*15 de octubre, 2023*
Mi abuela Lola no conocía los teléfonos móviles, pero nadie supo prestarme atención como ella.
No manejaba Instagram, ni entendía de selfis, y una llamada por Zoom le hubiera parecido cosa de magia.
Pero cuando yo le contaba algo, clavaba sus ojos en los míos… y en ese instante, era lo único que importaba.
No usaba retoques digitales, pero su sonrisa iluminaba más que mil pantallas.
No recurría a emoticonos, pero con un apretón en el hombro me transmitía: “Tranquilo, esto pasará”.
Jamás necesité escribirle, porque su corazón siempre estaba abierto.
Nunca me envió un “te quiero” por mensaje. Me lo repetía cada tarde, entre tajadas de pan con aceite y charlas en el patio.
Hoy echo de menos su voz más que ninguna canción.
Porque este siglo nos llenó de maneras para hablar,
pero poco a poco perdimos el arte de escuchar como ella lo hacía.
Esta entrada no busca likes. Es pura nostalgia.
*Lección del día:* Las mejores conversaciones no necesitan batería. Solo presencia.