Divorcio sin cuartel: la historia de Cayetana y Arcadio
Qué incómodo darse cuenta de que el amor se vuelve un frío divorcio sin explicaciones, destrozando cualquier ilusión de seguridad familiar.
¿Qué tal el viaje? preguntó Cayetana cuando, tras tres semanas, su marido volvió a casa.
Pues bien, nada del otro mundo contestó Arcadio con serenidad. Estoy exhausto, como un perro. Estas comisiones me han dejado sin aliento.
¿No puedes renunciar? musitó Cayetana, mirando al vacío.
Ahí tienes el punto suspiró Arcadio. Porque, aparte de ti, nadie me espera, y tú no deseas perjudicar a los compañeros.
Lo entiendes todo, cariño dijo Cayetana con dulzura.
No todo, pero sí mucho replicó ella.
Sin embargo, Cayetana sabía que Arcadio no había salido de viaje. Más aún, estaba segura de con quién y dónde había pasado ese tiempo. ¿Por qué hablaba con tanta calma? Tenía razones de peso.
Al día siguiente de su partida, encontró bajo el sofá el pasaporte de Arcadio. «¿Cómo pudo ir sin pasaporte?» se preguntó. Lo llamó:
¿Todo bien?
Perfecto, respondió él.
¿Dónde estás ahora?
En el tren, afirmó Arcadio.
Después de charlar un rato, Cayetana colgó y pensó: «Si no tiene pasaporte, o tiene otro o está mintiendo. Entonces no hubo comisión. Seguro tiene otra mujer y ahora está con ella. Mañana irá al trabajo como si nada. Ahí lo atrapo».
A las ocho menos diez de la mañana, Cayetana estaba en la entrada de la oficina de Arcadio. Al poco tiempo lo vio entrar. «¿No habrá otra mujer? se dijo. Mantente firme, averigua a dónde va después del curro para localizarla y hablar». Cuando terminó la jornada, la siguió.
Descubrir la verdad resultó más fácil de lo pensado: varios vecinos del edificio eran charlatanes y soltaron todos los pormenores. Una Violeta Pérez, de 35 años, soltera, que compró su piso hace dos años, llevaba medio año en contacto con Arcadio. Cayetana tenía ya mil preguntas, pero su intuición le aconsejaba cautela.
¡Cayetana! resonó una voz interior de repente. No es momento de montar pleitos.
¿Por qué no? replicó ella.
Porque no estás en condiciones: te tiemblan las manos, la respiración se acelera y el odio invade el pecho. ¿Te has mirado al espejo? ¿Cómo vas a iniciar la conversación con ese aspecto?
Recuerda: si armás una escándalo, ambos se quedarán mirándote con lástima y, una vez te vayas, se reirán de que ya no estás. ¿Eso es lo que quieres?
Ese pequeño monólogo le dio a Cayetana la frialdad necesaria. «Tendré que divorciarme sin explicaciones, silenciosa, indiferente y que a él le duela», se decidió. De inmediato sintió una chispa de motivación.
Su plan quedó así:
Le diré que nos divorciamos, punto.
Él insistirá por saber el porqué.
Yo, con serenidad, le contestaré que no hay causa.
El divorcio será porque he decidido.
Después, indiferencia, una sonrisa de soslayo y una pizca de descaro.
El plan agradó a la voz interna, que advirtió:
Hazlo callado, descarado y tranquilo; golpearás su ego como nada.
Con ánimo, Cayetana empezó a prepararse para el regreso de su marido. Los primeros días fingió creer en sus historias de trabajo y comisiones, creando en Arcadio la ilusión de que el viejo amor seguía vivo.
Las primeras palabras al volver fueron comprensivas; al día siguiente, cuando Arcadio llegó del trabajo, se armó el espectáculo. Él se sentía seguro y feliz, sin sospechar que todo estaba a punto de cambiar. Por la noche, al entrar a casa, notó que su esposa no le recibió en la puerta. Con voz casi festiva exclamó:
¡Cariño, ¿dónde estás? Tu conejito ha vuelto! ¡Salta a mis brazos!
Cayetana permaneció impávida, sentada en la cocina, tomando té y devorando una tarta sin cortarla, directamente con la cuchara.
Tarde, pensó, sintiendo que el escenario había cambiado.
Arcadio se quejó del curro: demasiadas tareas, comisiones sin descanso. Pero Cayetana respondió con frialdad:
Me da igual.
Él se quedó boquiabierto ante su actitud. Ella siguió tomando té a sorbos generosos, comiendo la tarta como si fuera un pastel de cumpleaños sin preocuparse por la etiqueta.
Finalmente, con voz gélida, soltó:
Nos divorciamos.
Mirándolo fijamente, intentó que su mirada fuera lo más desafiante posible y añadió:
¿Entiendes? El divorcio es simple. Sin motivo. Fin.
Arcadio quedó en shock. Su furia se topó con su propia incomodidad y, al intentar ponerla en su lugar, recibió un seco «Vete al diablo». Cayetana se levantó, se trasladó a otra habitación y anunció que ya no comería más tarta ni daría explicaciones a nadie.
Se había producido la ruptura total de la relación habitual: la frialdad y la indiferencia alcanzaron su punto álgido. Arcadio intentó mantener la calma, pero en su interior crecía la irritación.
¿Qué ocurre? se preguntó, mirando la tarta mordisqueada. ¿Quizá se enteró de Violeta Pérez? Pero entonces habría escándalo, y no lo hay. Debe ser otra cosa
Trató de retomar la conversación:
Cayetana, hablemos con calma.
Déjate, estoy de vacaciones, respondió ella.
Le parecía que su mujer se burlaba de él:
¿No sabes qué es un divorcio? ¡Divorcio! ¿Entendido?
Mientras intentaba comprender por qué sus preguntas quedaban sin respuesta, sonó el timbre. Entraron sus hijas, Inés y Noelia.
Arcadio las recibió con alegría, pero se topó con la misma frialdad que había mostrado Cayetana. Las chicas, respaldando a su madre, se lanzaron con descaro:
Mamá quiere divorciarse y no da razones.
¿Para qué buscar motivos si hoy en día las mujeres se separan así?
Deberías irte. Este piso ya es de mamá; mejor vives con la abuela en el pueblo.
Arcadio intentó aclarar la situación, pero no estaba preparado para semejante ataque. Las mujeres de la familia estaban unidas: el divorcio era un hecho, no quedaba espacio para el amor antiguo.
Violeta Pérez era la causa de la fractura.
La fría respuesta de Cayetana, el castigo por la infidelidad.
Las hijas apoyaron a su madre, adoptando su postura.
Arcadio quedó solo, sin nada.
Al final, Cayetana le propuso a Arcadio que recogiera sus cosas y se marchara, subrayando que la decisión era definitiva e intransigente. Él nunca comprendió cuál había sido el punto de no retorno.
Todo quedó cargado de amargura y mutua incomprensión, pero se eligió la indiferencia y el boicot silencioso como la peor venganza al traidor, sin recurrir a discusiones a voces.
Observación clave: a veces el castigo más doloroso es el distanciamiento sin palabras y un divorcio frío sin explicaciones, cuando las frases pierden sentido y la esperanza se esfuma del vacío de la relación.
Así, esta historia narra traición, lucha interior y la toma de una decisión dura que transforma la vida de todos los involucrados. Demuestra que el amor puede convertirse rápidamente en una frialdad absoluta, y que los derechos y sentimientos de cada uno pueden convertirse en pruebas severas y cambios inevitables.







