Disputa por la cuenta en un restaurante

No me imagino cómo reaccionar ante esto. ¿Suplicarle a Carla, mi mujer, que se quede? ¿O decirle: “Vete si quieres”? Creo que nos queremos, planeamos tener un hijo, construimos un futuro juntos. Pero lo de anoche en el restaurante lo ha cambiado todo. ¡Por una estúpida cuenta! Ahora me pregunto: ¿me equivoqué al no pagar por su amiga Lucía? ¿O Carla ha montado un drama de la nada? Lo que sé seguro es que esta pelea me ha hecho replantearme qué está pasando en nuestro matrimonio.

Llevamos tres años casados y siempre pensé que todo iba bien. Sí, tenemos discusiones tontas: quién saca la basura, qué película ver o dónde ir de vacaciones. Pero siempre acabábamos entendiéndonos. Carla es mi amor, mi apoyo. Es brillante, inteligente, nunca me aburro con ella. Incluso empezamos a hablar de tener un hijo, eligiendo nombres, bromeando sobre pasear el carrito. Y ahora, por una noche en el restaurante, me suelta: “Si me tratas así, quizá no deberíamos seguir juntos”. ¿Cómo puede ser?

Todo empezó cuando ayer fuimos al restaurante con Carla y su amiga Lucía. Lucía es su amiga de toda la vida, desde el instituto. No me cae mal, aunque a veces me irrita su manía de opinar sobre todo como si fuera una experta. Pero por Carla siempre he sido educado. Pedimos comida, vino, reímos. Todo iba genial hasta que llegó la cuenta. Miré la cifra: algo caro, pero nada exagerado. Entonces Lucía, sonriendo, dice: “Jorge, invitas tú, ¿no?” Me quedé helado. No habíamos quedado en eso. Pensé que cada uno pagaría lo suyo, como siempre hacemos con los amigos. Pero Carla me miró como si debiera haber sacado la cartera al instante.

Intentando no arruinar la noche, dije: “Mejor dividimos la cuenta, es lo justo”. Lucía asintió, pero Carla se quedó callada, con una mirada gélida. Pagamos cada uno lo suyo y nos fuimos a casa. En el coche, Carla estalló: “¿No podías pagar por Lucía? ¡Es mi mejor amiga! Me has humillado delante de ella”. Intenté explicarle que no tenía sentido gastar tanto cuando estamos ahorrando para el piso y el bebé. Pero no quiso escuchar. “Si eres tan tacaño —dijo—, no sé cómo vamos a seguir juntos”. Y remató: “¿O quizá debería irme?” No me lo podía creer. ¿Irse? ¿Por una cuenta de restaurante?

En casa siguió la bronca. Carla gritó que no respetaba a sus amigos, que le daba vergüenza, que nunca pensó que sería “tan cutre”. Le repliqué: “Carla, estamos ahorrando. ¿Por qué iba yo a pagar el cóctel de Lucía, que encima era carísimo?” Pero ella bufó: “¡No es el dinero, es tu actitud!” ¿Qué actitud? Siempre me esfuerzo por ella: pagamos vacaciones juntos, le hago regalos. ¿Y ahora soy un roñoso por no pagarle la cena a su amiga?

Pasé la noche en el sofá y a la mañana siguiente Carla dijo que iba a pensarse si seguía conmigo. La miraba y no me lo creía: ¿era la misma Carla con la que soñábamos tener hijos, reíamos con películas tontas y planeábamos el futuro? ¿De verdad iba a tirarlo todo por la borda por una noche? Empecé a dudar. ¿Habré sido injusto? ¿Debí pagar y evitar el conflicto? Pero luego pensé: ¿por qué iba a sentirme culpable? No había acuerdo previo, y no soy el cajero automático de sus amigos.

Llamé a mi colega Álvaro para desahogarme. Me escuchó y dijo: “Jorge, esto no va de la cuenta. Carla quería que quedases bien con Lucía, tipo: ‘Mira qué marido tan generoso tengo’. Y tú la dejaste en evidencia”. Quizá tenga razón, pero ¿por qué no me lo dijo antes? Si sabía que era importante, habría pagado. Ahora me pregunto: ¿debería rogarle que se quede o darle espacio? La quiero, no quiero perderla. Pero tampoco quiero ser el que siempre cede a sus exigencias.

Hoy intenté hablar con ella. Le dije: “Carla, aclaremos esto. Si te he ofendido, lo siento, pero no entendí lo que esperabas. Hablemos con sinceridad”. Me miró y respondió: “Jorge, me duele que no pensaras en mí. Ahora Lucía cree que tenemos problemas”. ¿Qué problemas? ¿Por una cuenta? Le propuse quedar los tres para aclararlo, pero Carla sigue callada, y ese silencio me asusta.

No sé qué hacer. ¿Suplicar? ¿Dejarla marchar si es lo que quiere? ¿Cómo puede romperse todo por una tontería así? Nos queremos, tenemos planes, sueños. ¿O será que yo me lo imaginaba y para Carla ya no soy el mismo? Miro la foto de nuestra boda y pienso: ¿Quizá todo se acaba por un maldito restaurante? Tal vez debí pagar y evitarlo. O quizá esto sirva para ver qué es importante para nosotros. Solo sé que no quiero vivir sin ella. Pero tampoco sin respeto hacia mí mismo.

Rate article
MagistrUm
Disputa por la cuenta en un restaurante