Después de la luna de miel: una amarga verdad y un nuevo comienzo

**Tras la luna de miel: la cruda verdad y un nuevo comienzo**

Vega y Adrián acababan de regresar de su luna de miel en la soleada Costa del Sol. Ella se acomodó en el sofá y gritó hacia el baño:

—¿Qué película vemos?

—¡Lo que tú quieras! —respondió él.

Vega encendió su portátil y, sin querer, miró las maletas sin deshacer en el pasillo. *”Mañana las ordeno”*, murmuró, desviando la mirada. Entonces, un sonido del ordenador la sobresaltó. Un mensaje apareció en pantalla. Lo abrió y sintió un escalofrío.

«Te echo de menos, cariño», decía un mensaje de una tal Martina, desconocida para ella.

«No estés triste, pronto volveré», había contestado Adrián.

La fecha del mensaje: el 8 de agosto, un día antes de su regreso a casa. Vega abrió la conversación y, conteniendo la respiración, leyó: «Martina, esa noche fue mágica…», «¿Vendrás hoy?», «Sí, princesa, te he echado de menos…»

Cerró el portátil de golpe. Unos segundos después, Adrián salió del baño:

—¿Ya elegiste peli? ¿Alguna comedia?

—Ah, sí… una comedia está a punto de empezar —respondió Vega con frialdad—. ¿Quién es Martina?

Él se quedó pálido.

—¿Qué Martina? ¡No conozco a ninguna Martina!

—¿En serio? Pues mira esto —le arrojó el portátil a las piernas—. ¡Acabamos de llegar del viaje y ya te las arreglaste para enredarte con otra!

—Espera… No fue nada. En una cena de trabajo, bebí demasiado, ella se me acercó… ¡Fue un error! ¡Te quiero a ti!

—¿Un error? ¡El error fui yo al casarme contigo! —Vega salió corriendo del apartamento, dando un portazo.

En el taxi, miraba por la ventana en silencio, las lágrimas resbalando por sus mejillas. *«¿Cómo pudo pasarme esto?»*

Al llegar a casa de sus padres, su madre la recibió alarmada:

—Hija, ¿qué te pasa?

—Me divorcio. No viviré con un traidor.

—Tranquila, cariño… entra, hablamos, cálmate…

Pasó una semana. Su madre insistía en que se quedara:

—¿Para qué alquilar un piso? Quédate con nosotros todo el tiempo que necesites.

—Mamá, tengo treinta años. Necesito mi espacio.

En dos días encontró piso. Ayer presentó los papeles del divorcio. Adrián seguía intentando contactarla, llamando, enviando flores… Sin respuesta.

Un mes después, Vega ya vivía en su nuevo hogar. Dos semanas sin llorar. Se sumergió en el trabajo para no pensar, pero los fines de semana eran duros: la soledad la aplastaba.

Una tarde, sentada frente al televisor, cambiaba canales sin rumbo. Helado, mermelada y pura apatía. Hasta que tomó una decisión.

—¿Cuánto tiempo más encerrada? —se dijo, y salió a la calle.

El parque estaba tranquilo y cálido. Luces de farolas, sombras de árboles, parejas enamoradas… Pero pronto anocheció. Vega intentó volver, pero se perdió.

Oyó pasos detrás. Apuró el paso.

—Señorita, perdone… —dijo una voz.

Echó a correr, pero tropezó. Unas manos la ayudaron a levantarse.

—¿Está bien? No quería asustarla. Soy Javier.

Se alejó un poco, mostró los bolsillos vacíos y añadió:

—Vivo cerca. La vi dando vueltas…

Aunque tensa, su voz cálida y su sonrisa sincera la tranquilizaron.

—Es que no encuentro la salida —admitió, avergonzada.

—¿Me permite acompañarla?

El paseo fue agradable. Javier bromeaba, contaba historias, ella reía… Al llegar a su portal, frenaron.

—Hasta luego, Vega.

—Hasta luego, Javier… —con un dejo de tristeza.

—¿Puedo esperar a que entre? No sea que se pierda otra vez —dijo él, sonriendo.

Al día siguiente, aún con la cabeza en ese encuentro, fue a por café. Y entonces… en la puerta del piso de al lado apareció Javier con dos tazas.

—¿Despierta, dormilona? Llevo esperándote. ¿Vamos a tomar café?

—¿Tú? ¿Qué haces aquí?

—Vivo aquí. Somos vecinos desde hace dos semanas. Te he visto un par de veces, pero nunca encontraba el momento.

Ella se ruborizó. Él sonrió:

—Entonces, ¿aceptas el café?

—No sé…

—¿Y si te digo que tengo galletas?

—Bueno… quizá.

Sonó el teléfono:

—Sí, mamá. No, no he cambiado de idea. Me quedo aquí. Me gusta… este lugar.

Y Vega, por primera vez en mucho tiempo, sintió calor. Esta vez, de verdad.

**Moraleja:** A veces, la vida rompe algo para regalarte algo mejor. Solo hay que dejar que el destino nos sorprende.

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Después de la luna de miel: una amarga verdad y un nuevo comienzo