El destino no nos da de más
Regresando de la comarca, Jorge conducía por la carretera a una velocidad moderada, reflexionando sobre su vida. El día estaba nublado, y comenzó a lloviznar, el parabrisas se llenó de gotas en un instante. Los coches en sentido contrario pasaban uno tras otro.
Había ido a la comarca por trabajoera alguacil en un pueblo grande, pensaba quedarse tres días, pero al final solo fue uno. No quiso pasar la noche en la posada y decidió volver a casa. Además, era el cumpleaños de su mujer, Laura. Le había comprado ropa nueva, un poco de cosmética claro, en la tienda le asesoraron, porque él qué iba a entender de esas cosas.
Había conducido toda la noche, el sueño le pesaba y encima la lluvia.
Mejor acortar el caminopensó. Voy a pasar por el pueblo de al lado, es más corto. La carretera es de tierra, pero no importa, ya es de día.
Así lo hizo. Con Laura llevaban diez años casados, y su hijo, Pablo, ya tenía esa edad. Ella se quedó embarazada enseguida, aunque el niño nació antes de tiempo, pero no pasó nada. Mira qué chavalote se había hecholisto como él solo.
Jorge sentía el cansancio, pero faltaban unos quince kilómetros para casa. Ya había amanecido, aunque la lluvia arreciaba. De pronto, un golpe sordo en el capó lo sobresaltó, y frenó en seco. Pensó:
Menos mal que no iba rápido, le he dado a algo. Con el bosque cerca, igual ha sido un animalsaltó rápidamente del coche.
En el suelo yacía una mujer, con el paraguas tirado a un lado. El pánico lo invadió. Había atropellado a alguien. A lo mejor estaba viva. Se inclinó, la levantó en brazos y la llevó al coche, sentándola en el asiento trasero. Volvió a pensar:
Está viva, por suerte no iba rápido. Luego, dirigiéndose a ella, preguntó: ¿Cómo se encuentra? Vamos al médico, el pueblo está ahí mismoseñaló las casas que se veían a lo lejos.
La mujer se agarró la pierna.
No hace falta ir al médico, estoy bien. Solo es un golpe, un moratón, supongo.
¿Quién es usted?preguntó ella, alzando la vista.
Jorge la miró a los ojos y se quedó petrificado. Ella también, paralizada doblemente conmocionada.
Se contemplaron un instante, hasta que reaccionaron.
¿Lucía?exclamó él.
¿Jorge?respondió ella, igual de sorprendida.
Vaya casualidaddijo él. Así que aquí estás. Y yo a quince kilómetros de ti.
No me lo esperaba, ni siquiera puedo creer que seas túcontestó Lucía, olvidando por un momento el dolor.
Sí, soy yo en carne y hueso, ya lo vesrespondió él, más animado.
Vamos al médico, tú dirígeme.
Vale, vamosaceptó ella, sintiendo solo un leve dolor.
El puesto médico quedaba cerca. El enfermero revisó la pierna y le pidió que apoyara el peso. Casi no le dolía.
Es un golpe, doña Lucíadijo. Le daré un justificante para no trabajar.
No, por favor, Javier, tengo clases en el colegio. Además, ya estoy bien. Jorge me llevará, ¿verdad?Él asintió.
Lucía era profesora de lengua y literatura en el pueblo. Vivía allí, había salido temprano para preparar unos exámenes.
Vuelva en unos días, por si acasoinsistió el enfermero.
Si me duele, volverérespondió ella, sonriendo.
Camino al coche, cojeaba un poco. Jorge la seguía, aliviado de que no fuera grave.
Necesito cambiarme, no puedo dar clase así. Todavía hay tiempodijo ella.
Claro, dime dónde vivesaceptó él.
Su casa no estaba lejos. Entró y minutos después salió con un abrigo claro. La lluvia seguía cayendo. No tuvieron mucho tiempo para hablar.
Lucía, ¿quedamos esta tarde? ¿Aquí mismo?
¿Para qué? Tienes mujer
Hace diez años que no nos vemos. Hablamos, si tú quieresde pronto pensó que quizá su marido no la dejaría.
No has cambiado nada, solo estás más seria, más guapa, con la mirada más firme.
¿Y tu mujer te deja hacer cumplidos a otras?preguntó Lucía, mirando su alianza. Ella no llevaba ninguna, algo que él notó al instante.
Bueno, Lucita, es de corazón, no es nada malo. Tú sigues igual de picarona
Vale, en esa glorieta a la entrada del pueblo, allíaceptó ella.
Se rieron. A los dos les pareció que aquel rencor de hacía años, por el que se separaron, había sido una tontería y se había esfumado. Tenían muchas preguntas, pero no sabían por dónde empezar. El tiempo apremiaba. Habían irrumpido de golpe en la vida del otro.
Diez años atrás, ambos terminaban la universidad. Lucía, la carrera de magisterio, y Jorge, derecho. Su amor era intenso, llevaban dos años juntos. Planeaban su futuro, pero no se ponían de acuerdo sobre dónde vivirían.
Lucita, me voy a mi pueblo sí o sí. Me han ofrecido un puesto como jefe de alguaciles. Y tú, como mi futura mujer, vendrás conmigodeclaró él, firme.
Pero Lucía soñaba con quedarse en la ciudad.
No, no quiero irme a un pueblo. Después de tantos años, sigues apegado a ese lugarreplicó ella, resentida.
Discutieron, la pelea fue seria, y aunque creyeron que se reconciliarían al día siguiente, no fue así. Nadie dio el primer paso. El orgullo los separó, el resentimiento creció y su relación se acabó.
Se marcharon así, sin ceder, arruinando los planes del destino.
Jorge llegó a casa por la mañana y entró en silencio. Olía a comida y estaba todo un poco revuelto. Asomó al dormitorio y se quedó helado. En su cama, junto a Laura, estaba Santi, del pueblo de al lado. Se conocían bien. Su mujer saltó, cubriéndose con la sábana.
Jorge, ¿por qué tan pronto? Puedo explicarlo, no es lo quebalbuceó.
Santi, siempre descarado, se quedó tumbado, como si supiera que Jorge no iba a hacerle nada. Aunque, al ver su expresión, perdió seguridad y se tapó, diciendo:
¿Me vas a pegar, alguacil?
Esas palabras lo hicieron reaccionar. No valía la pena ensuciarse las manos. Su familia se había desmoronado. No era una crisis, era infidelidad. Salió de casa y se fue a la de su madre, en las afueras. Pablo también estaba allí.
¿Cuánto tiempo llevarán así? Santi ayudó a poner el techo hace años, y los azulejos del patiopensó Jorge.
Pablo lo vio primero y salió corriendo.
¡Papá! Qué bien que hayas venido, dijiste que estarías tres días.
Hola, hijolo abrazó. Las cosas cambiaron he vuelto antes.
Genial, se me ha roto la bici, ¿me ayudas? No he podido arreglarla.
Vaya, ¿has intentado arreglarla tú solo? Buen trabajo, ya lo solucionaremosprometió el padre.
Su madre, con ese sexto sentido, supo que algo iba mal. Su nuera ya era tema de conversación en el pueblo, pero Jorge no se había enterado. Y había