Doce años de mentiras – y una noche para destruirlo todo

Durante doce años, creí que mi matrimonio era sólido. No perfecto, claro, pero seguro. Pensaba que la pasión inicial siempre se desvanece con el tiempo y que lo importante era la estabilidad, la rutina, el compromiso.

Cuando conocí a Lucía, estaba convencido de que era la mujer de mi vida. Mi compañera, mi mejor amiga, la madre de mis hijos. Construimos juntos un hogar, sueños compartidos, un presente estable y un futuro que parecía inquebrantable.

Pero los años pasaron, y todo cambió.

Las conversaciones se hicieron cada vez más cortas, las miradas más frías. Dejamos de buscarnos, de reírnos juntos. Nos convertimos en dos extraños viviendo bajo el mismo techo. Los días eran idénticos: desayuno en silencio, trabajo, responsabilidades, la cama compartida pero vacía de todo lo que solía unirnos.

Y entonces, apareció ella.

Valeria.

No la busqué. Pero llegó. Valeria era todo lo que Lucía ya no era: radiante, apasionada, llena de vida. Con ella, volví a sentir. Me hizo recordar lo que era desear, emocionarme, sentirme vivo.

Pero Valeria no era una mujer que aceptara ser un segundo plano.

– “O dejas a tu esposa y vienes conmigo, o lo dejamos aquí” – me dijo con frialdad.

No me dio opción.

Tuve que decidir.

La conversación que lo cambió todo

Esa noche llegué a casa con el estómago revuelto. Lucía estaba sentada en el sofá, con una taza de té en las manos. Me miró sin sorpresa, como si ya supiera lo que iba a decirle.

– “Tenemos que hablar” – murmuré.

Ella suspiró.

– “Te escucho.”

Su calma me desarmó.

– “Conocí a alguien más” – confesé. “Y creo que es mejor que me vaya.”

Silencio.

– “Así que esto es el final” – dijo al fin, sin un ápice de emoción en su voz.

Esperaba gritos, llanto, reproches. Pero simplemente se puso de pie y salió de la habitación.

Me quedé allí, inmóvil, sintiendo que algo no estaba bien.

Minutos después, regresó.

Con una maleta en la mano.

Y comenzó a meter mis cosas dentro.

Pero no solo las mías.

También las de nuestros hijos.

“Tomaste tu decisión. Ahora asúmela.”

– “¿Qué estás haciendo?” – pregunté, sintiendo que el suelo se hundía bajo mis pies.

– “Ayudándote a empacar” – respondió con frialdad.

– “¿Pero por qué las cosas de los niños?”

Se detuvo. Me miró directamente a los ojos. Su mirada ya no tenía nada de la mujer que había amado.

– “Porque no solo me estás dejando a mí, Andrés. Estás dejando a tu familia.”

– “¡No! ¡Yo quiero seguir en sus vidas!”

Se rió, pero su risa era amarga, vacía.

– “¿Ah sí? ¿Cómo? ¿Viniendo cada dos fines de semana con un regalo para calmar la culpa? No, Andrés. Si te vas, te vas del todo.”

No podía creer lo que estaba oyendo.

– “Esto es cruel…” – susurré.

– “¿Cruel?” – repitió con una sonrisa helada. “Tú tomaste una decisión. Ahora asúmela.”

Cerró la maleta con un gesto seco y la empujó hacia mí.

Doce años.

Doce años creyendo que conocía a esta mujer.

Y ahora estaba viendo a alguien completamente diferente.

Estaba dispuesta a dejarlo todo atrás. Incluso a nuestros hijos.

¿Cómo entender a alguien que es capaz de hacer algo así?

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MagistrUm
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