El abrigo como culpable

**15 de septiembre**

Hoy no podía concentrarme en el monitor. Miraba por la ventana, pensando en esos últimos días cálidos de septiembre, pero más aún en cómo gastar la inesperada prima que había recibido.

*“Antoñito necesita zapatillas nuevas. Crecen los niños como la espuma. Y una chaqueta, pero para primavera le quedará pequeña. Quizá debería ahorrar para ir de vacaciones al año que viene, por fin ver el mar…”*

Pero entró Leticia, rompiendo mi ensimismamiento.

—¿Qué te parece? ¡Me compré un abrigo nuevo! ¿Me queda bien? Carísimo, pero valió la pena —dijo, extendiendo los brazos para lucirlo—. ¿A que sí?

—¿Y las botas son nuevas también? ¿De ante? —preguntó Marta, mi compañera de despacho—. Un día de lluvia por nuestras calles y se te arruinarán, ya verás.

*“¿Y si me compro un abrigo nuevo?”* Lo pensé mientras observaba a Leticia. *“El mío ya tiene cuatro años. Pero mamá… Mamá no entenderá. Me echará la bronca. Tengo casi cuarenta y sigo temiendo su opinión. ¿No merezco un capricho? Al menos esta vez no afectará al presupuesto familiar. Yo me gané este dinero. Puedo gastarlo como quiera. Leticia solo es cuatro años menor, pero parece una década más joven. Claro, ella no tiene un hijo de diez años ni una madre que sigue tratándome como a una niña.”*

Leticia y Marta seguían discutiendo.

—¡Venga ya, qué envidia! Si llueve, me pongo las botas viejas. Sois muy aburridas. Voy a enseñárselo a las chicas de contabilidad —dijo Leticia, ofendida, y se dirigió hacia la puerta.

—Leticia, espera —la llamé—. ¿Dónde lo compraste?

—¿Te gustó? —volvió hacia mi mesa y sacó una tarjeta de descuento del bolsillo—. Toma. Aquí está la dirección y tiene un descuento bueno.

—Oh, solo preguntaba —balbuceé, sin apartar los ojos de la tarjeta.

—Anda, que solo se vive una vez. Bueno, voy a seguir presumiendo —dijo Leticia, y salió del despacho dejando la tarjeta sobre la mesa.

—Martita, ¿en qué piensas? —preguntó Marta, asomándose desde su ordenador.

—Necesito un abrigo nuevo. Con la prima, quizá…

Marta se encogió de hombros.

—Demasiado caro y poco práctico. A Leticia la lleva su novio en coche. Tú irás en el metro a rebosar. Y tu madre… Madre mía, te enterrará junto con el abrigo.

Las dos nos echamos a reír sin querer.

—A ti te habla fácil, tienes marido. Te compras ropa casi cada temporada. Yo siempre he sido la última en gastar en mí. Primero el alquiler, luego la comida, y Antoñito no para de crecer. Si sobra algo, trato de comprarme algo barato, con rebaja.

—Pues no lo pienses más, ve después del trabajo —dijo Marta, sensata como siempre—. Aunque vistes como una señora mayor. Perdón. Leticia es una pícara, y los hombres caen como moscas. Tú eres guapa y con un corazón de oro. Si te arreglas un poco, no te quitarán de encima. Es la verdad: la gente juzga por la apariencia. Y no escuches a tu madre. Date un capricho.

***

Me casé tarde. Con una madre tan estricta, exmaestra de matemáticas, es un milagro que lo hiciera. Siempre temí defraudarla. Fui de las mejores notas.

Aunque, para ser justa, mamá también tuvo su cruz. Me crió sola. Antes de cumplir los cinco, se divorció de mi padre. Él bebía. El dinero nunca alcanzaba. Vivíamos con lo justo. Las pensiones eran lágrimas en vez de ayuda. A los cinco años, desapareció. Mamá intentó buscarlo, *“es una persona al fin y al cabo”*, pero se esfumó como si nunca hubiera existido. Quizá ni siquiera vive.

Me gradué con matrícula, conseguí trabajo, pero el amor no llegaba. A los hombres les gustaba yo, pero no a mamá. *“Demasiado guapo, mimado por las mujeres. Con ese, vivirás con el miedo de que te lo roben.”* O *“divorciado, sin casa. Vendrá a vivir aquí, y si os separáis, ¿a dividir el piso?”*

Mis amigas ya iban por el segundo matrimonio, los niños en el colegio, y yo sin haber tenido una relación seria. Hasta que conocí a uno que, si no le gustó, al menos no interfirió. *“El tiempo pasa, y te quedarás para vestiritaY años después, cuando Antoñito ya no era un niño y yo lucía canas con orgullo, ese mismo abrigo seguía colgado en mi armario, como un recordatorio silencioso de que a veces, lo que parece un capricho puede cambiar una vida entera.

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