Durante casi una hora observé a unos futuros padres recién salidos del instituto

Durante casi una hora, observé a unos futuros padres que apenas acababan de salir del instituto, como si estuvieran atrapados en un cuadro distorsionado de una sala de espera en Madrid, donde el tiempo parecía derretirse en las losas del suelo.

No hace mucho, estuve en la consulta del ginecólogo. Como siempre, la sala estaba llena y el médico llegaba tarde, los minutos marchándose pesadamente como si cada uno llevara una capa de polvo del Retiro. Detrás de mí, una chica embarazada de unos dieciocho años, apoyada en el brazo de su pareja, joven igual que ella. Los padres no hacían caso a la cola; se movían y actuaban como dos pichones traviesos en una verbena. El chico, que en su impaciencia se reía a carcajadas sin importar el eco que hacían sus voces por el pasillo, exclamaba:

¿A que mola que sea un niño? Jaaaaaaajaaa…

Repitió ese ¿A que mola? al menos diez veces, hasta que un destello de lucidez lo atravesó:

¡Ostras! ¡No le hemos puesto nombre aún! ¡Vamos a ponerle el nombre de algún médico!

Se puso a pasear nervioso por el pasillo, repasando con el dedo los nombres y apellidos de los doctores en las placas doradas, diciendo en voz alta cada uno, como conjurando hechizos. Terminado el desfile, se dejó caer junto a su chica y empezó a reírse de nuevo, como si la risa fuera agua en el desierto. Una señora mayor, con el pelo recogido y gesto severo, pasó junto a ellos y le llamó la atención:

Muchacho, por favor, compórtate.

Él giró la cabeza con expresión de sorpresa, la miró y soltó:

¡Abuela, tú también estás embarazada! Jiji-ji-ji…

La chica, Amparo, se tapó la boca para ahogar una risilla boba, con esa mirada de quien ve el mundo a través de una nube de algodón de feria. Yo trataba de contenerme; forcejeando con la idea de saltarles al cuello pero sabiendo que no merecía la pena discutir con una mujer encinta.

El siguiente tema, decidido por el futuro padre, fue la comida:

¡Me muero de hambre! Yu-yu-yu-yu-yu…
Tengo un hambre, y encima queda media hora para entrar
Vámonos a tomar unas croquetas y luego volvemos.
No quiero croquetas.
Ahora te has vuelto caprichosa, ¿eh? Hoho-hoho…

Sus palabras hacían retumbar la cabeza de los presentes, casi como si cada sílaba se deshiciera en la atmósfera estancada, llenando el aire con confeti invisible. Pero, gracias al apóstol Santiago o al fantasma de Cervantes, los dos jóvenes al fin se fueron, quién sabe si en busca de croquetas o porras, poco importaba. Lo importante era la paz inesperada que quedó tras su marcha.

Con cierta desazón, me pregunté qué educación podría recibir ese futuro niño, imaginando que seguiría las huellas atolondradas de sus padres como quien camina dormido sobre la luna de la Gran Vía. Me gustaría pensar que los abuelos meterán baza, aunque viendo el resultado de la generación anterior, seguramente poco cambiará la historia de ese linaje absurdo.

Rate article
MagistrUm
Durante casi una hora observé a unos futuros padres recién salidos del instituto