Eché a mi cuñado de la mesa durante nuestra celebración de boda de cristal por sus bromas groseras: Así defendí mi hogar y mi dignidad familiar en una reunión inolvidable

Nacho, ¿has sacado la vajilla buena? La del filo dorado, no la de todos los días. Y revisa, por favor, las servilletas, que las he almidonado a conciencia para que queden tiesas, como en un buen restaurante Marina iba y venía entre los fogones, apartándose un mechón rebelde que se escapaba del moño. El horno ya desprendía el aroma a pato asado con manzanas; las verduras para el acompañamiento estaban casi listas y el frigorífico ardía de tanto ensaladilla que había estado picando hasta bien entrada la madrugada.

Ignacio, su marido, obedecía sin rechistar desde lo alto de las estanterías.

Mar, ¿y todo esto para qué? Si somos de casa Vienen Germán, mi madre y la tía Milagros. Les da igual comer en cazuelas de barro si el vino no falta refunfuñó mientras bajaba la caja de porcelana de Talavera.

No protestes. Es nuestro aniversario quince años, nada menos, bodas de cristal. Quiero que todo sea perfecto. Y ya conoces a tu hermano. Si pongo un plato normal, dirá que estamos en la ruina. Si pongo uno con una rallita, soltará que somos unos cutres. Al menos, esta vez no le daré pie para sus bromas.

Ignacio suspiró, bajando de la escalera. Sabía que su esposa tenía razón. Su hermano mayor, Germán, era una pieza complicada Siendo justos, directamente un grosero, un arte en el que encontraba gracia y se creía campeón del pueblo.

Solo te pido que hoy no te vengas arriba le rogó Ignacio, secando con mimo los platos. Germán está en un momento difícil: lo echaron del curro, su mujer lo dejó Está más agrio que el vinagre.

Nacho, ese momento difícil le dura toda la vida. Y su mujer se fue porque tenía instinto de supervivencia sentenció Marina probando la salsa. Aguantaré lo que pueda, pero si vuelve con sus bromitas sobre mi cuerpo o tu sueldo, no respondo.

El timbre sonó, puntual como un reloj, a las cinco. Primero apareció su suegra, doña Carmen, un alma buena que idolatraba a sus hijos, sobre todo al mayor, el descarriado. Luego tía Milagros, con su marido. Y Germán, como siempre, llegó tarde, cuarenta minutos después, cuando los demás ya estaban sentados y las croquetas se habían enfriado.

Entró como un vendaval, dejando tras de sí el olor a tabaco barato y el frío de la calle.

¡Aquí estoy, aunque no me esperabais! su voz llenó el modesto piso. ¿Qué, Nacho, pensabas que no iba a traer regalito? ¡Toma!

Entregó a Ignacio un paquete envuelto en papel de periódico.

¿Y esto? balbuceó Ignacio.

¡Un set de destornilladores del bazar! Que tu siempre andas manguiando el martillo y no lo encuentras, a ver si espabilas…

Marina, forzando una sonrisa, se acercó a saludar.

Buenas, Germán. Pasa, lávate las manos, llevamos esperándote un buen rato.

La miró de arriba abajo. El escalofrío recorrió la espalda de Marina como un jarro de agua fría.

¡Hombre, Marina! ¿Te has puesto de estreno? Ese vestido reluce más que el papel de los Sugus. ¿O lo llevas para despistar de las arrugas? Es broma, mujer, que estás de muy buen ver, bien alimentada.

Ignacio carraspeó, buscando aliviar el ambiente:

Germán, siéntate ya. Que el pato se enfría.

Nada más sentarse, Germán cogió el mando de la mesa. Se sirvió una copa de orujo casi hasta el borde y, pinchando un boquerón, levantó la voz.

Bueno, felicidades, chavales. Quince años, se dice pronto. ¡¿Cómo es que no os habéis matado aún?! Yo solo duré cinco con la Sonia y acabé pensando en largarme. Las mujeres son sanguijuelas, chupan y chupan Nacho, a ti aún te ha tocado una que cocina, aunque… masculló tras tragar boquerón. Le echaste sal de más, Marina, ¿se te fue la mano o te puede la edad?

Doña Carmen, solícita, intervino enseguida.

No digas tonterías, hijo. Marina cocina de maravilla. Prueba la ensaladilla de lengua, está de muerte.

¿De lengua? ¡Y tan de lengua! Si hay alguien que le sobra es a Marina rió Germán. Es por tu bien, mujer. Hay que saber escuchar las críticas. ¡Por eso yo caigo bien, porque voy de cara!

Marina dejó una fuente caliente sobre la mesa, sintiendo cómo la rabia florecía en su pecho. Miró a Ignacio, que agachaba la cabeza hacia el mantel, como si el dibujo le fascinara. Temía a su hermano, a la bronca, a estropear la noche.

Respira. Solo un día. Por Nacho. Por doña Carmen, pensó Marina.

Germán, ¿qué tal el trabajo? Dijiste que tuviste una entrevista la semana pasada cambió de tema.

Él se encogió de hombros, ya rellenando otra copa.

Bah, ni preguntar. Un chaval de veintitantos, dándome lecciones de informática. Le dije, chaval, yo curraba cuando tú ni existías. Me largaron. Mejor así. Ya montaré mi propio negocio eso sí, cuando tenga cuartos Por cierto, Nacho, ¿me dejas quinientos eurillos hasta fin de mes? Se me ha roto la tubería.

Marina se tensó.

Germán, todavía no has devuelto los mil euros que pediste para arreglar el coche, ¿recuerdas?

Germán enrojeció, pero enseguida arremetió.

Mira, Ignacio, cómo te controla tu jefa. A la izquierda o a la derecha y, zas, disparo. Los temas entre hombres, que ni se meta, ¿eh? ¿O es que ya ni a tu hermano puedes echarle un cable?

Ignacio miró a su esposa y a su hermano.

Que va mal la cosa, Germán. Entre la hipoteca y el aniversario…

Claro, claro, lo veo, qué despliegue. ¡Menuda mesa! Salmón, queso manchego, todo a tiro. Los nuevos ricos, vaya. Pero tu hermano que se busque la vida. Así eres, Marina: todo para dentro y que los demás arreen.

Tranquilízate, Germán doña Carmen, con un empanadillo en la mano. Come algo, que Marina ha cocinado con cariño.

Cariño Yo ya sé cómo se las gasta contraatacó con un guiño a Ignacio, tan asqueroso que Marina se quedó sin respiración. Dicen que te han hecho jefa, ¿no? ¿Por qué será? ¿Por tus ojos o porque te quedas hasta tarde?

El silencio cayó como una losa. Incluso la tía Milagros, parlanchina de oficio, dejó de masticar. Ignacio se sonrojó.

Germán, ¿se puede saber qué dices? susurró Ignacio.

Lo que piensa todo el mundo y no se atreve a soltarlo. Tú en la fábrica muerto de asco, ella, carrerón. Está contigo por lastima, o por comodidad. Un manda, otro obedece. Mírate, eres una alfombra.

Basta la voz de Marina sonó firme, aunque las manos le temblaban. Dejó la fuente en la mesa con un golpe seco.

Uy, cuidado, que la jefa se subleva rió Germán. No le duele la verdad, ¿eh? Yo siempre dije lo mismo: ¿qué te vio Nacho? Ni cara ni tipo, carácter de sierra eléctrica. La Sonia sí que era un cañón, aunque una víbora. Pero tú te crees reina y eres una ratilla con corona.

Marina miró a Ignacio. Esperó. Esperó que él plantara cara, que pusiera a su hermano en la calle. Ignacio seguía encorvado, aferrado al tenedor.

Si tú no, lo haré yo, pensó Marina.

Se levantó. Se arregló el vestido y, con una serenidad helada, miró a Germán.

Te vas ahora mismo.

Germán soltó una risotada.

¿Se te ha ido la olla? ¿Me echas de la casa de mi propio hermano?

He dicho que te vas. YA.

¡Pero! Nacho, ¿lo oyes? ¡Me echa a la calle! ¡A tu hermano!

Ignacio levantó la vista, el rostro torturado. Miró a su esposa, ante la determinación en su cara lo supo: si fallaba, su matrimonio estaba roto.

Germán dijo Ignacio, ronco. Márchate.

Germán se quedó sin palabras, boquiabierto.

Estáis locos ¡Doña Carmen, lo ves! ¡Por una broma!

No fue una broma Marina cruzó la mesa y señaló la puerta. Has humillado a tu hermano y a mí, en nuestra casa, en nuestra mesa. Comes de nuestra comida y nos devuelves insultos. Se acabó. Quince años he soportado tus tonterías por el bien familiar, pero basta. Límite. Fuera.

¡Pues a la porra! Germán se levantó, volcando la copa de vino tinto sobre el mantel blanco, como una herida carmesí. ¡Atragantaos con la cena! ¡No vuelvo más a esta casa!

Ojalá. Y olvídate de nuestro dinero. Ni hoy, ni nunca. Búscate un trabajo.

Rojo de rabia, agarró la botella de orujo (¡Esto no lo dejo! pensó), la encajó bajo el brazo y marchó, dando portazos.

¡Te arrepentirás, Nacho! ¡Has cambiado a tu hermano por una fiera! ¡Calzonazos!

El portazo retumbó y los vasos tintinearon.

El silencio fue espeso, solo interrumpido por el tictac del reloj y la respiración entrecortada de doña Carmen, que lloraba con un pañuelo.

Marina ¿No has sido muy dura? No lo hace con mala intención Solo no sabe callarse.

Marina giró hacia su suegra, frágil pero firme.

Doña Carmen, no saber callarse es reír alto, pero lo suyo es despreciar y humillar. No puedo permitir que mi casa sea vertedero de su veneno. Si quiere usted comprenderle, es su derecho; pero aquí y en mi mesa no.

La suegra sollozó, pero se contuvo. Tía Milagros, práctica como siempre, soltó con alegría:

Por cierto, Marina, el pato está de cine. ¡De escándalo! Y has hecho bien. ¡Ya era hora de pararle los pies! Ese hombre me pisó en vuestra boda y ni una disculpa. Nacho, sírveme un poquito más de vino, que me ha dado un disgusto

La tensión se deshizo. Ignacio, como si hubiera despertado, cogió la botella y miró a Marina con un agradecimiento y respeto que hacía mucho ella no veía.

Perdóname susurró Ignacio, llenando su copa. Tenía que haberlo hecho yo.

No importa respondió Marina, posando la mano sobre la suya. Lo importante es que estamos juntos. Y que él ya no está.

El resto de la velada sucedió sorprendentemente cálida. Sin Germán, el aire se purificó. Los invitados relataron anécdotas, bromearon con ternura. Hasta doña Carmen, tras un par de copitas y la tarta de galleta, esbozó una sonrisa y tarareó junto a la tía Milagros.

Cuando quedaron solos, rodeados de platos por lavar, Marina se sentó mirando la mancha en el mantel.

Creo que no saldrá ni con lejía Era regalo de mi madre.

Ignacio la abrazó por detrás.

Marina, a la porra el mantel. Compramos otro, o diez. Hoy has sido no sé cómo decirlo, increíble. Qué tonto he sido por dejarle fastidiarte tantos años. Es que desde chicos era el mayor, el que manda. Y mamá siempre: déjale, Germán es complicado. Y yo, a aguantar.

Lo sé, Nacho. Cuesta romper esos moldes Pero somos una familia, de cristal, sí, pero bonita. Y a mi familia la defiendo, aunque sea de un cuñado con destornilladores de bazar.

Rieron. Toda la tensión de la tarde se evaporó.

Por cierto Nacho cogió el paquete olvidado de herramientas: ¿Sabes lo gracioso? Tengo este mismo set desde hace tres años. Me lo regaló él mismo por Reyes. Seguro que lo vino a buscar y ahora ha vuelto a regalarlo.

Lo ves La estabilidad es el secreto del artesano.

Al día siguiente, Ignacio recibió varias llamadas: Germán, una y otra vez. Miró la pantalla, respiró. Marina, junto a él, leía tranquila su novela con el café.

Ignacio silencio el móvil y lo dejó boca abajo.

¿No lo coges? sonrió ella.

No. Que le dé el aire. Si llama para montar lío, ni le cojo. ¡Qué gusto la paz de anoche!

Mamá irá dándole vueltas comentó Marina.

Que le siente bien, así ve que aquí también plantamos cara. Ahora somos equipo, ¿no?

Equipo sonrió Marina. El batallón de los amantes de la calma y el pato con manzanas.

Una semana después, Marina supo por su suegra que Germán contaba a todos que su cuñada lo había echado injustamente mientras el pobre Nacho se escondía. Los familiares abrían los ojos, pero, curiosamente, en adelante todos se invitaban más a menudo a casa de Marina y Nacho y, eso sí, con modales exquisitos. La fama de que allí no se toleraba la mala educación protegía mejor que cualquier alarma.

Por cierto, el mantel sí se salvó. Marina consiguió quitar la mancha con el método de su abuela: sal y agua hirviendo. Igual que sucedió con Germán. Un poco de trabajo, algo de escozor, pero ahora todo estaba limpio. Y brillaba.

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MagistrUm
Eché a mi cuñado de la mesa durante nuestra celebración de boda de cristal por sus bromas groseras: Así defendí mi hogar y mi dignidad familiar en una reunión inolvidable