Dos huérfanas y un hogar dichoso: el destino acomoda todo

Dos huérfanas y un hogar feliz: cómo el destino lo puso todo en su lugar

Nuria y Lola viajaban en autobús hacia un pequeño pueblo tranquilo. Una parada, un corto paseo, y allí estaba la dirección que buscaban. En el patio había bullicio, mesas preparadas para una fiesta—parecía que alguien celebraba un cumpleaños. Las chicas se detuvieron ante la verja, y casi al instante salió un hombre a su encuentro.

—¿Habéis venido por algo, chicas? —preguntó con una sonrisa afable—. ¿A quién buscáis, preciosas?

—Necesitamos hablar con Miguel Ángel —respondió Lola.

—Pues soy yo —dijo él, arqueando las cejas—. ¿Sois del ayuntamiento? ¿O de dónde?

—No —contestó Lola, mirando a Nuria a los ojos—. Esta es mi amiga Nuria. Nuria, enséñale la foto.

Nuria sacó una fotografía cuidadosamente doblada y se la entregó al hombre. Miguel Ángel la observó largamente antes de alzar la vista hacia ella. Su expresión cambió de golpe.

—Es tu hija —susurró Lola.

Miguel Ángel se quedó paralizado.

—¿Mi hija?

Esta historia había comenzado mucho antes. Dos niñas completamente distintas, Nuria y Lola, se conocieron en un orfanato. Llegaron el mismo día y desde entonces estuvieron juntas. Ambas eran huérfanas por voluntad de los adultos y las circunstancias.

Lola perdió a su madre, quien, aunque no pasaba penurias, prefería una vida de fiestas y amores pasajeros. De su padre no sabía nada, aunque este enviaba dinero puntualmente. Los familiares se negaron a hacerse cargo de ella. Tras la muerte de su madre, solo le quedó un piso destartalado y el camino al internado.

Nuria vivía con su abuela. Su madre murió al dar a luz, y su padre… la abuela sabía de él, pero nunca lo buscó. Había formado otra familia, y nadie sospechaba que tuviera una hija. Cuando la abuela falleció, Nuria también terminó en el orfanato.

Las pusieron en habitaciones contiguas. Desde el principio se entendieron, aunque nunca encajaron con los demás. Se defendían mutuamente, discutían con otros—y eso las unió aún más.

Al salir del internado, alquilaron un piso juntas y entraron en una escuela técnica. Fue entonces cuando surgió la idea: buscar a sus padres.

El padre de Lola estaba en los registros sociales, pero el de Nuria fue más complicado. Gracias a unas fotos viejas con anotaciones al dorso, Nuria descubrió su nombre. Después, internet, preguntas, direcciones… Y así llegaron a este momento.

Primero fue el padre de Lola. Una casa grande, tras una verja alta. Llamaron, pero la respuesta fue fría:

—No está. Marchaos.

En su trabajo tampoco tuvieron suerte. Horas después, apareció, pero la conversación fue breve y cruel.

—No te necesito. Yo pagué. Tengo familia, fuiste un error. No te metas en mi vida.

Lola lo mandó al infierno y rompió a llorar.

—Ahora te toca a ti —dijo, secándose las lágrimas—. Vamos a ver a tu padre.

Encontraron la dirección fácilmente. En el patio preparaban una celebración. Miguel Ángel estaba de buen humor. Pero al ver la foto y oír “Es su hija”, su rostro se ensombreció, luego confundido.

—No… no te pareces mucho a tu madre. Pero algo hay. ¡Miguelito! ¡Llama a la abuela!

—¿Quién es? —preguntó un adolescente desde la puerta.

—¡Ve, llama!

Apareció una mujer mayor, pero llena de energía.

—¿Qué pasa ahora, Miguel Ángel?

—Mamá, no te asustes… Es… mi hija. Tu nieta.

—¡Dios mío! ¿De verdad? ¡Qué alegría! Chicas, pasad. ¿Por qué estáis en la calle? ¡Hoy es mi cumpleaños—70 años!

Las recibieron con los brazos abiertos. La abuela sacó fotos antiguas, y no hubo duda: el parecido, la mirada, incluso un lunar—todo coincidía.

—Deberíamos hacer una prueba —murmuró Nuria.

—Si quieres, la haremos. Pero yo ya sé que eres nuestra. Y Lola también. Una nieta está bien, ¡pero dos son mejor! Seréis ambas de la familia.

Lola volvió a llorar.

—Nada de lágrimas —dijo la abuela—. Hoy es fiesta. La mujer de Miguel Ángel murió hace cinco años, soy la única en casa. Y ahora estáis vosotras. Comeremos, y me lo contaréis todo. Conoceréis a los hermanos—Miguel Ángel tiene cuatro. El pequeño es Iván.

La fiesta fue maravillosa. Risas, abrazos, recuerdos, historias. Miguel Ángel no paraba de repetir:

—¿Cómo pude no saberlo?

—Así tenía que ser —decía la abuela—. Mira cómo mira Nacho a Lola. Creo que pronto habrá otra celebración.

Y así fue. Un año después, Nacho y Lola se casaron. Nuria se quedó como una hermana. Miguel Ángel se convirtió en un verdadero padre para ambas. Y la abuela… siempre decía: “Encontré dos nietas de golpe. ¡Eso es el destino!”

A veces, el destino realmente lo pone todo en su sitio. Aunque sea a través del dolor.

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