Destinado por el destino

Así lo quiso el destino

Esteban, un hombre ya entrado en años, había perdido a su esposa hacía cinco años. La enfermedad fue larga y cruel. Juntos lucharon contra ese mal, pero al final no pudieron vencerla, y su mujer partió de este mundo hacia el otro.

A los cuarenta y ocho años, Esteban se quedó viudo. Sufrió, se acostumbró a la soledad, y aunque familiares y conocidos le decían:

Eres aún un hombre joven, busca una mujer y sé feliz.

Él respondía:

Nunca encontraré otra como ella. Claro que hay mujeres mejores o peores, pero como ella, no hay.

Su hermano menor, Adrián, vivía en otro barrio. La diferencia de edad entre ellos era grande, casi quince años. Al principio, su madre no podía tener más hijos, pero cuando ya no esperaba nada, nació Adrián. Los hermanos se querían mucho. Esteban, siendo mucho mayor, ayudó a criarlo, y el pequeño Adrián seguía a su hermano a todas partes.

Sus padres murieron cuando el menor tenía veintiún años. Esteban lo apoyó hasta que terminó sus estudios y se casó. Pero así lo quiso el destino: mientras Esteban perdía a su esposa, Adrián se divorció de la suya, casi al mismo tiempo.

Cada noche, Esteban paseaba antes de dormir por el parque cerca de su casa. Era una costumbre de años, algo que hacía con su esposa cuando tenían tiempo libre. Aquella tarde, caminaba despacio hacia el estanque donde nadaban patos y hasta algún ganso. Al otro lado del parque había casas bajas, y de allí venían los gansos.

Al regresar, vio a una muchacha en un banco, secándose las lágrimas con las manos. No pudo pasar de largo.

Buenas noches, señorita, ¿necesita ayuda? ¿Le ha pasado algo?

Ella levantó la mirada, triste.

Nadie puede ayudarme, gracias. Es que no sé adónde ir

Esteban se sentó a su lado.

¿Cómo que no sabes? Vienes de algún sitio. ¿Cómo te llamas?

Mi madre me echó de casa. Ahora tiene la casa llena de amigos. No hay sitio para mí, y además les tengo miedo Me llamo Lucía.

Bueno, Lucía, cuéntame con calma. No entiendo. Pronto anochecerá ¿y te quedarás aquí?

Lucía vivía con sus padres en un piso pequeño que heredaron de su abuelo. Habían venido de un pueblo donde todo se había arruinado, no había trabajo. Su padre murió cuando ella tenía quince años. Al principio, vivieron bien, pero pronto notó que su madre llegaba del trabajo oliendo a alcohol, a veces con una botella de vino. Bebía sin vergüenza delante de ella.

Mamá, ¿por qué bebes? Déjalo, no trae nada bueno le decía Lucía.

¿Qué sabes tú de la vida, niña? Tu padre me dejó sola, ¿y qué voy a hacer? Toma, bebe tú también. Cuando bebes, todo parece más fácil. A lo mejor es que ahogo mis penas decía su madre antes de caer rendida en el sofá.

Por las mañanas, Lucía preparaba su desayuno y salía al instituto. Quería crecer rápido, trabajar. No confiaba en su madre, que la despedían de todos lados.

Mamá, ya no te contratan ni de limpiadora. ¿Cómo vamos a vivir?

Para eso estás tú. Pronto trabajarás y nos mantendremos contestaba su madre, borracha.

Luego empeoró. La casa se llenaba de amigos de su madre, bebían hasta el amanecer, dormían en el suelo. Lucía se escondía tras el armario, durmiendo mal, con miedo.

Al terminar sus estudios, empezó a trabajar como enfermera en un hospital. Le gustaban los turnos de noche, así no veía lo que pasaba en casa. Ya pensaba en alquilar un piso.

Aquella tarde, llegó agotada del trabajo, un día duro con muchos pacientes. Encontró a su madre borracha. La casa, donde antes fueron felices, estaba vacía. Muebles viejos, cortinas, todo se lo habían llevado. Su madre dormía en el suelo. Sus cosas también habían desaparecido. Solo quedaba su viejo abrigo de invierno. Se fue llorando, sin rumbo, hasta llegar al banco del parque.

Esteban escuchó su historia con dolor. Cambiando al “tú”, intentó calmarla.

Lucía, la vida da muchas vueltas, pero siempre hay esperanza dijo con calma. Yo también pensé que todo se acabó cuando perdí a mi esposa. Ella era mi mundo. Pero entendí que, si el destino lo quiso así, hay que seguir viviendo. Tú tampoco te rindas.

¿Qué salida tengo? preguntó ella. Nunca podré pagarme un piso. ¿Adónde voy?

Escucha, vivo solo. Tengo una casa grande, me cuesta mantenerla. Ven conmigo. No temas, no te haré daño. Serás como una hija. Mi esposa y yo no pudimos tener hijos

Esteban era un hombre honrado. Lucía agradeció al destino haberlo encontrado. Él se convirtió en su familia, en un segundo padre. Ella se ocupó de la casa, limpiando, cocinando bien. Por las noches hablaban, él sabía mucho, y ella lo escuchaba con cariño. Su bondad derritió el hielo de dos corazones: un hombre solo y una joven perdida.

Pero el destino tenía otros planes. Poco a poco, se sintieron atraídos. Esteban volvió a tener razones para vivir, para amar. Notó que ya no miraba a Lucía como a una hija.

Cuanto más pienso en ella, más arde este fuego pensó. Debo confesárselo.

Una noche, durante la cena, se decidió:

Lucía, no sé qué pensarás, pero te amo. Me has devuelto la vida. ¿Quieres ser mi esposa?

Ella también sentía algo por él, quizá confundía gratitud con amor, pero aceptó.

Un año después, nació su hijo Daniel. Esteban brillaba de felicidad, Lucía también.

Ahora soy feliz de verdad. Esteban y mi Dani son mi destino.

Un día, Esteban le dijo:

Mañana viene mi hermano Adrián. Le dije que me casé y que tiene un sobrino. Seguro que os lleváis bien.

Y no se equivocó. A Lucía le gustó Adrián. Al verlo, sintió un cosquilleo. El corazón le latía fuerte. No podía dejar de pensar en él. Nunca había sentido algo así.

Adrián se alegraba de que su hermano hubiera superado la muerte de su esposa. Él, tras el divorcio, no se animaba a casarse de nuevo, aunque las mujeres lo encontraban atractivo.

Llegó con regalos para su sobrino.

Quiero conocer a la mujer que devolvió la vida a mi hermano pensó.

Al entrar, abrazó a Esteban.

¡Qué bien te ves, hermano! Enséñame a tu mujer y a mi sobrino.

Esteban lo llevó a la habitación, donde Lucía vestía al niño.

Te presento a Lucía y a Dani. Al mirarlo, me acuerdo de ti pequeño.

Adrián se quedó paralizado.

Dios mío, qué hermosa es pensó.

Adrián, despierta lo empujó Esteban. Tú también deberías formar una familia. Lucía, este es mi hermano.

Se saludaron, intentando disimular.

Durante días, Adrián jugó con Dani, haciéndolo reír. Cuando Esteban salía, Lucía sentía alegría y miedo al quedarse a solas con su cuñado.

Adrián tampoco podía controlarse.

No podemos hacer esto. No traicionaré a mi marido dijo ella, firme.

Lo sé contestó él. Pero nadie me interesa más que tú. No lastimaré a mi hermano. Me iré

Se fue rápido, sorprendiendo a Est

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