¡Devuélveme a mi hijo de inmediato o enfrentarás las consecuencias!

Olga estaba sentada en la cocina de su nuevo piso, pasando las páginas de un álbum de fotos desgastado. Siete años de matrimonio resumidos en unas pocas imágenes. Recordaba cómo, al principio de su relación con Nicolás, creía que todo mejoraría. Pero el tiempo le había demostrado lo contrario.

Zoraida, su suegra, aparecía en su casa casi a diario. Llegaba sin avisar, abriendo la puerta con la llave que Nicolás le había dado “por si acaso”. Siempre encontraba algo que criticar: la comida no estaba sabrosa, había demasiado polvo en el salón, Olga llegaba demasiado tarde del trabajo.

Nicolás se limitaba a guardar silencio o cambiaba de tema. Olga, por su parte, apretaba los dientes y aguantaba. Ahora, en este piso heredado de su abuela, entendía la sabiduría de sus palabras: “Olga, lo importante es tener tu propio espacio y tu trabajo. Así nadie podrá dominarte”. Siete años intentando ser la “esposa perfecta” según los estándares de Zoraida.

Un timbrazo la sacó de sus pensamientos. En el umbral estaba Zoraida, erguida y autoritaria.

—¿Qué estás tramando, muchacha? —La suegra entró sin ceremonia—. Nicolás no para de preocuparse, y tú aquí, como si nada.

—¿Y qué dice Nicolás? —Olga no pudo evitar preguntar—. ¿Por qué no viene él?

—Tiene trabajo, no anda sobrado de tiempo para tus caprichos. Vístete ya, basta de tonterías.

Olga sintió una oleada de indignación. Siete años de esto, y nunca, ni una sola vez, Nicolás la había defendido.

—No —respondió con firmeza—. No voy a ninguna parte. Se acabó.

El rostro de Zoraida se ensombreció.

—¿Qué quieres decir con que no vas? ¿Y la familia? ¿Y Nicolás?

—¿Y Nicolás pensó en mí? —Olga levantó la voz—. ¿Cuando aparecíais sin avisar? ¿Cuando exigisteis que vendiera mi piso para reformar vuestra casa en el campo? ¿Cuando tirabas mis cosas?

—¡Solo quería ayudarte! Eras tan inexperta… Alguien tenía que enseñarte a ser una buena esposa.

—¿Enseñarme? No me enseñaste, intentaste quebrarme. Pero ya no lo permitiré.

En ese momento, el teléfono de Olga vibró. Nicolás. Miró a Zoraida, que esbozaba una sonrisa triunfal.

—Contesta —ordenó la suegra—. Nicolás lo entenderá todo. Volveréis a casa y será como antes.

Olga guardó el teléfono en silencio.

—Sabe qué, Zoraida —dijo con calma—. Ya he tomado mi decisión. No quiero vivir más bajo control y humillación.

El rostro de Zoraida se deformó de ira.

—¿Qué humillación? ¡Siempre te he tratado como a una hija!

—Ya no soy una niña que necesite instrucciones.

—¡Desagradecida! ¡He hecho tanto por ti!

—¡Vuelve con mi hijo ahora mismo, o te arrepentirás! ¿Crees que no sé lo de tu trabajo? ¿Ese ascenso que tanto esperas? Una llamada a las personas adecuadas…

Olga sintió un escalofrío.

—¿Me está amenazando?

—Solo te advierto lo que les pasa a quienes destrozan familias. Piensa bien lo que haces, niña.

—Pues amenáceme cuanto quiera, Zoraida —Olga la miró fijamente—. Pero no volveré. Nicolás sabía con quién se casaba: una mujer fuerte e independiente. Usted intentó convertirme en una marioneta.

—¿Así? —Zoraida agarró su bolso—. Ya está avisada.

Salió de un portazo, dejando a Olga junto a la ventana, entre el miedo y el alivio.

Esa noche, llamó a su amiga Marisol.

—No te lo vas a creer. Vino. Me amenazó con arruinarme si no volvía con Nicolás.

—¡Bien hecho por no ceder! —Marisol la animó—. Oye… Llevo tiempo queriendo decirte que has cambiado. Estás más segura, más tranquila.

Al día siguiente, Olga acudió a una entrevista en una importante empresa. Las amenazas de Zoraida no cayeron en saco roto: necesitaba un plan B. En la oficina, una mujer amable la recibió.

—Un currículum impresionante. Justo buscamos a una líder para el equipo de proyectos. Creo que encajaría perfectamente.

De vuelta a casa, Olga sintió una cálida sensación de esperanza. Un nuevo trabajo significaba nuevas oportunidades. Una nueva vida.

Nicolás no volvió a llamar ni escribir. Quizás entendió que todo había terminado. O quizás Zoraida ya le había encontrado una nueva nuera.

Un día, al salir del trabajo, se cruzó con una vecina de Zoraida.

—¿Sabes? —dijo la mujer—. Tu exsuegra no para de contar que abandonaste a su pobre hijo. Pero nadie le hace caso… Todos recuerdan cómo también echó a su primera nuera.

Olga sonrió con serenidad. Las palabras de Zoraida ya no podían hacerle daño.

Esa noche, en el balcón de su piso, repasó las fotos antiguas. La imagen de su boda ya no le dolía. Era solo un capítulo de su historia… La historia de una mujer que encontró la fuerza para recomenzar. Como decía su abuela: “Lo importante es tener tu propio espacio y tu trabajo”. Y, sobre todo, la firmeza para no dejarse quebrar.

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¡Devuélveme a mi hijo de inmediato o enfrentarás las consecuencias!