Destino inesperado: una historia de amor desafiando la adversidad

**Diario de Lucía: Una historia de amor que el destino no pudo romper**

Estaba en el séptimo cielo. Por fin, mi amado Adrián me había pedido matrimonio—con sencillez, sin florituras, con esa calidez en la voz que me hizo temblar. Claro que le dije que sí. Y enseguida empezó el ajetreo: listas de invitados, vestidos, menús… Todo parecía un cuento de hadas.

—Lucita, creo que es hora de que conozcas a mis padres—me dijo Adrián un día—. Mamá nos ha invitado a cenar el sábado.

—Ya era hora—reí, dándole un beso en la mejilla.

El sábado, al caer la tarde, llegamos a su casa. Al abrir la puerta, me quedé helada. En el sofá estaba el padre de Adrián, un hombre de mirada dura y manos curtidas. Alzó los ojos… y su expresión cambió de golpe. Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.

Ese hombre era el enemigo de mi familia.

Cuando tenía once años, una tragedia destrozó mi infancia. Los padres de mi mejor amigo, Alejandro, murieron en un accidente de moto volviendo de Madrid. Fue un día horrible. Mi madre, Carmen, lloró en la puerta de casa, mientras que mi padre, Javier, apretaba los labios sin decir nada. Siempre había despreciado al padre de Alejandro, Alberto, su rival desde la escuela. Los dos se habían enamorado de la misma chica, Marina. Ella eligió a otro, pero mi padre nunca lo superó.

Alejandro se quedó un tiempo con nosotros, pero Javier no lo soportó. Lo mandó a un orfanato y convenció a mi madre para que cortaran todo contacto.

—No quiero que mi hija se relacione con el hijo de ese hombre—dijo.

Incluso le prohibió llamarme. Un mes después, nos mudamos a otra ciudad.

Perdí su rastro.

Pasaron catorce años. Terminé la universidad y empecé a trabajar en una empresa de ventas. El ambiente era frío; algunas envidaban mi belleza, otras pensaban que no duraría. El primer día se hizo eterno.

Al cuarto día, tropecé en el pasillo con un hombre. Los papeles cayeron al suelo, nos agachamos al mismo tiempo… y mi corazón dio un vuelco.

—¿Alejandro?—susurré.

Él levantó la vista y me reconoció al instante.

—Lucía… Dios mío, ¿eres tú?

Nos abrazamos ahí mismo, ignorando las miradas de los compañeros.

Después del trabajo, me esperó a la salida. Fuimos a un café y hablamos durante horas. Él me contó que lo habían adoptado y que trabajaba en la misma empresa. Lo invité a casa para presentárselo a mis padres. Mi madre se alegró, pero mi padre… Ni siquiera intentó disimular su frialdad. Preguntó bruscamente:

—¿Y tú de qué trabajas?

—De repartidor—contestó él, sin pestañear. Aunque yo sabía que era mentira.

Pronto empezamos a salir. Éramos felices. Yo brillaba, él me cuidaba. Hasta que un día me tomó la mano y dijo:

—Cásate conmigo, Lucía.

—¡Claro que sí, Alejandro!

Corrí a contárselo a mis padres. Mi madre lloró de alegría. Mi padre solo dijo:

—Haz lo que quieras. Pero a mí nunca me caerá bien.

—¡¿Por qué lo odias tanto?!—grité.

—No tengo que darte explicaciones. Ya eres mayor. Decide tú.

La cena con sus padres adoptivos fue idea suya. Cuando llegué… me paralicé en la puerta. El padre de Alejandro era nada menos que Don Federico, el director general de la empresa. Un hombre al que todos trataban como a un rey. Y Alejandro no era repartidor, sino su mano derecha. Y copropietario del negocio.

—¿Por qué no me lo dijiste?—susurré.

—Tú nunca preguntaste—sonrió él.

Resulta que todos en la oficina lo sabían. Por eso me miraban con envidia. Y mi padre… se quedó mudo. Entendió que no solo se había equivocado. Había arruinado nuestra amistad. Casi nos separa para siempre.

La boda fue espléndida. Los padres de Alejandro nos regalaron un ático en el centro. Mi padre no salía de su asombro. Más tarde, me confesó que él mismo había ido al orfanato, prohibido a Alejandro llamarme y planeó la mudanza, pensando que podía engañar al destino.

—Perdóname, hija—dijo—. Creí que era lo mejor.

—Solo te vengaste de un muerto. Y sufrimos nosotros. Pero el destino nos unió de nuevo. Porque el amor lo puede todo. Incluso vencer tu rencor.

Ahora Alejandro y yo estamos bien. Construimos nuestro futuro juntos, y el pasado solo queda como prueba de que el amor verdadero siempre abre camino. A través de prohibiciones, distancias… y años.

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