Donde el Corazón Late Más Fuerte: Primer Viaje al Pueblo

**Diario de un hombre: Donde el corazón se detiene — El primer viaje al pueblo**

—¡No puedo más! —exclamó Lucía, arrojando el bolso sobre el sofá—. ¡Necesito ir a la playa! Estar tumbada al sol todo el día como una foca, y por la noche, bailar hasta el amanecer. Música, cócteles y ni una sola palabra sobre el trabajo.

Alejandro sonrió. Ya estaba acostumbrado a sus arrebatos. Lucía era una chica complicada: descarada, irónica, a veces temperamental, pero siempre auténtica. No fingía, no interpretaba papeles. Con ella todo era fácil y divertido. Y, sobre todo, no tenía que fingir.

Se conocieron hace unos meses, y desde entonces, Alejandro respiraba con más calma. No había silencios incómodos ni falsedad, solo comodidad y esa sensación de estar junto a alguien con quien querías quedarte. Para siempre.

—¿Qué pasó en el trabajo? —preguntó él, acercándose con suavidad.

—¡Todos me vuelven loca! «Lucía haz esto, Lucía haz lo otro»… ¡Como si no hubiera más nombres! Hoy casi le digo cuatro cosas al jefe. Si no me hubiera mordido la lengua, ahora estaría despedida…

—Entonces, claramente necesitas descansar —rio Alejandro—. Podemos irnos a algún sitio, aunque no sea la playa.

—¿Adónde? Si acaso me dan un día libre. ¿De qué sirve un «vacación» de un solo día?

—¿Y si vamos al pueblo, a casa de la abuela? El aire es tan puro que con una caminata ya descansas. ¡Y sus empanadas! Recién hechas, humeantes…

—¿Al pueblo? —Lucía abrió los ojos como platos—. ¿En serio? Nunca he estado en un pueblo.

—¿Cómo que nunca?

—Pues eso. Mi familia es toda de ciudad. Ni siquiera he visto una vaca en persona, solo en los tetrabriks de leche.

—¡Entonces tienes que ir! No te imaginas lo increíble que es. El río, la chimenea, las estrellas de noche, la hoguera…

—Ay, Alejandro, ojalá tuviera tu entusiasmo. La verdad, no me siento lista para conquistar a ninguna abuela.

—Pues te equivocas. Mi abuela es un encanto. Te llenará de empanadas, te dará té de menta y, en dos minutos, la adorarás.

—Bueno, si las empanadas son un argumento… —Lucía sonrió—. Vale. Pero con una condición: si no me gusta, me compras un armario nuevo. Porque después de sus comidas, no voy a caber en mi ropa.

Él se rió, y ella aún no sabía si reírse o empezar a preocuparse.

El camino no fue fácil. Los últimos kilómetros, el coche saltaba por un camino de tierra lleno de baches. Alejandro iba tranquilo, pero Lucía miraba por la ventana nerviosa, esperando ver gallinas sueltas, montones de estiércol y patos que la atacaran al ver a una forastera.

Pero no fue así. El pueblo era grande, cuidado, con varias calles, tiendas y asfalto. Ni rastro de vacas. En su lugar, niños descalzos, mujeres con peinados impecables y hombres sentados en las puertas, charlando tranquilamente.

La abuela los recibió como si los hubiera esperado toda la vida. Abrazó a Lucía como si fuera de la familia, se afanó en servirles y los sentó a una mesa repleta: cocido, croquetas, chorizo, empanadas, y limonada casera.

Lucía se quedó sin palabras. ¿Dónde estaba esa abuela estricta que la miraría con desconfianza? ¿Dónde estaba ese ambiente rural que tanto le asustaba de pequeña?

Alejandro brillaba de felicidad. Sabía que todo saldría así.

Después de comer, la llevó al río. Y allí, todo era mágico. Agua cristalina, niños jugando, hombres haciendo una barbacoa, mujeres desplegando manteles. Nadie gritaba, nadie tenía prisa. Solo risas, brisa y el aroma de la leña quemada.

Por la noche, Lucía se durmió casi al tocar la almohada. La mañana la despertó con los rayos del sol —las cortinas de la abuela eran finas, casi transparentes—. Se levantó, se puso una chaqueta y salió afuera. Y se quedó inmóvil.

El cielo se teñía de rosa, el sol asomaba en el horizonte. A lo lejos, mugían las vacas, cantaban los pájaros, y el aire olía a rocío, hierba y tomillo. Todo respiraba paz. Lucía se quitó las zapatillas y pisó la hierba húmeda con los pies descalzos. Se quedó quieta, en silencio. Su alma se limpiaba.

—Te había perdido —dijo la voz de Alejandro detrás de ella.

—Me desperté… Salí. Aquí todo es tan tranquilo, tan ligero… Nunca había sentido tanta calma.

—¿Te ha gustado?

—Mucho. ¿Volveremos?

—Claro. Una y mil veces.

Lucía lo abrazó con fuerza. Dentro de ella latía una felicidad nueva. Ya no quería ir a la playa. Había encontrado su paz, su inspiración, justo aquí. Y regresaría una y otra vez —a ese lugar donde el alma aprende a respirar de nuevo.

**Lección aprendida:** A veces, los rincones más sencillos son los que guardan la mayor magia.

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