vale la pena. No tenía casi nada: un espejito y un pintalabios. El teléfono lo llevaba en el bolsillo. ¿Te imaginas la decepción del ladrón?

Esta vez, él también rio.

—¿Era un bolso caro?

—Ni mucho menos. Barato. Lo compré para mi sobrina por su cumpleaños, pero hoy me dio por estrenarlo. Ahora tendré que buscar otro regalo…

—¿Quiere que la acompañe hasta la salida? Yo preferiría no seguir solo por aquí, no vaya a ser que el mismo ladrón decida alegrarme el día.

—Vamos juntos. Solo quedan unos metros.

—Pues aquí nos despedimos.

—¿Volveremos a vernos?

—Ojalá. Soy Javier.

—María. Gracias por acompañarme.

Los dos rieron de nuevo antes de separarse.

—Javi, ¿dónde te habías metido? Ya estaba preocupada —le dijo su madre cuando llegó a casa.

—Mamá, a partir de ahora vendré más tarde. Como hoy.

—¿Pasó algo?

—No, tranquila. Solo me entretuve un poco. Traje todo lo que me pediste.

—Gracias. No hace falta que vengas todos los días, a tu Laura no le debe hacer gracia…

—No te preocupes. Tú no puedes salir ahora, y yo estoy aquí para ayudarte. ¿Cuándo es tu próxima cita en el hospital? Tendré que pedir un día libre.

—Ojalá me quiten pronto esta escayola…

—Hasta entonces, descansa. Yo me ocupo de todo. Vamos a cenar.

—Ya lo preparo yo…

—Quédate sentada, mamá. Yo lo hago.

Cenaron, y Javier se marchó. Todo el camino estuvo pensando en María. En ese encuentro casual. En su risa en el parque.

Con Laura ya no había vuelta atrás. Hacía un mes, su madre se había caído y se fracturó la pierna justo el día que él y su mujer iban a la boda de una prima de Laura en otra ciudad. Pero los planes se truncaron: su madre necesitaba ayuda urgente. Hospital, escayola, cuidados. Laura llamó, gritó, amenazó con el divorcio. Javier al principio contestaba, intentaba calmarla. Luego dejó el teléfono en silencio. Regresó al amanecer. Laura montó un escándalo:

—¡Tu madre lo hizo a propósito! ¡Siempre ha estado en mi contra!

—¡Eso no es cierto!

—¡La tratas como si fuera de cristal!

—Es mi madre. Tiene más de sesenta años. Y está sola.

—¡Mis padres a los cincuenta están como robles! ¡Y la tuya parece una anciana! ¡Yo quiero vivir mi vida! ¡Y tú no me dejas!

—Podrías haber ido sola. La boda no se iba a cancelar por eso.

—¡Podrían haberla llevado los médicos! ¡No hacía falta que fueras tú!

Palabra tras palabra, terminaron divorciándose. Javier no abandonó a su madre. Laura empacó sus cosas… bueno, en realidad, fue él quien lo hizo. Ella ni siquiera pensó que se quedaría sin casa.

María llegó a su pequeño apartamento de una habitación. Sus padres se lo compraron cuando entró en la universidad. Un año lo compartió con su marido. Seis meses de cuento de hadas. Luego, todo se vino abajo.

No se dio cuenta enseguida de que era ludópata. El sueldo desaparecía, su humor cambiaba bruscamente. Todo salió a la luz cuando su suegra apareció para pedirle que inscribiera a su hijo en la propiedad. “Es hora de que asuma responsabilidades”, dijo.

—Nos lo ha vendido todo —confesó la suegra—. Ahora tú eres su única salida.

María se negó. El divorcio fue un infierno. Solo cuando cambió las cerraduras y sacó sus cosas, dejaron de molestarla.

Javier no podía olvidar aquel encuentro. Empezó a frecuentar el parque a diferentes horas, esperando volver a verla.

Y un día…

—Señorita, ¿no es usted la que perdió un bolso en el parque?

—¡Sí! ¿Lo encontró?

—No el bolso… Pero encontré algo mejor.

Y así empezó todo. María trabajaba cerca de donde vivía la madre de Javier. Resultó que estaban en el mismo edificio, pero en portales distintos. ¿Casualidad?

Le contó a su madre lo del divorcio. Más tarde, la presentó a María. Los tres reían al recordar aquella noche.

Hubo una boda sencilla. Nacieron dos niñas. María y su suegra se hicieron inseparables. Esta última confesó que siempre había deseado una hija. Ahora tenía una nuera querida y dos nietas. Soñadas. Y muy, muy felices.

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