Divorcio amistoso: cómo separarse sin perder la amistad

**Divorcio por amistad**

Pensaba que el divorcio era cosa de marido y mujer.
Hasta que descubrí que también afecta a todos los que les rodean…

Nuestro grupo se formó en Madrid, bueno, más bien en las afueras, donde las calles son largas, las casas parecidas y los buzones se alinean junto a la acera.
Al principio nos conocimos en talleres de superación personal, eventos de la comunidad judía, cumpleaños infantiles y obras del colegio. En un par de años, ya nadie imaginaba un fin de semana sin los demás.

Éramos seis parejas.
Mi mujer y yo.
Lucía y Javier, los más cercanos.
Y otras cuatro familias con hijos de edades similares.

Nuestro calendario estaba tan lleno como el de una gran familia:
Verano: excursiones al lago, barbacoas, maíz a la parrilla y la verbena de San Juan con fuegos artificiales.
Otoño: sidra con castañas, Halloween y la cena de Acción de Gracias.
Invierno: esquí, Janucá, Nochevieja y vacaciones infantiles en Marbella.
Primavera: Pésaj con sus cenas tradicionales.

Parecía que esta amistad duraría para siempre.
Hasta que un día Lucía llamó y dijo con calma:
—Javier y yo nos divorciamos.

Me quedé bloqueado como un ordenador viejo. ¡Pero si eran la pareja perfecta! Ni una nube en su cielo matrimonial… ¿O simplemente preferíamos no verlas porque era más cómodo?
Al final, solté lo primero que se me vino a la cabeza:
—¿Y nuestra cena de Acción de Gracias en tu casa? Prometiste hacer el pavo relleno de arroz…

La cena se celebró igual, pero en mi casa. No íbamos a desperdiciar un pavo.
Javier llegó con una chica nueva.
—Somos personas civilizadas —dijo con un guiño incómodo.

Era una belleza de menos de treinta: pelo hasta la cintura, piernas interminables y unos shorts que apenas cubrían nada. Los hombres tragaban saliva, las mujeres ponían los ojos en blanco.
Lucía resopló:
—Bueno, ya veremos qué cara pone cuando descubra lo tacaño que es.
Y de repente, me miró:
—¿Tú de qué lado estás?

La fiesta se arruinó.
Para vengarse, Lucía llevó al siguiente cumpleaños a un tipo mayor, con traje arrugado y gafas redondas. Pasó la noche soltando discursos aburridos y chistes malos, hasta que todos le ignoraron.

En casa, la ex-pareja se convirtió en tema de conversación.
Las mujeres apoyaban a Lucía.
Los hombres, aunque fingían indignación, en secreto admiraban a Javier.

Comenzó una diplomacia complicada.
Para mi cumpleaños, solo invité a Lucía y sus hijos —”para que los niños se diviertan”.
Para la barbacoa de verano, Javier con su nueva chica —”total, todos están ocupados comiendo y bebiendo”.

Lo más difícil fueron los aniversarios.
Carla, preparando sus bodas de plata, suspiraba dramáticamente:
—No sé cómo sentarlos. No aguantaré sus miradas cruzadas.
Pasamos una hora haciendo esquemas:
A Javier y su novia, en un rincón tras una columna.
A Lucía, junto a la chimenea.
A los niños, donde cupieran.
—Ojalá alguien se enferme y no venga —susurró Carla, como pidiendo perdón a sí misma.

El punto álgido fue la graduación de su hija.
El salón de su pizzería favorita, flores, globos, música.
Lucía en un extremo de la mesa larga.
Javier en el otro.
En medio, la tarta, como una frontera.

La chica de Javier, con un escote que alegraba a los jóvenes, revisaba su móvil. Las mujeres fulminaban a sus maridos con la mirada. Ellos fingían solo interés por la pizza.
Intenté aligerar el ambiente:
—Lo importante es que los dos estéis aquí. Vuestra hija está feliz…
El frío era tal que la pizza parecía helado.

Con el tiempo, todo se estabilizó.
Ahora vemos más a Lucía —más interesante y seguro.
Con Javier, solo quedan “likes” y encuentros casuales en el Mercadona.

Y entendí algo sencillo: en un divorcio, no solo se separan marido y mujer. Los amigos también se divorcian un poco.
Ahora cada celebración es como una reunión de la ONU: protocolo estricto y asientos calculados.
Acción de Gracias lo celebramos en dos turnos:
Primero con Lucía —pavo y patatas dulces.
Luego con Javier —chuletón y su última chica en minishort.

Hace poco pensé: si alguien más se divorcia, tendremos que abrir grupos distintos para cada fiesta.
La amistad sigue viva, pero ahora es como una suscripción: individual, con restricciones y condiciones de uso.

A veces pienso que, si existiera un “divorcio de amistad”, lo firmaríamos sin abogados ni pensiones, pero con un calendario de barbacoas y derechos sobre “los amigos comunes los fines de semana”.

💔 El divorcio es contagioso. Incluso cuando es ajeno.

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