“Dos semanas para hacer las maletas y buscarse otro lugar donde vivir”. Hijas ofendidas

Dos semanas para empacar todo y buscarse otro sitio donde vivir.” Hijas ofendidas.

Clara enviudó muy joven. Tuvo que criar sola a sus dos hijas, y jamás nadie la oyó quejarse ni media palabra. No solo logró que ambas salieran adelante, sino que además se sacaron carreras de las de verdad. Sus estudios los pagaba la madre, claro: trabajando por la mañana, por la tarde y, si le dejaban, hasta por la noche.

Un buen día, la mayor apareció en casa con un chaval: Mamá, que este es mi futuro marido, pero no tiene dónde caerse muerto. Tuvieron un bebé y nada, que hubo que cederles la habitación. Así fue como Clara acabó compartiendo cuarto con la hija pequeña.

Al principio, pensó que sería algo temporal. Que la pareja ahorraría cuatro duros, se buscaría un pisito y listo, la vida volvería a ser lo de antes. Pero ni la hija ni el yerno tenían muchas prisas ¿Para qué? Si en casa de la madre había techo, comida de sobra y, para más inri, ni los platos friega nadie. Todo gracias a Clara, por supuesto.

De agradecimiento, ni rastro. Al contrario: las broncas estaban a la orden del día. La hija pequeña decía que limpiar el váter después del yerno no era lo suyo. La mayor se defendía con el clásico: Entre el niño y todo, no me da la vida. Y el yerno, a lo suyo: Tirar la basura y lavar los platos no es cosa de hombres, y jornada completa en el ordenador.

El ambiente en casa era tan pesado, que Clara prefería pasearse por la Gran Vía antes que volver a su piso en Vallecas. Y cuando insinuó a la hija mayor la idea de irse a un piso de alquiler con el marido y la niña, le saltaron con un: Estamos ahorrando para la hipoteca, ¿y de dónde vamos a sacar nosotros el dinero?

Eso sí, casa de mamá, pero para siempre.

La gota que colmó el vaso: la hija pequeña le planta al novio en casa. Mamá, es de Salamanca, que se va a vivir aquí. Y Clara pensando: ¿Dónde, en la cocina? La hija, previsora, ya traía el argumento listo: Hombre, mamá, la cocina no es lo ideal pero si te mudaras tú misma a la cocina, yo podría tener mi propio cuarto. Roja de puro descaro, oye.

Aquello ya no hubo quien lo aguantara. Clara se dio cuenta, de golpe, de que su opinión era la última en contar. Que vamos, si por ellas fuera, le hacían los papeles para meterla en una residencia y aquí paz y después gloria.

Y ahí soltó el ultimátum: Tenéis dos semanas para hacer las maletas y buscaros un sitio para vivir. Las hijas, ofendidísimas, juraron que jamás dejarían ver a los nietos y, es más, que la madre iba a quedarse sola toda su vida. Pero Clara, ni un paso atrás. Si ese era su destino, que viniera cuando quisiera. Ya les tocaba volar solas.

Ahora se acercan sus cincuenta años, y ni sabe si sus hijas vendrán a felicitarla o si la cosa es ya para siempre. ¿Qué opinas? ¿Hizo bien Clara echando a las hijas del piso? ¿Y tú, qué hubieras hecho en su lugar?

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