EL AMOR LOCAL

17 de octubre de 2023
Querido diario,

Hoy he escuchado la voz de la vieja Lucía mientras el teléfono temblaba en mi mano. Todo empezó cuando la niña de la puerta, Cruz, me gritó con los ojos tan rojos como la tierra del campo: «¡Nena, serás tú la culpable de su muerte!» Yo, que apenas entiendo los enredos del corazón, sólo pude asentir mientras el aire se volvía denso. Cruz, la que ayer se sentó en el banco del patio con las rodillas desnudas al sol, parecía una visión de verano que no debería haber sido vista por nadie. Pero a Pablo, nuestro vecino de la tercera planta, le bastó la imagen para desmoronarse; su alma frágil no estaba hecha para tal espectáculo.

En la línea, la voz del interlocutor se volvió dura: «Mira, ahora mismo escribe su carta de despedida, dice que no puede vivir sin ella. ¡Muero! grita, y el eco de esa palabra retumba en mi cabeza como un disparo. Yo, con mi viejo binocular de campo que heredé del abuelo, podía ver cualquier detalle, pero no su desesperación. El silencio del teléfono se rompió por el jadeo agitado de la chica al otro lado: «¡Ay, mi cruzada! Llegamos tarde, el cuchillo ya está afilado y la sangre comienza a correr ¿Crees que podrás salvarlo?».

La anciana Lucía, entrecerrando sus ojos astutos, observó con placer cómo Cruz, con una bandeja de sopa de verduras y el deseo de alimentar al pobre Pablo, irrumpía en su humilde piso. Pablo no tenía ninguna chance. Él vivía solo desde que su madre se casó y se mudó a la casa de su nuevo marido, dejándole un apartamento de tres habitaciones y una orden férrea: debía casarse cuanto antes para engendrar nietos. La presión le aplastaba.

Él aceptó la idea del hogar familiar, pero la búsqueda de una pareja se le escapaba. Ingeniero de electrónica, era callado, inseguro y temeroso de acercarse a las chicas. Cuando alguna joven mostraba una actitud atrevida, él huía como avión a reacción. Lucía, siempre con su humor ácido, no quería compartir techo con una vecina insolente.

Cruz, en cambio, era una joven trabajadora, respetuosa y con la cara cubierta de pecas que daban alegría al entorno. No era una belleza de pasarela, pero su presencia era reconfortante. Lo que faltaba era que Pablo aprendiera a conversar, a acercarse. En esta época, los aparatos electrónicos solo daban datos breves: fotos, videos, y esas chicas de TikTok que no se dejan ver, mientras las demás, más atrevidas, le asustaban como fuego. El maquillaje y la moda le parecían brujerías de carnaval, tan diferentes a la sencillez de Cruz que, como un vendedor de boletos, recordaba más al personaje que a la persona.

Pablo se sentía como un erizo perdido en la niebla, alimentándose de fideos instantáneos, empanadillas y, de vez en cuando, de un buen café. Un día, mientras intentaba picar un pepino para una ensalada, se cortó el dedo. Buscó una curita y una compresa, pero justo entonces alguien comenzó a golpear la puerta. A regañadientes abrió, sangrando, y allí estaba Cruz, con los ojos desorbitados de miedo y una determinación que nunca había visto.

Yo, con mi viejo binocular, no escuché el sonido, pero la astuta Lucía, con su “Amor local”, vio cómo Cruz, desde su propio apartamento, preparó un buen caldo de verduras, papas con albóndigas, una ensalada de atún y repollo, y un compoté para Pablo. Él, al probar el primer bocado, se iluminó; la soledad y la inseguridad se desvanecieron como niebla al sol.

Un mes después, Pablo y Cruz se casaron. Lucía fue invitada y se llevó el trozo más grande del pastel, como si fuera un tesoro. Al despedirse, la novia, entre risas, le preguntó a la anciana: «Así que él iba a morir, ¿verdad? Como dijiste que se estaba apuñalando ¡en el dedo!». Lucía solo respondió con una sonrisa cómplice.

Hoy entiendo que, a veces, el amor local no necesita grandes gestos ni apariencias deslumbrantes; basta una mano que ofrezca comida casera y un corazón dispuesto a escuchar. Aprendí que la verdadera valentía es quedarse, cuidar y compartir lo sencillo, porque en esos pequeños actos se esconden los grandes rescates de la vida.

Lección personal: No subestimes el poder de una sopa caliente y una sonrisa sincera; pueden salvar un alma perdida.

Rate article
MagistrUm
EL AMOR LOCAL