Después de años de soledad: ¡al fin juntos y verdaderamente felices!

**Diario personal**

Después de tantos años de soledad, al fin nos encontramos y ahora somos verdaderamente felices.

Me llamo Lucía, tengo 54 años. Hasta hace poco, estaba convencida de que mi vida amorosa había terminado para siempre. Tras un divorcio doloroso y humillante, pasé más de una década sola, criando a mi hija, trabajando sin descanso y ocupándome de mil cosas, con una idea fija en la cabeza: «A mi edad, las mujeres ya no buscamos amor».

Casi me había acostumbrado al silencio de mi piso, a la taza de té frente al televisor, a que nadie me llamara por la noche simplemente porque me echaba de menos. Hasta que un día cualquiera, sentada en la cocina con un café, entré en una página de encuentros. Solo por distraerme. Allí vi un mensaje breve de un hombre, triste y sincero. Hablaba de lo duro que era despertarse solo, del miedo a que nadie te espere, del deseo de sentir, una vez más, la emoción de un encuentro verdadero.

Me llegó al alma. Era como si estuviera leyendo mis propios pensamientos escritos por otra mano. Sin pensarlo dos veces, le contesté con unas palabras cálidas, sinceras, animándole. Supuse que solo necesitaba un poco de consuelo. No esperaba que me respondiera tan rápido. Se llamaba Javier. Resultó ser un hombre fascinante: culto, atento, con un humor delicado y una sensibilidad especial. Empezamos a escribirnos cada día y, después, a hablar por teléfono. Su voz se convirtió en mi refugio en medio de la monotonía.

Vivíamos en extremos opuestos de España: él en Zaragoza, yo en Sevilla. Pero la distancia dejó de importar. Entre nosotros surgió un hilo invisible de confianza, cuidado y complicidad. Y cuando me propuso vernos, no lo dudé ni un instante.

Quedamos en un pequeño pueblo costero, donde pasamos un fin de semana maravilloso. El día que el tren llegó a la estación, yo esperaba en el andén y sentí el corazón latir a mil por hora. Cuando bajó del vagón, lo reconocí al instante. Sus ojos buscaron los míos. Nos acercamos y nos abrazamos como si nos conociéramos de toda la vida. En ese momento, los años de soledad, el miedo, el dolor todo desapareció. Solo quedó una certeza: había llegado a casa.

Paseamos por el paseo marítimo, cogidos de la mano, riéndonos de tonterías, compartiendo recuerdos y sueños. Me miraba como nadie lo había hecho en muchísimo tiempo. Sentí cómo algo se encendía dentro de mí, algo cálido, bueno, auténtico. Volví a ser mujer, no solo madre, no solo una empleada de oficina, no solo la vecina del quinto. Volví a ser amada.

Después de aquel encuentro, empezamos a vernos más. Él venía a Sevilla, yo a Zaragoza. Robábamos días al tiempo para estar juntos. Y cada vez me sorprendía más pensando: quiero despertarme a su lado cada mañana, prepararle el desayuno, esperarle cuando vuelva del trabajo, escucharle hablar de su día. Lo supe entonces: lo amaba.

No con el amor ciego de una chiquilla, sino con el amor sereno de una mujer madura, que ha vivido lo suficiente para valorar la calma, el respeto, la complicidad. Y él se convirtió en esa persona por la que quiero vivir, respirar, esperar.

Ahora, cuando miro atrás, no me creo que pasara tantos años sin él. A veces pienso: ¿y si no le hubiera escrito aquel primer mensaje? ¿Y si no me hubiera atrevido a viajar? Podríamos habernos cruzado sin conocernos, quedándonos para siempre en nuestra soledad. Pero, por suerte, el destino nos dio esta oportunidad. Y no la dejamos escapar.

Cuando lo miro, siento una paz inmensa. Está aquí. Es mío. Y ahora sé algo con total seguridad: nunca es tarde para empezar de nuevo. Ni siquiera pasados los cincuenta. Ni siquiera cuando la vida parece ya escrita. Porque el amor no tiene edad. Llega en silencio, en el momento justo. Lo único que hay que hacer es no cerrarle la puerta.

Gracias, mi querido Javier, por existir. Por creer en nosotros. Por devolverme a la vida. Eres mi luz, mi salvación, mi felicidad. Y ya no temo al futuro. Porque sé que en él estás tú.

Rate article
MagistrUm
Después de años de soledad: ¡al fin juntos y verdaderamente felices!