«El amor no se vende»
En Castilla-La Mancha vivía un granjero que tenía unos cachorros que quería vender. Estaba pegando un anuncio en un poste cuando se acercó un niño de unos siete años.
—Señor, me gustaría comprar uno de sus cachorros —dijo el niño.
—De acuerdo. Pero estos cachorros son de raza y tienen un precio elevado —respondió el granjero.
El niño se quedó pensando un momento, luego metió la mano en el bolsillo y preguntó:
—Tengo 39 céntimos. ¿Podría al menos mirarlos con esto?
—Por supuesto —contestó el granjero y llamó suavemente—: ¡Lola, ven aquí!
De la caseta salió corriendo una perra, seguida por cuatro cachorros ágiles. Los ojos del niño brillaban de felicidad.
Cuando todos los perritos llegaron a la cerca, el niño se fijó en uno más. Este, cojeando de una pata trasera, apenas podía seguir a sus vivaces hermanos y parecía algo torpe y gracioso.
—Quisiera tener a ese cachorrito —dijo el niño con determinación, señalando al que cojeaba.
—¿Estás seguro, hijo, de que quieres a este en particular? —preguntó sorprendido el granjero al joven visitante—. Él no podrá correr rápidamente contigo.
—No necesito que lo haga.
El niño subió la pierna izquierda del pantalón, y el granjero vio una prótesis bien ajustada.
—Vea, señor, yo tampoco puedo correr rápido. Solo necesito a alguien que me comprenda… ¿Cuánto le debo por él?
—Nada.
El viejo granjero tomó al silencioso cachorro y se lo entregó al chico.
—El amor no se vende.