Tras decirle a mi esposa que su hija no era mi responsabilidad, la verdad de nuestra familia salió a la luz
Javier llevaba años soltero. Incluso su hermano menor ya tenía mujer e hijos. No es que Javier no quisiera casarse, simplemente no encontraba a la mujer adecuada. En las comidas familiares, los parientes no paraban de preguntarle cuándo les invitaría a celebrar su boda. Él, en el fondo, estaba listo para dar el paso. Al cumplir los 34, decidió que ya era hora de dejar atrás la vida de soltero.
Aquella noche entró en un bar del centro de Madrid y se encontró con un compañero del trabajo, que charlaba animadamente con una chica.
¡Qué alegría verte! ¿Qué te trae por aquí?
Buenas noches, Javier. Ha venido mi amiga. Hemos pensado salir un rato a disfrutar de la ciudad.
¿Nos presentas?
Claro, esta es Lucía.
Bienvenida a Madrid, Lucía. Soy Javier.
Gracias, me encanta conocer gente nueva. Seamos amigos, ¿no crees?
Por mí, perfecto.
Lucía era encantadora y sencilla, pero se le notaba la elegancia y el saber estar. Tenía esa mezcla tan especial. Javier se sintió atrapado al instante: pensó que por fin había encontrado su pareja ideal.
Mientras conversaban, Javier se enteró de que Lucía tenía una hija. Era estudiante y pasaba muchas horas entre los libros y las actividades. Al principio a Javier le incomodó la idea, pero después lo meditó: no había nada malo en ello.
Poco después decidieron vivir juntos, y todo parecía ir sobre ruedas. La niña solía estar fuera, en el colegio, en clases de música, o con los abuelos en los veranos.
Lucía, por su parte, creía que no era necesario trabajar: Javier ganaba bien y podía mantener a la familia sin problemas. Sin embargo, con el tiempo Javier notó que Lucía cada vez exigía más. No era cuestión de comida ni de gastos domésticos. Quería que la niña tuviera clases particulares, talleres extraescolares, más formación.
Javier, necesito dinero para que mi hija vaya a clases de refuerzo. ¿Me podrías dar un poco más este mes?
De acuerdo. Siempre he apoyado que la niña se forme bien.
Pero cada vez pedía más, más gastos y precios cada vez más altos. Llegó el momento en que la paciencia de Javier se agotó. Decidió sincerarse con Lucía.
Javier, la profesora llamó ayer. Han organizado una excursión.
¿Y?
Me gustaría que mi hija fuera, pero necesitamos dinero. Bastante dinero. No es justo para ella quedarse fuera. Todos los demás ya han pagado. Ahora falta nuestra respuesta.
Lucía, estoy harto de estos gastos sin fin, clases y actividades que nunca tienen límite. ¿Por qué el padre de la niña no contribuye en nada?
Sabías que tenía hija cuando empezamos. Aceptaste a las dos. Si fueras tan egoísta y cicatero, no estarías conmigo. ¡Estoy muy decepcionada!
De repente Lucía rompió a llorar y se encerró en el dormitorio. Javier, preocupado, decidió pedirle perdón y le dio todo lo que pedía, pero en su interior empezó a acumularse una sombra desagradable. No entendía por qué el padre de la niña no asumía responsabilidades. Por eso, volvió a sacar el tema.
Lucía, por favor, no lo tomes a mal, no quiero discutir, pero dime, ¿por qué tu exmarido no ayuda en nada con la niña?
No acepto su dinero. No lo necesito.
Eso no está bien. Al final parece que el extraño es el que se ocupa de la hija, y el padre biológico ni se involucra ni le importa.
¿Te consideras extraño? Yo, tonta de mí, pensaba que para ti mi hija ya formaba parte de tu familia. Te creía buena persona…
No me tienes que acusar de nada. Todos tenemos derecho a reclamar lo que es justo.
Pues hazlo. Yo tampoco le pediré ayuda a mi ex. No quieres darme dinero, no me lo des. Me las apañaré sola. Pero no vamos a humillarnos rogando a nadie. ¿Te cansas de cargar con tanto? Pues entonces será mejor separarnos.
¿Por qué te enfadas así? Vamos a hablarlo y decidir juntos.
No quiere decisiones. Se va a la cama. Si quiero, puedo acostarme también, pero no está de humor para hablar.
Javier terminó durmiendo en el sofá. Dio vueltas y vueltas, repasando la conversación. Al final, se dio cuenta de que Lucía tenía un orgullo enorme y que él se veía cada vez más distanciado de la niña. Con el tiempo, los problemas y los gastos crecerían. El padre de la niña seguiría viviendo como si nada. Un día, revisando el portátil de Lucía, vio una foto del exmarido: coche caro, ropa elegante. Desde luego, dinero tenía. Podía asumir gastos si Lucía se lo pidiera. Pero era el orgullo de Lucía lo que lo impedía. Javier decidió que hablaría con él cara a cara.







