El anciano se alejaba… La anciana lo sabía, lo sentía en cada fibra de su alma unida a él.

El viejo se iba… La vieja lo sabía, lo sentía con cada fibra de su alma, pegada a él como la hiedra al muro.

Aparentaba calma, pero por dentro temblaba. Sabía que no viviría mucho sin él, no podría. ¿Cómo? ¿Cómo vivir sin Santi, su querido, su lejano y cercano a la vez? ¿Quién dice que el amor se enfría con los años? ¿Eso está en vuestros libros? ¡No es verdad! Nada se enfría. El corazón todavía late como un pájaro al oír la voz del amado. ¡No es broma, sesenta años juntos!

Tan unidos estaban, tan entrelazados, que ni un minuto podían estar separados. ¿Cómo iba a dejarlo ir solo? ¿Cómo quedarse aquí? ¿Para qué vivir? Sin Santi, no había vida. Así pensaba la vieja, clasificando el baúl en tres montones: esto para los hijos, de recuerdo; esto para los vecinos; y esto, el montón más pequeño, para ella, mientras esperaba su hora, para mirar y recordar.

—¡Cataliiina, Cataliiina! —escuchó la voz débil del viejo.
—Voy, cariño, voy —dijo la vieja, arreglándose la falda antes de asomarse tras la cortina—. ¿Despierto ya, Santi? ¿Quieres unas tortitas, amor?

—Cataliiina… —murmuró él, con la mirada perdida en el techo—. Perdóname… Perdóname, Catalina…
—Pero, ¿qué dices, Santi? Claro que me querías, a tu manera. ¿Acaso estaríamos juntos sesenta años si no?
—No te quise… —susurró el viejo—. Fui tonto… Si volviera atrás, todo sería distrito, Catalina…
—Bueno, basta ya. Los niños vienen, ya mandé el telegrama. Michi, Toño, Sergio y Lucita llegarán al anochecer. Descansa, amor, te haré un caldito…

—No —negó él con un hilo de voz—. Dame tu mano, quédate… Perdóname.
—Yo nunca me enfadé, Santi. Más bien, perdóname tú a mí. Quizás no debí entrometerme en tu vida, quizás habrías sido más feliz…
—No, Catalina —movió la cabeza el viejo—. Fue el destino…

Una lágrima turbia rodó por su mejilla arrugada. Al caer la tarde, llegaron los hijos, ya mayores ellos mismos. Michi, el mayor, canoso y serio, profesor en Madrid. La vieja siempre lo había respetado, casi temido.

—Michi, hijo, ¡qué blanco estás!
—Los años pasan, madre. Ya soy abuelo, ¿no te acuerdas?
—¡Claro que sí! Mira, las fotos de tus nietos, bajo el cristal… Allí está toda la familia: tus abuelos, tus tíos, los que se fueron en la guerra… Y ahí, los jóvenes, hasta los bisnietos. ¡Así que no me des por muerta todavía!

—Nunca lo haría, madre. Mientras vosotros vivís, nosotros seguimos siendo niños.

Toño, el del medio, propuso ir de pesca, como en los viejos tiempos. Sergio, el menor, aún ágil y bronceado, animó al padre:

—¡Venga, padre, no estés ahí tumbado! Toño y yo arreglaremos el tejado de la casita, Lucita y mamá harán empanadillas, y luego, después del baño, un traguito…

El viejo sonrió. Había vivido una vida larga, pero llena de remordimientos. Siempre se reprochó vivir con una mujer a la que no amaba, por no atreverse a acercarse a Estefanía, su verdadero amor. La había esperado bajo el álamo frente a su casa, fumando diez petacas de tabaco, pero nunca se acercó.

—Idiota —murmuraba—. ¿Por qué no la robé, por qué no la llevé conmigo?

En cambio, se casó con Catalina, solo porque ella lo adoraba. Pasaron años antes de que entendiese que no podía vivir sin ella. Pero el orgullo, la timidez, le impidieron decírselo. Ni siquiera caminaban juntos en público. Ella lo amaba en silencio; él, arrepentido, demasiado tarde.

—Catalina… —llamó otra vez, débil—. Catita…
—Aquí estoy, mi vida. ¿Un caldito?
—No… Pronto me iré… Perdóname, cariño… Te quiero, Catalina. Siempre te quise, aunque no lo mostré… Perdona a este tonto.

—¡Santiii! —gritó ella, un alarido que resonó por todo el pueblo, como un animal herido—. ¡No te vayas, mi amor!

Pero él se fue.

La vieja cayó en cama.

—Hijos… No os vayáis todavía. No tardaré… Perdonadnos, a tu padre y a mí, si algo faltó.
—Madre —lloró Lucita—, ven conmigo.
—No, hija. Tu padre estará solo…

Al noveno día, ella también se fue.

**Lección:** El amor no es sólo pasión, sino también paciencia y gratitud. A veces, lo que creemos un error, fue nuestro mayor acierto.

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MagistrUm
El anciano se alejaba… La anciana lo sabía, lo sentía en cada fibra de su alma unida a él.