Desperté a las 4 de la mañana para hacer panqueques para mis hijos, pero lo que encontré en el apartamento de mi hijo rompió mi corazón.

Me desperté a las cuatro de la mañana para hacer tortitas a mis nietos — pero lo que me esperaba en la puerta de mi hijo me partió el alma.

En un pueblecito cerca de Sevilla, donde la niebla de la mañana acaricia las calles, mi vida se reduce a un único propósito: mis hijos. A mis 67 años, cada día giran en torno a ellos. Me llamo Lola Martínez, y siempre he vivido para los míos. Pero aquella mañana, que empezó con cariño y buenas intenciones, se convirtió en un puñal clavado en el corazón.

**Vivir por ellos**

Mis hijos, Antonio y Carmen, ya son mayores. Tienen sus propias familias, sus preocupaciones, pero para mí, siguen siendo mis niños. A mi edad, no me quedo quieta: cocino, limpio, hago recados… Todo para que les sea más fácil. Antonio vive cerca con su mujer, Rocío, y sus dos hijos, Mateo y Lucía. Carmen se marchó a vivir a otra ciudad con su marido. Intento estar cerca de mi hijo, ayudar en lo que puedo. Mi razón de ser es verlos felices.

Ayer, como de costumbre, llegué a casa de Antonio a las siete y media de la mañana. Me levanté a las cuatro para preparar tortitas caseras —el dulce favorito de mis nietos—. Ya me imaginaba sus caras de alegría, su risa mientras desayunábamos juntos. Con el tupper lleno aún caliente, salí hacia su casa ilusionada. Pero lo que me encontré en su portal me dejó helada.

**El golpe en la puerta**

Llamé al timbre, pero nadie abrió. Raro, porque Antonio sabía que iba a ir. Volví a llamar, y luego llamé a la puerta. Silencio. De repente, la puerta se abrió de golpe, y ahí estaba Rocío, mi nuera. Su mirada era fría, su gesto tenso. *«Lola, ¿otra vez aquí? Nadie te ha pedido que vengas»*, me soltó, sin siquiera un hola.

Me quedé paralizada. En las manos, el tupper humeante; en el pecho, un nudo. *«Es para los niños, para los nietos…»*, balbuceé. Pero ella me cortó: *«Nos estorbas. Ya nos arreglamos solos. ¡Déjanos en paz!»*. Cogió el tupper y cerró la puerta de golpe. Me quedé allí, como si me hubieran dado una bofetada. No podía creerlo.

**La traición**

Volví a casa con lágrimas recorriéndome la cara. ¿En qué me había equivocado? ¿Acaso por querer hacerles felices? ¿Por haber dedicado mi vida a ellos? Antonio ni siquiera asomó la cabeza, ni llamó después. Su silencio dolía más que las palabras de Rocío. Recordaba las noches en vela cuando era pequeño, todo lo que había sacrificado por él. ¿Y ahora era un estorbo?

Carmen, mi hija, siempre me decía: *«Mamá, no les agobies, déjalos vivir»*. Pero, ¿cómo no iba a ayudar? Mis nietos son mi alegría, mi ilusión. Creía que mi cariño les hacía bien. Pero las palabras de Rocío, como veneno, lo envenenaron todo. Me sentí rechazada, sobrante en la familia que yo misma había construido.

**Dudas y dolor**

Todo el día dándole vueltas. ¿Será verdad que me paso? ¿De verdad les molesto? Pero, entonces, ¿por qué Antonio no me lo dijo él? Su silencio fue como una puñalada. Intenté llamarle, pero no contestó. Solo al anochecer llegó un mensaje seco: *«Mamá, lo siento, estábamos liados. No te enfades»*. ¿No me enfade? ¿Cómo no hacerlo cuando pisotean tu amor?

Recordé cómo Rocío, al principio, agradecía mi ayuda. Cuidaba de los niños, cocinaba, limpiaba mientras ella trabajaba. ¿Y ahora que los niños crecen, les sobro? ¿O será que ella le ha puesto en mi contra? No paraba de darle vueltas, con el corazón hecho trizas. No pegué ojo en toda la noche, preguntándome: ¿en qué fallé?

**Mi decisión**

Esta mañana he decidido que no volveré sin que me llamen. Si mi cariño no lo quieren, no se lo impondré. Pero cuesta aceptarlo. Mis nietos lo son todo para mí, y pensar en perderlos me destroza. Quiero hablar con Antonio, pero me da miedo oír la verdad. ¿Y si está de acuerdo con Rocío? ¿Y si de verdad les estorbo?

A mis 67 años, soñaba con tardes en familia, con risas de nietos, con gratitud. En vez de eso, una puerta cerrada y palabras heladas. Pero no me rendiré. Seguiré adelante —para mí, para Carmen, para quienes valoren mi amor. Quizá vaya más a ver a mi hija, o me apunte a algo nuevo. No sé qué pasará, pero de una cosa estoy segura: me merezco respeto.

**Un grito al viento**

Esta historia es mi rabia contenida. Les di todo, y ahora me siento como un mueble viejo. Rocío y Antonio no saben el daño que hacen. Pero no dejaré que su indiferencia me rompa. Mi amor por ellos sigue aquí, aunque me cierren puertas. Encontraré mi camino, incluso a mis 67 años.

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MagistrUm
Desperté a las 4 de la mañana para hacer panqueques para mis hijos, pero lo que encontré en el apartamento de mi hijo rompió mi corazón.