Diego Herrera. Solo un abogado.

**Diario de Diego Herrera**

Me llamo Diego Herrera. Tengo veintiocho años y soy abogado. Sí, tengo síndrome de Down. Pero es solo una de mis muchas características, como el color de mis ojos o mi amor por el café con canela. Lamentablemente, no todos lo entienden.

En el bufete Martínez & Asociados trabajé dos años. Mi puesto era el de asistente jurídico. Organizaba expedientes, realizaba investigaciones preliminares y redactaba documentos clave. Mi trabajo era impecable. Llegaba antes que nadie, me quedaba hasta tarde, porque amaba lo que hacía. Mis compañeros me respetaban, y el señor Martínez me elogiaba a menudo. Parecía que, por fin, había demostrado que las personas con síndrome de Down no solo caben en los estereotipos, sino también en un despacho de abogados de verdad.

Pero todo cambió un gris martes de octubre.

Diego, siéntate, por favor dijo Martínez cuando entré en su despacho. Su voz sonaba extrañamente fría. Necesito hablar contigo sobre algo importante.

El corazón me dio un vuelco. En la vida ya había aprendido que cuando un adulto dice “importante”, rara vez son buenas noticias.

¿He hecho algo mal?
No, al contrario. Tu trabajo es excelente. Pero vaciló. Hemos recibido quejas de algunos clientes.

Fruncí el ceño.
¿Quejas? ¿Sobre mi trabajo?
No exactamente. Es más bien sobre tu presencia.

El aire pareció volverse espeso.

Los clientes expresan preocupación. Dicen que alguien como tú podría dar una imagen poco profesional.

¿”Como yo”? ¿Cómo? pregunté, aunque ya lo sabía.

Mira, Diego, no es personal. Es solo negocios. Pagan mucho dinero y necesitan ver un cierto tipo de imagen.

Guardé silencio. Luego, lentamente, dije:
¿Me despide por tener síndrome de Down?

No lo digas así. Solo estamos reestructurando la colaboración. Podrías trabajar desde casa

No me levanté. No pienso esconderme. Soy un buen abogado, señor Martínez. Y si me despide por mi diagnóstico, esto es discriminación.

Salí de su despacho con la cabeza alta. Pero por dentro, me desmoronaba.

Esa noche, en mi pequeño piso con ventanas a una calle ruidosa, abrí el portátil. Si creían que podían deshacerse de mí sin lucha, no sabían con quién se las veían.

Las semanas siguientes las pasé entre leyes, artículos y jurisprudencia. Mi escritorio estaba lleno de papeles y mi mente, de argumentos. Lo tenía todo: correos, evaluaciones positivas, testimonios de compañeros. En tres semanas, la demanda estaba lista.

Cuando la noticia salió en los medios, el teléfono no paraba de sonar. *”Abogado con síndrome de Down demanda a su exempleador por discriminación”*. Muchos ofrecieron ayuda, pero la rechacé.
Si no puedo defenderme yo mismo decía, ¿qué clase de abogado soy?

El día del juicio amaneció frío. La sala estaba abarrotada de periodistas. Al otro lado, Martínez y sus tres abogados. Yo estaba solo, pero no me sentía así: en mi corazón ardía la fe en la justicia.

El juez, un hombre serio de pelo gris, me miró por encima de sus gafas:
Señor Herrera, ¿está seguro de que quiere representarse a sí mismo?
Sí, Su Señoría respondí con firmeza.

El abogado de Martínez, un hombre elegante llamado Ricardo, habló primero. Su discurso duró casi una hora: “decisiones empresariales justificadas”, “estándares corporativos”, “libertad del empleador”. No mencionó el “síndrome de Down”, pero cada palabra lo insinuaba.

Cuando me tocó a mí, el silencio fue absoluto.

Me llamo Diego Herrera. Soy abogado. Y sí, tengo síndrome de Down. Pero hoy eso no importa. Porque estamos aquí para hablar de mi trabajo, no de mis genes.

Mostré documentos, evaluaciones, informes.
Aquí están las notas que el señor Martínez me dio: “Excelente atención al detalle. Trabajador comprometido”. Y ahora dice que mi presencia “daña la imagen”. Díganme, ¿qué imagen tiene una empresa que despide a alguien solo por su aspecto?

Los testigos confirmaron mis palabras. Un compañero incluso se emocionó al contar cómo le ayudé con sus casos.

Cuando interrogué a Martínez, el silencio era tal que se oían los bolígrafos de los periodistas.
Señor Martínez, ¿mi trabajo fue deficiente?
No masculló.
Entonces, ¿por qué me despidió?
Porque algunos clientes
¿O sea, no por mi trabajo, sino por lo que soy?

Su silencio lo dijo todo.

En mi conclusión, hablé con el corazón:
No pido lástima. Pido justicia. Quiero que me juzguen por lo que hago, no por cómo nací. Porque hoy es mi caso. Mañana podría ser el de cualquiera.

El jurado deliberó tres horas. Las más largas de mi vida.

Cuando regresaron, el portavoz se levantó:
En el caso Herrera contra Martínez & Asociados, declaramos al demandado culpable de discriminación.

Ni siquiera oí los aplausos. Solo vi al juez Ramírez sonreír y asentirme.

Seis meses después, abrí mi propio bufete: Herrera & Asociados. Mi primera clienta fue una mujer en silla de ruedas despedida por “lentitud”. El segundo, un hombre sordo al que rechazaron como contable.

Hoy, en mi despacho, junto al título de abogado, hay una placa:
*”Diego Herrera. Abogado.”*
Sin aclaraciones, sin etiquetas.

Porque no soy “el abogado con síndrome de Down”.
Soy abogado. Y eso es más que suficiente.

*Lección aprendida: El valor de una persona no está en sus límites, sino en cómo los supera.*

Rate article
MagistrUm
Diego Herrera. Solo un abogado.