El autobús llegó con más de 20 minutos de retraso… y el frío empezó a calar hasta los huesos.

El autobús llevaba más de veinte minutos de retraso… y el frío empezaba a calar hasta los huesos.

Camilo salió del trabajo más tarde de lo habitual. La lluvia de la tarde había cesado, pero el viento helado cortaba como cuchillos invisibles. Su chaquetón fino no era rival para aquella noche.

En la parada, solo estaban él y una señora entradita en años, con un pañuelo en la cabeza y un abrigo grueso que parecía tan viejo como cálido. Camilo intentó mover los dedos para que no se le durmieran, pero ya no los sentía.

La mujer lo observó en silencio unos segundos y, sin mediar palabra, se acercó.

“Tómalo”, le dijo, mientras le colocaba el abrigo sobre los hombros.

Camilo se quedó de piedra.

No, por favor, no puedo aceptarlo… intentó devolvérselo.

Ella sonrió con dulzura.

Yo ya he llegado a mi destino. Tú aún tienes camino por delante.

Camilo quiso insistir, pero en ese momento apareció el autobús. Al subir, la mujer ya se alejaba lentamente, sin esperar un gracias.

Esa noche, en casa, Camilo colgó el abrigo junto a la puerta. No pensaba quedárselo para siempre… pero sí usarlo hasta encontrar a alguien que lo necesitara más que él.

Reflexión:
A veces, la mayor riqueza no está en lo que guardas, sino en lo que te atreves a soltar en el momento justo.
¿Crees que un pequeño gesto puede cambiarle el día a alguien?

**Bonus**

Semanas después, Camilo volvió a estar en la misma parada, esta vez bajo una llovizna gélida. Llevaba puesto el viejo abrigo, que aún conservaba un leve aroma a leña y a años pasados. Cerca de él, un adolescente tiritaba violentamente en una sudadera fina, escondiendo las manos en las mangas.

Camilo lo miró un instante y recordó aquella noche. Sin pensarlo dos veces, se quitó el abrigo y lo colocó sobre los hombros del chico.

Tómalo dijo simplemente.

Los ojos del chico se abrieron como platos. Negó con la cabeza, incómodo.

No… no puedo…

Sí puedes lo interrumpió Camilo con suavidad. Yo ya he llegado a donde iba.

Llegó el autobús, y al subir, Camilo vio al chico abrazando el abrigo con fuerza, como si fuera un escudo contra el mundo entero.

Esa noche, Camilo entendió algo: la bondad viaja como una línea de autobús. Alguien la recoge, la acompaña un trecho y luego la pasa para que siga adelante.

Y a veces, ese abrigo viejo no solo calienta un cuerpo, sino muchos corazones.

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El autobús llegó con más de 20 minutos de retraso… y el frío empezó a calar hasta los huesos.