¿Dónde se esconde el amor?

¿Dónde está el amor?

Lucía era una chica alegre, vivaz y simpática. Siempre tenía pretendientes a su alrededor, pero ella no se apresuraba, prefería elegir con calma. Sin embargo, cuanto más crecía, más exigentes se volvían sus requisitos para su futuro esposo.

Su madre la crió sola. Lucía sabía bien lo que era contar cada céntimo. No tenía tantos lujos como sus amigas o compañeras de clase. Decidió que solo se casaría con un hombre adinerado.

Y un día, conoció al hombre de sus sueños: inteligente, apuesto, exitoso, con dinero, un piso en Madrid y un coche de lujo. ¿Qué más podía desear? Un príncipe, en pocas palabras. Claro que se enamoró. Lucía era guapa, pero no tenía nada más que su propia juventud. Aún no entendía que la juventud y la belleza también son mercancías.

Se enamoró, y era difícil no hacerlo cuando él la colmaba de atenciones, cumplía todos sus caprichos y las demás mujeres envidaban su suerte.

Lucía lo llevó a casa para presentárselo a su madre. Estaba segura de que le encantaría. ¿Qué madre no querría lo mejor para su hija? Y qué mejor que un hombre así. Viviría como una reina. Pero cuando él se marchó, su madre expresó una opinión diferente.

—Sí, es un buen partido. Lo que no entiendo es qué ve en ti. Eres joven y bonita, pero hay muchas como tú. ¿Por qué te eligió a ti? Ay, hija, mejor te hubieras buscado a un chico más sencillo. Vienen de mundos distintos. Además, es mucho mayor que tú. Seguro estuvo casado antes, tiene hijos. No pongas esa cara. Ahora piensas que eso no importa para ser feliz, pero ya verás. No serás feliz con él.

—Eso ya lo veremos —respondió Lucía con orgullo—. Se divorció hace años. Su hijo vive en el extranjero.

—Tendrás que esforzarte el doble para cumplir sus expectativas. ¿Recuerdas la historia de Cenicienta? El príncipe se enamoró de ella en el baile, cuando estaba impecable. Solo en los cuentos la convierte en princesa sin importarle su pasado. ¿De qué van a hablar? Ella de recetas y él de negocios internacionales. Tienen intereses distintos. Y algún día, él buscará a alguien de su mismo nivel, aunque no quiera. La sociedad lo presionará. Sois demasiado diferentes —suspiró su madre—. Jugará contigo y luego te dejará.

—No me esperaba esto de ti, mamá. Pensé que te alegrarías por mí. Siempre estás insatisfecha. ¿Entonces qué? ¿No me caso? ¿Vivo con miedo a que me abandone?

—No es eso, solo que… —empezó su madre, pero Lucía la interrumpió.

—Si me caso con un chico normal, como yo, ¿eso garantiza que no nos divorciaremos? No me desanimes, mamá, ya lo he decidido. Seré feliz el tiempo que dure. Al menos sabré lo que es no preocuparme por el dinero.

—Quizá tengas razón —cedió su madre—. Que Dios haga que esa felicidad dure lo más posible —susurró con resignación.

A Lucía le halagaba que otras mujeres admiraran a Álvaro, que la miraran con envidia cuando pasaba a buscarla al trabajo. Pero él la había elegido a ella, eso significaba amor. Y el amor borraba todas las diferencias. ¿Qué decía el apóstol Pablo sobre el amor?

Álvaro le hizo una propuesta de matrimonio espectacular, con un anillo de diamantes de siete quilates, deslumbrante y carísimo. Su cabeza daba vueltas de felicidad. No, su historia sería diferente. No como su madre temía. Lucía estaba segura.

Llegó el momento de elegir el vestido de novia. Había estado meses mirando catálogos en línea, pero los precios la asustaban. Planeaban ir juntos al salón de bodas ese fin de semana pero, en el último momento, Álvaro se excusó por trabajo. En su lugar, le dio su tarjeta y le dijo que eligiera el vestido más bonito sin mirar el precio.

No invitó a su madre. Sabía que, acostumbrada a ahorrar, se escandalizaría con los precios. Y no tenía ninguna amiga cercana para acompañarla. Así que fue sola.

Al ver las filas de vestidos blancos, se quedó paralizada, como en un sueño. Su futuro parecía un cuento de hadas. Pero al mirar la etiqueta del primer vestido, le entró el pánico. Costaba más de lo que ganaba en tres meses. Se sintió como una impostora, sin derecho a estar en una tienda tan exclusiva.

La dependienta se acercó con una sonrisa condescendiente que la humilló aún más. Respiró hondo y, con voz temblorosa, describió el vestido que imaginaba desde niña. La dependienta le mostró modelos que la dejaron sin aliento. Decidió no mirar los precios. Álvaro le había dicho que no escatimara.

Al probárselos, olvidó todo. Las sonrisas de las vendedoras cambiaron, ahora eran de admiración. Qué placer era no contar las monedas, elegir lo que realmente deseaba. Ojalá Álvaro estuviera allí, tomando un café mientras ella desfilaba con sus modelos favoritos.

Al final, eligió uno que le quedaba perfecto. Para que el novio no lo viera antes de tiempo y su madre no se desmayara al saber su costo, lo dejó en el salón hasta el día de la boda.

La boda fue en un lujoso restaurante en las afueras de Madrid, con fuegos artificiales y orquesta en vivo bajo la luna.

—Qué suerte tienes, Lucía —susurraban envidias sus compañeras de trabajo—. Un marido así no se encuentra todos los días.

—¿Así cómo? ¿Guapo? ¿Rico? Tiene muchas otras cualidades —se reía ella, sintiéndose en la cima del mundo.

La primera decepción llegó poco después de la boda. Antes salían casi a diario, pero ahora Álvaro no quería salir de casa. Se quejaba de cansancio, de reuniones por videollamada. Lucía se aburría en aquel piso enorme.

—¿Salimos a cenar? —preguntaba con esperanza.

—Estoy agotado. Cocinas muy bien, no hace falta. En los restaurantes solo se gasta dinero —contestaba él, sin levantar la vista del portátil.

Ella extrañaba los días en que se arreglaba para él, se sentía deseada. Ahora llegaba del trabajo, se ponía el delantal y cocinaba. Cuando se cansaba, pedía comida a domicilio. Álvaro ni notaba la diferencia.

Todo cambió cuando quedó embarazada. Él volvió a ser cariñoso, incluso le ofreció contratar ayuda doméstica. Pero ella se negó. Estaba orgullosa de su barriga, radiante de felicidad.

El parto fue sin complicaciones. El niño nació sano, pero Lucía engordó. Álvaro fruncía el ceño al verla en su bata holgada.

—Es más cómodo para amamantar —se justificaba.

Cada vez notaba más sus miradas de desaprobación. Él empezó a llegar tarde, excusándose con reuniones.

—Desde que nació el niño, ya no me miras —le reproche un día.

—Te propuse contratar a alguien —respondió él, molesto.

—Tienes a otra… —adivinó ella, con el corazón en un puño.

—Tú lo dijiste, no yo. Pero sí, hay otra mujer. Me das asco, has dejado de cuidarte. Te doy dinero suficiente para mantenerte bien.

—Pensé que lo importante era nuestro hijo, no mi aspecto. Amamanto, no puedo hacer dieta. ¡Ni siquiera tengo tiempo de mirarme al espejo!

Pero las cosas empeoraron. Álvaro apenas estaba en casa, y ella enloquecía de celos. Una noche, decidió irse. Al día siguiente,Pocos años después, mientras paseaba por un parque en Barcelona con su hijo, Lucía se encontró con Álvaro, quien, al verla feliz y realizada, bajó la mirada y siguió su camino sin pronunciar palabra.

Rate article
MagistrUm
¿Dónde se esconde el amor?