**Diario Personal – 15 de Marzo**
Desperté en mitad de la noche y sentí un vacío a mi lado. Confundida, extendí la mano, esperando encontrar el calor familiar de mi marido, Esteban.
Pero el sueño no volvía, y Esteban no parecía tener intención de regresar a la cama después de quince minutos. Mi corazón latió con ansiedad, y me senté, mirando fijamente la oscuridad de la habitación. ¿Y si le había pasado algo? ¿Quizás se había puesto enfermo?
Intenté calmarme, pensando que tal vez Esteban se había desvelado y estaba ocupado con algún trabajo. Sin embargo, la inquietud no me abandonaba.
Decidida a no preocuparme en vano, me levanté con cuidado y, abriendo la puerta del dormitorio sin hacer ruido, me dirigí de puntillas hacia la cocina. Al acercarme, me quedé paralizada a unos pasos de distancia.
Escuché su voz al teléfono. El altavoz estaba lo suficientemente alto como para distinguir las palabras de su interlocutora.
Sí, cariño, ya he reservado los billetes para Turquíadijo Esteban, con una voz llena de entusiasmo. Pasaremos un tiempo inolvidable juntos. Nadie lo sabrá jamás.
Sentí que el suelo se hundía bajo mis pies. Mi mundo se derrumbó en un instante. Cada palabra, cada frase, me golpeaba como un cuchillo afilado.
Tantos años juntos, tantos planes, alegrías y penas que habíamos compartido codo con codo. ¿Cómo había podido hacer esto?
Volví al dormitorio. Tumbada en la oscuridad, las lágrimas rodaron por mis mejillas. Mi corazón se partía de dolor, y en mi alma ardía una mezcla de rabia, humillación y amarga decepción.
Finalmente, con determinación, me levanté, me acerqué al armario y comencé a meter sus cosas en una maleta.
Cuando Esteban entró en la habitación y me vio con ella, preguntó desconcertado:
¿Qué pasa?
Lo miré a los ojos, llenos de decepción y firmeza.
He hecho tu maletadije con calma. Para que la lleves contigo a Turquía.
¿De qué estás hablando?sonrió nervioso.
No finjas, Esteban. Escuché tu llamada en la cocina.
Se puso visiblemente nervioso y sus manos temblaron. Intentó decir algo, pero lo interrumpí.
El resto lo recogerás tú. Ahora coge la maleta y vete a un hotel o donde quieras. Y después de tus “vacaciones”, no quiero volver a verte aquí.
Esa noche, mi vida cambió para siempre.
Cuando Esteban se marchó, me acosté de nuevo, aunque sabía que no podría dormir. Pero un pensamiento no me abandonaba: todo sería diferente ahora. No más ilusiones, no más dolor por la traición. Por fin era libre.
Y tú, ¿qué opinas? ¿Hice lo correcto? ¿O debería haberme callado? ¡Comparte tus pensamientos en los comentarios!
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