Destinado por el destino

Así lo quiso el destino

Esteban, un hombre ya maduro, había enterrado a su esposa hacía cinco años. Ella había enfermado gravemente, y juntos lucharon contra esa dura enfermedad, pero al final no pudieron vencerla. Su mujer partió de este mundo hacia el otro.

A los cuarenta y ocho años, Esteban se quedó viudo. Sufrió, se acostumbró a la soledad, y aunque familiares y amigos le decían:

—Todavía eres joven, busca una mujer y sé feliz.

Él siempre respondía:

—No encontraré otra como ella. Claro que hay mujeres mejores o peores, pero como ella, ninguna.

Su hermano pequeño, Denis, vivía en otro barrio. La diferencia de edad era grande, casi quince años. Al principio, su madre no podía tener más hijos, pero luego, cuando ya no lo esperaba, nació Denis. Los hermanos se querían mucho. Esteban, siendo mucho mayor, ayudó a criarlo, y el pequeño Denis lo seguía a todas partes como una sombra.

Sus padres murieron cuando Denis tenía veintiún años, y Esteban lo apoyó hasta que terminó sus estudios y se casó. Pero el destino quiso que, casi al mismo tiempo, Esteban perdiera a su esposa y Denis se separara de la suya.

Todas las noches, Esteban daba un paseo antes de dormir por el parque cerca de su casa. Era una costumbre que tenía desde hacía años, algo que hacía con su mujer cuando tenían tiempo. Aquella tarde, caminaba sin prisa hacia el estanque donde nadaban patos y hasta algún ganso que venía del barrio de casas bajas al otro lado del parque.

De regreso, vio a una chica sentada en un banco, secándose las lágrimas con las manos. No pudo pasar de largo.

—Buenas noches, ¿necesitas ayuda? ¿Te ha pasado algo?

Ella levantó la mirada, triste:

—Nadie puede ayudarme, gracias. Solo… no sé adónde ir.

Esteban se sentó a su lado.

—¿Cómo que no sabes? Vienes de algún sitio. ¿Cómo te llamas?

—Mi madre me echó de casa. Ahora su piso está lleno de amigos… y les tengo miedo. Me llamo Lucía.

—Bueno, Lucía, explícame bien, que no entiendo. Pronto anochecerá… ¿vas a quedarte aquí?

Lucía vivía con sus padres en un piso pequeño que habían heredado del abuelo. Se mudaron de un pueblo donde ya no quedaba trabajo. Su padre murió cuando ella tenía quince, y al principio, vivieron bien, pero pronto empezó a notar que su madre volvía del trabajo oliendo a alcohol, a veces incluso llevaba una botella de vino.

—Mamá, ¿por qué bebes? Déjalo, no va a salir nada bueno de esto— le decía Lucía una y otra vez.

—¿Tú qué sabes de la vida, niña? Tu padre me dejó sola, ¿y qué voy a hacer? Toma, bebe un poco, verás cómo se olvidan las penas— respondía su madre antes de desplomarse en el sofá, dormida.

Por las mañanas, Lucía preparaba su desayuno y salía al instituto. Quería ser enfermera y trabajar pronto. No contaba con su madre, que la despedían de todos los trabajos.

—Mamá, ya ni de limpiadora te cogen. ¿Cómo vamos a vivir?

—Pues tú trabajarás— mascullaba su madre borracha.

Luego todo empeoró. La casa se llenaba de amigos de su madre, bebían hasta el amanecer, se quedaban dormidos en el suelo, y Lucía se escondía tras el armario, durmiendo mal, asustada.

Cuando terminó sus estudios, entró a trabajar de enfermera en un hospital. Le gustaban los turnos de noche, así no veía el desastre en casa. Hasta que un día, al volver agotada de un turno pesado, encontró el piso vacío. No quedaba nada: ni muebles, ni cortinas. Su madre dormía en el suelo. Solo quedaba un viejo abrigo de invierno colgado.

Lucía salió llorando y caminó sin rumbo hasta llegar al banco del parque.

Esteban la escuchó con el corazón encogido y, hablándole de tú, intentó calmarla.

—Lucía, en la vida pasan cosas duras, pero hay que creer que todo mejorará— dijo con suavidad—. Yo también pensé que mi vida se acabó cuando perdí a mi mujer. Era mi todo. Pero entendí que, si el destino lo quiso así, había que seguir. Tú no te rindas, siempre hay salida.

—¿Qué salida?— miró Lucía—. Nunca podré pagarme un piso. ¿Adónde voy?

—Escucha, vivo solo. Tengo una casa grande y me cuesta mantenerla. Ven a vivir conmigo. No temas, no te haré daño. Te cuidaré como a una hija.

Esteban era un hombre honrado. Lucía bendijo el día en que lo conoció. Él se convirtió en su familia. Ella se encargó de la casa: limpieza, comidas… Por las noches, hablaban horas. Él sabía mucho, y ella lo escuchaba fascinada.

Pero el destino tenía otros planes. Poco a poco, Esteban empezó a mirarla de otro modo.

—Cuanto más pienso en Lucía, más arde algo en mí— confesó una noche—. Tengo que decirle lo que siento.

Y así lo hizo:

—Lucía, no sé qué pensarás, pero te quiero con toda mi alma. Me has devuelto la vida. ¿Quieres ser mi esposa?

Lucía también sentía algo por él, quizá confundía gratitud con amor, pero aceptó.

Un año después, nació su hijo Daniel. Esteban brillaba de felicidad, y Lucía también.

—Ahora soy feliz de verdad. Esteban y mi Dani son mi destino.

Un día, Esteban le dijo:

—Mañana viene mi hermano Denis. Le conté que me casé y que tiene un sobrino. Seguro que os lleváis bien.

Y así fue. Denis le gustó a Lucía desde el primer momento. Al verlo, sintió un vuelco en el pecho. No podía dejar de pensar en él.

Denis, al enterarse de que su hermano había rehecho su vida, quiso conocer a su nueva familia. Llegó cargado de regalos.

—¡Hermano! Pareces más joven. ¿Dónde está tu mujer y mi sobrino?

Esteban lo llevó a la habitación donde Lucía vestía al pequeño.

—Denis, esta es Lucía, y este, Dani.

Denis se quedó paralizado.

—Dios, qué hermosa es…— pensó.

—Despierta— rio Esteban—. Ya es hora de que tú también pienses en formar familia.

Pasaron los días, y aunque ambos luchaban contra sus sentimientos, no podían negarlos.

—No podemos hacer esto. No traicionaré a Esteban— dijo Lucía.

—Lo sé— admitió Denis—. Pero no quiero a nadie más que a ti.

Se marchó rápido, dejando a Esteban confundido.

El tiempo pasó, hasta que un día llamaron a Lucía: Esteban había sufrido un infarto. Cuando llegó al hospital, ya era tarde.

Denis acudió enseguida. La ayudó con los trámites, la consoló… pero ella lo dejó ir.

Hasta que una noche, soñó con Esteban. Él se quitó su alianza y se la dio a Denis, como dándoles su bendición.

Lucía llamó a Denis, y juntos fueron al cementerio. El sol brillaba. En la foto, Esteban parecía sonreírles.

—Mira— susurró Denis—. Esteban no se opone.

Un año después, nació Alba. A Dani le encantaba su hermanita, siempre llevándole juguetes y preguntando cuándo podría jugar con ella.

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Destinado por el destino